viernes, 27 de octubre de 2017



     “…La vida me ha enseñado que tengo un mecanismo insertado en algún lugar impermeable a la experiencia que me impide hacer cuanto pudiera redundar en mi provecho y me fuerza a seguir los impulsos más insensatos y las más nocivas tendencias naturales…”

Eduardo Mendoza, El laberinto de las aceitunas, Editorial Planeta SA, Barcelona, 2014, página 173
     





     Hoy traje de regreso a casa a mi Caballito de Carrusel.  Considerando que estuvo doce días a la intemperie, que en ese período hubo un par de tormentas y que anoche y esta mañana llovió duro y parejo, ha sobrevivido la experiencia.  Una de sus patas se deterioró un poco, algunas crines se saltaron y el pie (que ya estaba chueco e inestable desde antes de irse) debe ser reconstruido totalmente.  Pero, pese a eso y dadas las circunstancias, mi Caballito está muy bien. 


     Quedará en la mesa de mi taller un par de días (primero para que seque, después para recauchutarlo un poco, sobre todo porque lo extrañé bastante y quiero tenerlo a la vista antes de volver a enclaustrarlo en un baño para que no estorbe).  En contra de todo sentido común y derrotando  los agoreros pronósticos -que fueron muchos- la aventura de mi Caballito en el Hipódromo de Palermo ha sido muy satisfactoria.












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