miércoles, 22 de agosto de 2012




     La “asociación libre” es mi línea habitual de razonamiento. Y de distracción. Domingo por la tarde, en una feria municipal de colectividades, compro un “vinho verde” seudo portugués. Lo compro por verde, ya que yo prefiero –como es sabido- las bebidas verdes: licor de menta con hielo, “mint julip”, daiquiri rebelde, blue margarita, falsa absenta legal. ¿Por qué tal preferencia? Quien sabe; ¿por el color? Me recordará a los Poetas Malditos con su ajenjo inspirador. O el maravilloso L´Absinthe de Degas que resume mi eterno pesar por no bailar ballet. Verde irlandés de una cerveza, con menta también y por eso verdolada.

      El licor de vinho verde no me gusta demasiado pero me lleva –obviamente- a Saramago. Recuerdo un artículo periodístico que reseñaba la voz oficial del Vaticano ante la mala nueva de su muerte. Sé que guardé el recorte, pero ¿dónde? No dentro de algunos de sus libros que hay en mi biblioteca. Andará en mi archivo general (en mi taller) pero ahí no hay orden como para encontrarlo sin empeñar varios días y múltiples distracciones en su búsqueda. Pero hurgando en mi biblioteca recuperé un párrafo delicioso que había marcado en “El año de la muerte de Ricardo Reis” y que me suena como una profética venganza anticipada contra la curia:

  Pero lo mejor, por venir de más elevada instancia, la primera por debajo de Dios, fue la declaración del cardenal Pacelli en el sentido de que Mussolini es el mayor restaurador cultural del imperio romano, este purpurado, por lo mucho que ya sabe y lo más que promete saber, merece ser papa, ojalá no lo olviden el Espíritu Santo y el cónclave cuando llegue el feliz día, aun andan las tropas italianas fusilando y bombardeando por Etiopía y ya el siervo de Dios profetiza imperio y emperador, ave césar, ave maría.” 

José Saramago, El año de la muerte de Ricardo Reis, Alfaguara S.A. Madrid 2010 pág. 196.-





     Y no pasa ni un rato cuando me sale al encuentro un artículo de Felipe Pigna (“San Martín, el gran político”, Revista VIVA del 19 de agosto de 2012, pág. 12/14), que transcribe una carta de San Martín a Tomás Guido (en ese momento ministro de Relaciones Exteriores de Rosas que pretendía restablecer relaciones con el Vaticano, rotas desde 1810):

“¿Negociar con Roma? Dejen de amortizar el papel moneda y remitan un millón de pesos y conseguirán lo que quieran. Usted sabe mi profundo saber en latín; por consiguiente, esta ocasión me vendría de perilla para calzarme el Obispado de Buenos Aires, y por este medio no sólo redimiría todas mis culpas, sino que, aunque viejo, despacharía las penitentes con la misma caridad cristiana como lo haría el casto y virtuoso canónigo Navarro, de feliz memoria. Manos a la obra, mi buen amigo. Yo suministraré gratis a sus hijos el Santísimo Sacramento de la Confirmación sin cortar mis oraciones por su alma, que no escasearán. Yo creo que la sola objeción que podrá oponerse es mi profesión; pero los santos más famosos del almanaque ¿no han sido militares? Un San Pablo, un San Martín, ¿no fueron soldados como yo y repartieron sendas cuchilladas sin que esto fuese un obstáculo para encasquetarse la Mitra? Admita usted la Santa bendición de su nuevo prelado, con la cual recibirá la gracia de que tanto necesita para libertarse de las pellejerías que le proporciona su empleo”.






      Mi vinho portugués reclama su geografía y saco de su estante El Evangelio según Jesucristo. Y el eterno retorno me conduce mansamente otra vez a la inquisición. Dios acaba de decirle a Jesús que lo hará mártir para extender su poder más allá de Israel. Jesús pide explicaciones y Dios le reseña el devenir de su iglesia: 

 “Todavía está la Inquisición, pero de ella, si no te importa hablaremos en otra ocasión, Qué es la Inquisición, La Inquisición es otra historia interminable, Quiero conocerla, Sería mejor que no, Insisto, Vas a sufrir en tu vida de hoy remordimientos que son del futuro, Tú no, Dios es Dios, no tiene remordimientos, Pues yo, si ya llevo esta carga de tener que morir por ti, también puedo aguantar remordimientos que deberían ser tuyos, Preferiría ahorrártelos, De hecho, no vienes haciendo otra cosa desde que nací, Eres un ingrato, como todos los hijos, Dejémonos de fingimientos y dime qué va a ser la Inquisición, La Inquisición, también llamada Tribunal del Santo Oficio, es el mal necesario, el instrumento cruelísimo con el que atajaremos la infección que un día, durante lago tiempo, se instalará en el cuerpo de tu Iglesia por vía de las nefandas herejías en general y de sus derivados y consecuentes menores, a las que se suman unas cuantas perversiones de lo físico y de lo moral, lo que, todo junto y puesto en el mismo saco de horrores, sin preocupaciones de prioridad y orden, incluirá a luteranos y calvinistas, a molinistas y judaizantes, a sodomitas y a hechiceros, manchas algunas que serán del futuro, y otras de todos los tiempos, Y siendo la necesidad que dices, como procederá la Inquisición para reducir estos males, La Inquisición es una policía y un tribunal, por eso tendrá que aprehender, juzgar y condenar como hacen los tribunales y las policías, Condenar a qué, A la cárcel, al destierro, a la hoguera, A la hoguera, dices, Sí, van a morir quemados, en el futuro, millares y millares y millares de hombres y mujeres, De algunos ya me has hablado antes, Esos fueron arrojados a la hoguera por creer en ti, los otros lo serán por dudar, No está permitido dudar de mí, No, Pero nosotros podemos dudar de que el Júpiter de los romanos sea dios, El único Dios soy yo, yo soy el Señor y tu eres mi Hijo, Morirán miles, Cientos de miles, Morirán cientos de miles de hombres y mujeres, la tierra se llenará de gritos de dolor, de aullidos y de estertores de agonía, el humo de los quemados cubrirá el sol, su grasa rechinará sobre las brasas, el hedor repugnará y todo esto será por mi culpa. No por tu culpa, por tu causa, Padre, aparta de mi ese cáliz, El que tú lo bebas es condición de mi poder y de tu gloria, No quiero esa gloria, Pero yo quiero ese poder.-“ 

José Saramago, El Evangelio según Jesucristo, Santillana S.A. Madrid 2006 pág. 430/431.







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