sábado, 29 de diciembre de 2018








     Nada se mantiene inmutable en estos tiempos.  Demasiada velocidad hasta para las convicciones, aun cuando uno tiende a la estolidez de las piedras y, por la edad, aplique al más lógico conservadurismo.  Este artículo de Carmen Reviriego que se publicó en la revista Forbes de México hace apenas dos años fue –y es- un texto con el que coincido totalmente hasta que no coincido.  Qué espíritu veleta!   Pero es que la web ha desarmado todo con tanta contundencia y velocidad que cuando leo

“…hay miles de artistas vagando por Nueva York, Londres, Berlín o cualquier otra ciudad del mundo en busca de una oportunidad para exponer sus trabajos o encontrar a alguien que les represente, les ayude, o les dé una oportunidad…”

me digo sí, pero no, o ya no tanto, o ya para nada en absoluto.  Hoy deambulamos por las redes y los sitios de arte en línea, hoy rastreamos las direcciones de Twitter e Instagram de coleccionistas y críticos, de los influencers del medio, y los bombardeamos con facilidad y costo casi cero.  Hoy los artistas no necesitan buscar oportunidades, podemos construirlas y en vez de esperar a que nos descubran fastidiar con la insistencia abrumadora de un clic constante para el envío de nuestro material al pobre destinatario designado.

     Ya –creo- no es tan necesario ser valiente como ser terco.  Hoy con la obsesión casi asnal –Almafuerte dixit- podría ser suficiente…



Si te postran diez veces, te levantas
otras diez, otras cien, otras quinientas:
no han de ser tus caídas tan violentas
ni tampoco, por ley, han de ser tantas.
Con el hambre genial con que las plantas
asimilan el humus avarientas,
deglutiendo el rencor de las afrentas
se formaron los santos y las santas.
Obsesión casi asnal, para ser fuerte,
nada más necesita la criatura,
y en cualquier infeliz se me figura
que se mellan los garfios de la suerte . . .
¡Todos los incurables tienen cura
cinco segundos antes de su muerte!


Avanti!  Almafuerte – Pedro Bonifacio Palacios











    Pego fragmento del artículo, que, aunque pueda haber sido algo ganado por los tiempos, sigue pareciéndome una maravilla:


    
     “Cuando un creador decide dedicarse al arte como profesión y vivir de su trabajo, ha de saber –y todo artista real lo presiente– que está arriesgando su vida entera, y sólo él va a ser responsable de ello. El valor es, pues, desde el principio, un ingrediente imprescindible en el mundo del arte.

     Sólo una persona madura debería asumir una decisión así… hay miles de artistas vagando por Nueva York, Londres, Berlín o cualquier otra ciudad del mundo en busca de una oportunidad para exponer sus trabajos o encontrar a alguien que les represente, les ayude, o les dé una oportunidad. Un 80% de ellos no lo conseguirán, y la inmensa mayoría no tendrá fuerzas para abandonar y dedicarse a otra profesión. Aun así, la vocación artística desafía todas las razones y la Razón misma; lo ha hecho a lo largo de los siglos y seguirá haciéndolo, con las peculiaridades de cada época.

     Todo arte que trasciende, que está llamado a perdurar en el tiempo, que es y ha sido capaz de emocionar al hombre antiguo, al medieval, al renacentista, al moderno o al contemporáneo, es un arte que viene de la necesidad sincera y apasionada del creador de contar al mundo “su” mundo; desde una vivencia subjetiva y por tanto única. La creación artística le va a exigir, por tanto, una verdadera entrega de sí mismo en el sentido más literal y trágico de la palabra. Para llegar a conseguirlo va a necesitar de muchos atributos, pero sobre todo de una enorme fe y lealtad hacia sí mismo, de su forma de estar en el mundo y, por lo tanto, de “verlo” y del valor para enfrentarlo y, a veces, confrontarlo.

     Insisto: ningún arte que no sea sincero, que no provenga de otro lugar que no sea la experiencia personal y la memoria vital del artista, conseguirá trascender. Si el artista no es fiel a sí mismo, a su “verdad”… si le falta valor, no será capaz de crear un espejo en que el espectador pueda verse a sí mismo, a “su” mundo, y hacer que surjan en él emociones y pensamientos que no solamente le muevan, sino que le conmuevan, es decir, que le hagan sentir su propia vida con una intensidad nueva o renovada. El arte es tanto más importante cuanto más capaz es de producir esta catarsis, esta conmoción del alma. Siempre que alguien contempla una obra maestra de forma curiosa y abierta, valiente, se da esa conversación única, profunda y sincera entre el creador, la obra y el espectador. (…)”
















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