domingo, 12 de agosto de 2012



     “¿No crees que habría que educar a los hombres también? Ellos suponen que todo lo saben. Lo prueba el hecho de que cualquier analfabeto varón tuvo derecho al voto, mientras que una mujer, así fuera Madame Curie, no lo tuvo… hasta hace unos años. Yo he vivido esas injusticias y no deben olvidarse si deseamos no recaer en lo mismo.” 

 VICTORIA OCAMPO, Entrevista a Mildred Adams, La Gaceta, Tucumán 6 Junio 1976.-


     Compartimentar. Esa palabra hace poco entró a mi vocabulario. Muy de psicoanálisis, supongo. En mi viejo vocabulario era cerrarse. Aislarse del mundo. Pasan los años (pasan rápido, ¡pasan tanto!) y sigo diciéndome lo mismo: no tengo que permitir que me invadan, que me alteren, ¡que me afecten! La cotidianidad, la mediocridad del entorno, el egoísmo circulante, la auténtica y constatada voluntad de destruirme, a todo eso hay que construirle barricadas. Encerrarnos en nuestro castillo interior y que todo avance caiga en el foso.

      Pero es demasiado difícil. Vienen con sus catapultas y sus cañones, abren una brecha y me invaden finalmente. La domesticidad es la peste. Llega, te toma, se perpetúa, y si a veces se va deja secuelas de por vida. No se puede evitar la pulsión natural de la especie de ser gregario. Y en un momento de estupidez permitimos el amontonamiento. Resta decir que uno nunca elige bien (el masoquismo, intuyo, también es natural). Y se entretejen vínculos perversos, destructivos, asfixiantes, de los que resulta más trabajoso huir que soportar estoicamente. 

      Claro, va a decir una de mis voces por eso me adelanto, no incluyo como causal de permanencia la comodidad o, en mi caso, mi apacible indiferencia. Puede ser. Pero sea como sea, la invasión de los BRUTOS SENSIBLES COMO ESTACA (la cita es de Rimbaud, La Virgen Loca. El Esposo Infernal”) es mi karma. Soy una persona amable. Puedo soportar bastante bien por un rato. Un par de días. Sonreir y participar en una conversación con exquisita urbanidad. Pero no de corrido y si esa sociabilización me impide pintar (y hasta pensar muchas veces). Escucho cantar a Sabina: “No tengo en un altar a la familia, culpable de mis fobias y mis filias, pero, eso sí, confieso que me agota tener que soportar a tanto idiota.” 

     Supongo que lo que acabo de escribir me hace lucir como una arrogante bruja creída de su propia importancia. Una repugnante pseudo-intelectual que mira despectivamente a su entorno. No voy a defenderme aun siendo que no es tan así tampoco. Soy artista, vivo mirando a mi alrededor, escuchando, observando, intentando comprender. Buscando para definir, tratando de servir como catalizador. Traduciendo mi ámbito caótico en imágenes que digan lo mismo a través de la armonía estética. No vivo (ni quiero hacerlo) sola en mitad de la nada. Interactúo. Lo que reclamo es espacio (el desangelado ”espacio vital” que inició o justificó una guerra). Necesito respirar. Necesito paz. Necesito pintar. Necesito que respeten mi diferencia. 

     Si, soy rara. Sí, ¿y qué? 
-No provoquen a la fiera- aconseja bajo la voz primera. – Que aunque se quede calladita y quieta te da el zarpazo al final. Te escracha por escrito y te retrata en bolas con una cruz en el traste. 
-Es capaz de perpetuar su enojo del modo más artístico- resume la de anteojos. –Y quedás out side para los museos y la posteridad. 
-Lo peor es que te cuelga en el living y vas a tener que contemplarte todos los días- acota mi dulce y lánguida tercera voz. –Y eso puede ser un poco incómodo… 

     No llego a tanto. Creo. Todavía...







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