Uno pone
buena voluntad, acepta que las cosas son, la mayor parte del tiempo, difíciles
e ingratas, y que si se quiere llegar a algún lado hay que acumular aguante y
perseverancia. Y hacer gala de auténtica
sangre de pato el 99% del tiempo. Pero –siempre
hay un pero, la bendita excepción a la regla- a veces sucede ese 1% y uno
reacciona. Se enfurece. Se harta.
Y entonces, aunque se puedan perder los casilleros avanzados, se patea
el tablero, se agarra a la oca y se le
retuerce el pescuezo. Nos salimos del
juego por un rato. Hartazgo en grado puro.
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