jueves, 20 de diciembre de 2018








         Es esa sensación de que hay que dar un corte, un empujón hacia cualquier lado, quizá -¡finalmente!- el salto al vacío.  No puedo fundamentar racionalmente, es puro instinto.  Sé que estoy en las postrimerías de lo que sea, lo último, el final de algo.  Y sólo se requiere un leve giro de la muñeca para derrumbar el castillo de naipes y barajar con rapidez para jugar  otra vez.  Una nueva partida.

     Irse (no huir) puede que sólo sea barajar y repartir una nueva mano.  Que las cartas que nos toquen sean distintas, ni buenas ni malas, solo otra combinación.  Y jugar otra vez.  ¿Reducimos todo demasiado?  ¿No debe verse la vida como un juego?  No se verla de otro modo.  Sé perder, por eso puedo jugar con entusiasmo.

     Yo no cuento historias, las escucho.  Con excesivos detalles, innecesarios, pero a la gente le gusta hablar y lo mío es escuchar.  Tal vez el sustento de mi trabajo como artista se nutra de las historias ajenas que se derraman día tras día sobre mi escritorio, siendo la confidente confiable  y comprensiva de personas que no suelen tener un auditorio atento para su vida.  Diría que no son historias complejas, ni llamativas, ni siquiera diferentes.  Pero coinciden en otorgar perspectiva: realmente nada es demasiado importante, nada es seguro ni para siempre, nadie tiene mayor destino que un paso fugaz e inconsecuente.  El mundo sigue y los viejos amores y las pasadas afrentas quedan ahí, intrascendentes, en el pasillo del olvido. 

    Salvo que, algo, un reflejo, un desliz de esas historias se me queda pegado en el ánimo, y cuando trazo una sonrisa o defino una mirada rememoro fácil a quien me compartió esa historia chiquitita, ese pedacito de pasado personal que me revelaron por que sí, por mera necesidad de hablar.  Sospecho que por ahí va en parte la razón de estos juegos bobos que han sido mi serie de Postalitas.  Trabajos pequeñitos, sin pretensiones, juegos tranquilos de ratos perdidos.  ¿Qué buscaba con ellas?  Nada.  Puede que sólo estuviera recopilando pedacitos de historias que me contaron al pasar.

     Resumiendo, el 2018 fue un año de pequeñas cosas, obras mínimas, cuentos para dormir.  Cuéntame un color…  Esta historia es absurda.  Una historia sin final, inventada sólo por jugar.”












































No hay comentarios:

Publicar un comentario