Hay un momento en que se llega
invariablemente al límite. No es nada
personal, ni siquiera es una reacción por ofuscamiento; sencillamente se llega,
y ya está. De nada sirven las
explicaciones ni las disculpas, ni siquiera las interpretaciones varias de que hubiera pasado si… Ya está.
Y además, lo reconozco, a uno ya no le importa demasiado tampoco. Hemos decantado por aburrimiento también.
Tal vez sea un gaje del oficio, el arte nos acostumbra a filar el precipicio siempre en búsqueda de más, de autenticidad, de diferencia, de la singularidad que defina a la obra. Violentar el límite no nos asusta y fracasar ha sido la constante en nuestra vida. ¿No era por acá el camino correcto?, pues se retrocede, se camina sobre los pasos (mal) dados y se empieza otra vez. Afortunadamente no sufrimos de pánico ante la hoja en blanco.
Y
entonces irse no es más que comenzar.
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