domingo, 26 de agosto de 2012

     Obtuve otro mapa que refiere también al Preste Juan: Presbiteri Johannis sive Abissinorum Imperii Descriptio (Descripción del Imperio del Preste Juan o Abisinia) de Abraham Ortelius , año 1573

  Kenneth Nebenzahl, Mapping the Silk Road and BeyondPhaidon Press Limited, London 2004 (pág. 53)



   

Aparece en la misma publicación el detalle del Preste Juan, con el epígrafe: “The enigmatic Prester John, mythical medieval Christian King of “the Indies” (pág. 8).






     El relato de Baudolino a Nicetas inicia en el año 1204, cuando lo rescata de la invasión que arrasa Constantinopla. Ya en tierras del Preste cuenta:

  “…Dijo que estaba ansioso de saber por su boca, ellos que habían visitado el fabuloso Occidente, si de verdad existían acullá todas las maravillas de las que habían leído en tantos y tantos libros que habían tenido entre manos. (…) Si era verdad que se llegaba a la construcción por una escalera donde, en la base de un determinado escalón había un agujero desde el que se veía pasar todo lo que sucede en el universo, todos los monstruos de las profundidades marinas, el alba y la tarde, las muchedumbres que viven en la Última Thule, una telaraña de hilos del color de la luna en el centro de una negra pirámide, los copos de una sustancia blanca y fría que caen del cielo sobre el África Tórrida en el mes de agosto, todos los desiertos de este universo, cada letra de cada hoja de cada libro, ponientes sobre el Sambatyón que parecían reflejar el color de una rosa, el tabernáculo del mundo entre dos placas relucientes que lo multiplican sin fin, extensiones de agua como lagos sin orillas, toros, tempestades, todas las hormigas que hay en la tierra, una esfera que reproduce los movimientos de las estrellas, el secreto latir del propio corazón y de las propias vísceras, y el rostro de casa uno de nosotros cuando nos transfigura la muerte…”

Umberto Eco, Baudolino, pág. 471/472

      Maravilloso homenaje de Eco al Aleph de Borges, cuidando de mutar palabras a las expresiones que correspondían al tiempo de la vida de Baudolino. América es la Última Thule, los espejos dos placas relucientes que lo multiplican sin fin, el astrolabio persauna esfera que reproduce los movimientos de las estrellas”. Una delicia.





     Acá transcribo el pasaje borgiano que se corresponde:

 “En la calle Garay, la sirvienta me dijo que tuviera la bondad de esperar. El niño estaba, como siempre, en el sótano… Carlos entró poco después. (…) –Bajá; muy en breve podrás entablar un diálogo con todas las imágenes de Beatriz (…) –La almohada es humildosa- explicó-, pero si la levanto un solo centímetro, no verás ni una pisca y te quedas corrido y avergonzado. Repantiga en el suelo ese corpachón y cuenta diecinueve escalones. (…) Cerré los ojos, los abrí. Entonces vi el Aleph. Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza, aquí, mi desesperación de escritor. (…) …¿cómo trasmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? (…) En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es. (…) En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. (...) Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de la negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mi como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena (…) vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas… vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, por que mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.” 

Jorge Luis Borges, El Aleph, fragmento








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