miércoles, 12 de diciembre de 2018











































     Dedicarse al arte con convicción aunque sin resultados implica una vida condicionada a cierta cuota de marginalidad.  Nuestro entorno encontrará difícil de entender  la alegre persistencia en el fracaso que desplegamos a conciencia, definirá nuestra conducta como infantil (en el mejor de los casos) o desquiciada (en el más habitual de los casos).  Cuesta que alguien ajeno entienda que uno puede mantenerse empeñado en garabatear sobre la tela o el papel composiciones que nadie cuelga y mucho menos compra.  Que seguimos hablando de una obra que no es vista por nadie ya que no le pagamos a ninguna galería por 15 días de ilusoria exhibición.  Y que al cabo de los años llevamos gastadas auténticas fortunas en un empecinamiento antieconómico, poco práctico, definitivamente inútil.   










    



     Dedicarse al arte es asumir que uno vivirá en  soledad  tinta  de incomprensión, condescendencia y cierto desprecio por parte de quienes están a nuestro alrededor.  Dedicarse al arte es jugar aislados del mundo, sin hombros donde llorar ni último refugio al que huir los días oscuros.   Dedicarse al arte no es para blanditos.














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