jueves, 13 de diciembre de 2018









         Hay un momento en que se llega invariablemente al límite.  No es nada personal, ni siquiera es una reacción por ofuscamiento; sencillamente se llega, y ya está.  De nada sirven las explicaciones ni las disculpas, ni siquiera las interpretaciones varias de que hubiera pasado si…  Ya está.  Y además, lo reconozco, a uno ya no le importa demasiado tampoco.  Hemos decantado por aburrimiento también.






      

     Tal vez sea un gaje del oficio, el arte nos acostumbra a filar el precipicio siempre en búsqueda de más, de autenticidad, de diferencia, de la singularidad que defina a la obra.  Violentar el límite no nos asusta y fracasar ha sido la constante en nuestra vida.  ¿No era por acá el camino correcto?, pues se retrocede, se camina sobre los pasos (mal) dados y se empieza otra vez.  Afortunadamente no sufrimos de pánico ante la hoja en blanco.  








     Y entonces irse no es más que comenzar.












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