“…La
vida me ha enseñado que tengo un mecanismo insertado en algún lugar impermeable
a la experiencia que me impide hacer cuanto pudiera redundar en mi provecho y
me fuerza a seguir los impulsos más insensatos y las más nocivas tendencias
naturales…”
Eduardo
Mendoza, El laberinto de las aceitunas, Editorial
Planeta SA, Barcelona, 2014, página 173
Hoy traje
de regreso a casa a mi Caballito de Carrusel. Considerando que estuvo doce días a la
intemperie, que en ese período hubo un par de tormentas y que anoche y esta mañana
llovió duro y parejo, ha sobrevivido la experiencia. Una de sus patas se deterioró un poco,
algunas crines se saltaron y el pie (que
ya estaba chueco e inestable desde antes de irse) debe ser reconstruido
totalmente. Pero, pese a eso y dadas las
circunstancias, mi Caballito está muy bien.
Quedará
en la mesa de mi taller un par de días (primero
para que seque, después para recauchutarlo un poco, sobre todo porque lo
extrañé bastante y quiero tenerlo a la vista antes de volver a enclaustrarlo en
un baño para que no estorbe). En contra
de todo sentido común y derrotando los agoreros pronósticos -que fueron muchos- la aventura
de mi Caballito en el Hipódromo
de Palermo ha sido muy satisfactoria.
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