Es esa sensación de que hay que dar un
corte, un empujón hacia cualquier lado, quizá -¡finalmente!- el salto al vacío.
No puedo fundamentar racionalmente, es puro instinto. Sé que estoy en las postrimerías de lo que
sea, lo último, el final de algo. Y sólo
se requiere un leve giro de la muñeca para derrumbar el castillo de naipes y
barajar con rapidez para jugar otra vez.
Una nueva partida.
Irse
(no huir)
puede que sólo sea barajar y repartir una nueva mano. Que las cartas que nos toquen sean distintas,
ni buenas ni malas, solo otra combinación.
Y jugar otra vez. ¿Reducimos todo
demasiado? ¿No debe verse la vida como un
juego? No se verla de otro modo. Sé perder, por eso puedo jugar con
entusiasmo.
Yo
no cuento historias, las escucho. Con
excesivos detalles, innecesarios, pero a la gente le gusta hablar y lo mío es
escuchar. Tal vez el sustento de mi
trabajo como artista se nutra de las historias ajenas que se derraman día tras
día sobre mi escritorio, siendo la confidente confiable y comprensiva de personas que no suelen tener
un auditorio atento para su vida. Diría
que no son historias complejas, ni llamativas, ni siquiera diferentes. Pero coinciden en otorgar perspectiva:
realmente nada es demasiado importante, nada es seguro ni para siempre, nadie
tiene mayor destino que un paso fugaz e inconsecuente. El mundo sigue y los viejos amores y las
pasadas afrentas quedan ahí, intrascendentes, en el pasillo del olvido.
Salvo
que, algo, un reflejo, un desliz de esas historias se me queda pegado en el
ánimo, y cuando trazo una sonrisa o defino una mirada rememoro fácil a quien me
compartió esa historia chiquitita, ese pedacito de pasado personal que me
revelaron por que sí, por mera necesidad de hablar. Sospecho que por ahí va en parte la razón de
estos juegos bobos que han sido mi serie de Postalitas. Trabajos pequeñitos, sin pretensiones, juegos
tranquilos de ratos perdidos. ¿Qué
buscaba con ellas? Nada. Puede que sólo estuviera recopilando
pedacitos de historias que me contaron al pasar.
Resumiendo, el 2018 fue un año de pequeñas cosas, obras mínimas, cuentos
para dormir. “Cuéntame un color… Esta historia es absurda. Una historia sin final,
inventada sólo por jugar.”
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