Más allá de la curiosidad intelectual que me despiertan los grandes políticos, diplomáticos y estrategas de la historia, en mi entorno real la “política” es una disciplina degradada, vinculada a la ignorancia, la corrupción y la desvergüenza absoluta de sus protagonistas, disciplina que solo puede provocar a las personas normales (es decir, a las personas honestas que trabajan todos los días tratando de comportarse con ética y respeto por el otro) una profunda repugnancia.
Por ello, pese a sufrir a los políticos (de todos los bandos) y a su “política” (o a su clara ausencia) diariamente, debiendo hacer un esfuerzo para sobrevivirlos y no desesperar, trato de ignorarlos en la mayor medida posible.
Pero finalmente la malparida política ha logrado filtrarse a mi universo, afectándolo irremediablemente.
El asunto es así. Durante años (toda mi vida) he proyectado tener mi propia galería de arte. No una galería en el sentido comercial convencional, sino un espacio fluido, parte taller, parte sala de exhibición, parte tienda de acceso directo y desacralizado, parte biblioteca, parte bar-pub, parte escenario para presentaciones literarias y performances de todo tipo. Este proyecto (puede que pretensioso, puede que poco viable, seguramente antieconómico) ha sido y es mi fetiche. Mi zanahoria frente al burro cuando mi alma se empaca como mula en la poco gratificante cotidianidad.
Y tras mucho analizar, el nombre perfecto para mi proyecto surgió: “EL GATO DE CHESHIRE – TRASTIENDA DE ARTE – ART GALLERY”. El blog linkeado a éste es el primer amague. La parte de galería de este espacio. Mi galería soñada tenía forma y nombre. El Gato de Cheshire… era algo real y mío. Amé al Gato de Cheshire de chiquitita por su color fucsia al descubrirlo en el cine en la Alicia de Disney.
Años después lo amé al leer la primera conversación que mantuvo con Alicia (charla iniciática y mentora):
“…Estaba empezando a pensar Alicia, cuando se sobresaltó un poco al ver al Gato de Cheshire sentado en la rama de un árbol, a pocos metros de distancia. Cuando vio a Alicia, el Gato no hizo otra cosa que sonreir. Parecía de buen humor, pensó ella; pero tenía garras muy largas y muchos grandes dientes, de modo que la niña consideró que debía tratarlo con respeto.
-Gatito de Cheshire- empezó con un poco de temor, porque no estaba muy segura de que a él le gustara el nombre. Sin embargo, el Gato sonrió algo más ampliamente. “Vamos, hasta ahora le gusta”, pensó Alicia y continuó: -¿Querrías decirme, por favor, qué camino debo tomar para irme de aquí?
-Eso depende mucho del lugar adonde quieras llegar- dijo el Gato.
-Me da lo mismo el lugar…-dijo Alicia.
-Entonces no importa qué camino tomes- dijo el Gato.
-…siempre y cuando llegue a algún lado- agregó Alicia a modo de explicación.
-Oh, puedes estar segura de llegar a algún lado- dijo el Gato-, si sólo caminas bastante.
Alicia comprendió que esto era irrefutable, de modo que probó con otra pregunta:
-¿Qué clase de gente vive por aquí?
-En esa dirección- dijo el Gato haciendo un ademán con su pata derecha- vive un Sombrerero; y en esa dirección – haciendo un ademán con la otra pata- vive una Liebre de Marzo. Visita a quien prefieras: los dos están locos.
-Pero yo no quiero andar entre locos- observó Alicia.
-Oh, eso no puedes evitarlo- dijo el Gato. –Todos estamos locos aquí. Yo estoy loco. Tú estás loca.”
Lewis Carroll Los libros de Alicia, Ediciones de la Flor SRL Buenos Aires 1998, pág. 68/69
Y entonces, el pasado domingo, al leer una sección que es una de las pocas cosas del diario que leo con atención e interés, ¡Zaz!, la mugrienta política ensució mis sonrosadas ensoñaciones.
