Estadísticamente, es un 100%. Eficacia
total. En lo que va del año me postulé en dos certámenes en
mi país (Talleres de Artistas - curador Philippe Cyroulnik, Fundación Tres Pinos
en el Distrito de las Artes, y Premio MACSUR a las Artes Visuales 2018)
y en los dos me rechazaron. Ergo: un
100% de fracaso en territorio local. ¿Situación
nueva? Ni por casualidad, si algo he cosechado en mis pagos es el constante y
consecuente rechazo a mi trabajo.
¿Qué
se hace con esto? Nada, no sólo porque
estemos acostumbradas sino porque es lo que es.
Cada vez que uno se postula a lo que sea sabe que hay dos posibilidades:
que guste o que no guste lo que uno hace.
Que interese o no. Que uno sea o
no uno de los nombres ya pre-digitados para la aceptación. Lo que sea.
Cada vez que uno mueve la obra sabe que la posibilidad del fracaso es
tan cierta (o más) que la posibilidad de la aceptación.
Pero
al cabo de los años y de la larga compilación de fracasos, uno entiende que esa
acción que involucra al otro y que es posterior al acto creativo realmente no
tiene ninguna incidencia con el placer que provoca hacer lo que hacemos. Y se vuelve una realidad tan tangible el que
seguiremos haciendo lo que hacemos independientemente de que ese otro u otros
constantemente nos digan. El disfrute no nos lo pueden quitar, y ese goce nos
es más que suficiente para seguir empeñadas en las naderías del arte.
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