sábado, 10 de marzo de 2018


     Uno de los riesgos de sociabilizar con personas que a uno le agradan es entrar en conversaciones interesantes y debates abstractos que luego -por lógica concreta de artista que hace y no argumenta- me lanzan a distraerme por completo de lo que se supone que estoy haciendo.

     No es la primera vez que me pasa, claro.  Hace años de una amable discusión por el estilo acabé componiendo durante meses un tótem con latas de cerveza y lentejuelas.  Aparatoso y frágil, después de mostrarlo en un par de sitios, se desmoronó para siempre y sólo han quedado algunas (malas) fotos de ese disparate.  ¿Qué quería demostrar entonces? Que un postulado absurdo se puede convertir en un cachivache real.  Pero era demasiado joven y supongo que eso me disculpa.













     Pero ahora estoy lo suficientemente grande como para, primero: evitar este tipo de grata sociabilización distractiva; segundo: no enredarme en apasionantes controversias, y tercero y más importante: no apostar que puedo en los hechos sostener mi postura.

     Y así llegamos a esto, a demostrar mi teoría.  Retrocedo y explico cómo empezó todo.  Con Disney, con la película Coco.  Con los alebrijes.  Con los Diablicos Sucios.  Con Venecia y la decadencia china.  Con mi entidad  mestiza.

     Que los alebrijes son lindos y coloridos, están hechos con cartón, ¿no? como esas cosas que hacés vos.  Sí,  una variación del papel maché y la cartapesta.   Una técnica autóctona.  No, no, es lo mismo de las máscaras venecianas; es una técnica que trajeron los colonizadores.  No creo, es tribal, muchas culturas americanas la utilizan, la madera decanta en papel, el papel en cartón, material maleable y barato, una evolución lógica.  El papel viene de China, esos dragones larguísimos son de papel de arroz.  ¿El papel no era egipcio, de los papiros?  Estas evoluciones se dan en paralelo, diversas culturas en puntos dispares parecen estar pensando y haciendo lo mismo.  Las máscaras para la celebración del Corpus Christi en el Caribe, los sincréticos carnavales andinos, el carnaval veneciano…  En Venecia en los puestitos callejeros sólo hay ahora máscaras de plástico made in China, que decadencia…

     La cuestión era quién fue primero, y, lógico, las diferencias.  Sostuve que en realidad ya estaba todo tan mezclado que no podía escindirse nada.  Me porfiaron.  Argumenté con mis máscaras y mis pequeñas esculturas de papel,  que tomando todo lo de acá más lo de allá tanto he hecho máscaras al estilo panameño (cuando no pude traerme ninguna en el avión a mi paso por Panamá) como las tradicionales del Veneto

















     Todo puede mezclarse, y el resultado  necesariamente será más rico, más intrincado, más hacia adelante.  Que el encuentro de todas las culturas no implica choque sino evolución, que puede surgir algo distinto en donde todos se reconozcan.  Debatimos si esa conjunción puede generar belleza o la belleza sólo está en la pureza original (ahí alguien llamó nazi a alguien y convergió la filosofía y cierta guaranguería en la cuestión). 

     El debate era en abstracto, claro.  Pero a mí la abstracción no me dura mucho rato y las manos se me ponen inquietas y quiero comprobar de qué estamos hablando.  Entonces dije (¿desafié?  ¿aposté con alguien?)  que podía conjurar los conceptos de los dos lados del Atlántico y cumpliendo con las premisas de todos, respetando todos los códigos internos.  componer pequeñas esculturas de papel maché que reunieran chiquicientos años de tradición y cultura sin ofender a nadie.  Obviamente (porque no hay razón de excluir mi propio desvarío) arrancando de rollos de cocina…

     Y acá estoy.  Jugando a unificar el mundo con  papel y engrudo.
















Post data:  Mientras tanto, la realidad real es que todos mis cachivaches de papel se van acumulando en un baño, ya que en mi taller no hay espacio ni para caminar.  ¿Necesito más de esto?  Se ve que sí.









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