Uno de
los riesgos de sociabilizar con personas que a uno le agradan es entrar en
conversaciones interesantes y debates abstractos que luego -por lógica concreta de artista que hace y no
argumenta- me lanzan a distraerme por completo de lo que se supone que
estoy haciendo.
No es la
primera vez que me pasa, claro. Hace
años de una amable discusión por el estilo acabé componiendo durante meses un tótem
con latas de cerveza y lentejuelas.
Aparatoso y frágil, después de mostrarlo en un par de sitios, se
desmoronó para siempre y sólo han quedado algunas (malas) fotos de ese disparate. ¿Qué quería demostrar entonces? Que un
postulado absurdo se puede convertir en un cachivache real. Pero era demasiado joven y supongo que eso me
disculpa.
Pero
ahora estoy lo suficientemente grande como para, primero: evitar este tipo de
grata sociabilización distractiva; segundo: no enredarme en apasionantes controversias,
y tercero y más importante: no apostar que puedo en los hechos sostener mi
postura.
Y así
llegamos a esto, a demostrar mi teoría.
Retrocedo y explico cómo empezó todo.
Con Disney, con la película Coco. Con los alebrijes. Con los Diablicos Sucios. Con Venecia
y la decadencia china. Con mi entidad
mestiza.
Que los
alebrijes son lindos y coloridos, están hechos con cartón, ¿no? como esas cosas
que hacés vos. Sí, una variación del papel maché y la
cartapesta. Una técnica autóctona. No, no, es lo mismo de las máscaras
venecianas; es una técnica que trajeron los colonizadores. No creo, es tribal, muchas culturas
americanas la utilizan, la madera decanta en papel, el papel en cartón,
material maleable y barato, una evolución lógica. El papel viene de China, esos dragones larguísimos son de papel de arroz. ¿El papel no era egipcio, de los
papiros? Estas evoluciones se dan en
paralelo, diversas culturas en puntos dispares parecen estar pensando y
haciendo lo mismo. Las máscaras para la
celebración del Corpus Christi en el Caribe,
los sincréticos carnavales andinos, el carnaval veneciano…
En Venecia en los puestitos
callejeros sólo hay ahora máscaras de plástico made in China, que
decadencia…
La
cuestión era quién fue primero, y, lógico, las diferencias. Sostuve que en realidad ya estaba todo tan
mezclado que no podía escindirse nada.
Me porfiaron. Argumenté con mis
máscaras y mis pequeñas esculturas de papel, que tomando todo lo de acá más lo de allá
tanto he hecho máscaras al estilo panameño (cuando
no pude traerme ninguna en el avión a mi paso por Panamá) como las tradicionales del Veneto…
Todo
puede mezclarse, y el resultado
necesariamente será más rico, más intrincado, más hacia adelante. Que el encuentro de todas las culturas no
implica choque sino evolución, que puede surgir algo distinto en donde todos se
reconozcan. Debatimos si esa conjunción
puede generar belleza o la belleza sólo está en la pureza original (ahí alguien
llamó nazi a alguien y convergió la filosofía y cierta guaranguería en la cuestión).
El debate
era en abstracto, claro. Pero a mí la
abstracción no me dura mucho rato y las manos se me ponen inquietas y quiero
comprobar de qué estamos hablando. Entonces
dije (¿desafié? ¿aposté con alguien?) que podía conjurar los conceptos de los dos
lados del Atlántico y cumpliendo con
las premisas de todos, respetando todos los códigos internos. componer pequeñas esculturas de papel maché
que reunieran chiquicientos años de tradición y cultura sin ofender a nadie. Obviamente (porque no hay razón de excluir mi propio desvarío) arrancando de
rollos de cocina…
Y acá
estoy. Jugando a unificar el mundo con papel y engrudo.
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