En el suplemento Enfoques, de La Nación, Enrique Valiente Noailles (alguien que a mi criterio escribe maravillosamente bien y da gusto leerlo independientemente del tema que trate) escribió el artículo “La sonrisa que permanece”, analizando de modo magistral y profundo el vergonzoso episodio de la manifiesta conducta corrupta y delictiva del impresentable vicepresidente de la Nación. Un texto que al acabar de leer me provoca pararme y aplaudir. No objeto ni discuto. Pero al comparar al vicepresidente con el Gato de Cheshire (comparación apropiada, tampoco lo discuto) fulminó mi galería de arte: ahora cada vez que me pierda en la ensoñación de mi proyectado Gato de Cheshire se me va a cruzar la cara estúpida del estúpido de Boudou con su sonrisa de estúpido y su más estúpida guitarrita. ¡Ya fui contaminada! ¡Ya no puedo evitar evocar un ejemplo más de la corrupción y decadencia absoluta de la política con mi añorada galería polirubro! La hediondez de la política se filtró por sobre el olor a kerosene y barniz que me rodea habitualmente. Tal vez mi arrogante indiferencia no resultó recaudo suficiente. Ellos están ahí y logran finalmente ensuciarlo todo.
“LA SONRISA QUE PERMANECE – Enrique Valiente Noailles para La Nación. ¿Qué nombre darle a un encubrimiento que se produce a la vista de todos, en el Congreso de la Nación? Encubrir a la vista es un oximorón, una paradoja para la cual no existe un término que la sintetice. El lenguaje se agota frente a las peculiaridades de la Argentina, sitio en el que produce, mes a mes, una ampliación del concepto de lo posible. En efecto, el primer dato de esta ampliación es que, en un debate parlamentario, y no entre gallos y medianoche, el Estado argentino expropió una empresa cuyos dueños no se conocen. A ninguno de los legisladores que votaron a favor se le ocurre averiguarlo, ni le interesa. El segundo es que no se sabe qué es lo que se está expropiando, si acciones o bienes. El tercero es que el Estado argentino expropió una compañía de maquinarias obsoletas, en la que los billetes se producen en condiciones cuasi artesanales, como recordó Manuel Garrido. Y cuarto, que esto se logró no sólo con el voto del oficialismo, principal interesado en eliminar este problema de la agenda pública, sino con el auxilio de parte de la oposición. Ya lo dijo Humpty Dumpty: las palabras pueden significar cosas opuestas, porque lo único que importa es quién es el que manda. A propósito, si no fuera porque al pellizcarnos comprobamos que estamos despiertos, bien podría todo esto ser parte de una fábula de Lewis Carroll, un hueco en la realidad por el que hemos caído colectivamente. Comenzando con la inefable sonrisa, que estaba presente, sentada en la rama más alta del Senado, al igual que el gato de Cheshire. Se trata de un paralelismo que se podría profundizar, ya que en algún momento debe de haberse desatado una discusión, en la que tiene que haber participado la Reina de Corazones, acerca de si algo que no tiene cuerpo puede o no ser decapitado. Legítima duda que habrá asaltado a quienes protegieron a quien es percibido como un cadáver político. Ante lo cual no podemos menos que recordar las palabras de Alicia_ “¡Es la cosa más rara que he visto en toda mi vida! He visto muchísimas veces un gato sin sonrisa, ¡pero una sonrisa sin gato!” Una sonrisa casi sin vicepresidente. Pero sabemos que el gato de Cheshire se desvanece lentamente, comenzando con la punta de la cola y terminando con la sonrisa, que permanece durante un tiempo después de que el resto ha desaparecido. Esto es lo que ocurre con la sonrisa de la impunidad en nuestro país: permanece, encarnada en sucesivos actores, cuyos nombres se van desvaneciendo, desde hace décadas. Es la sonrisa del que sabe que nada puede ocurrirle, aunque se dedique al pillaje, como tampoco ocurrió nada con aquel que en su momento robaba para la corona, entre cientos de otros. Son las siete vidas de la impunidad. Esta expropiación es un capítulo adicional en la fábula de un país injusto e impune, que mantiene su democracia detenida en la infancia. Surrealista, arbitraria y sin reglas de juego, como la que recorre Alicia a lo largo de su periplo. @evnoaille.”