“¡La Historia justifica lo que uno quiera! No enseña absolutamente nada, ya que lo contiene todo y da ejemplos de todo. Es el producto más peligroso que la química del intelecto haya elaborado…”
Paul Valéry, Regards sur le monde actuel
“-“Quid est veritas”, como decía un conocido mío hace tantísimos años. En parte se trata de un cúmulo de tonterías. Para comenzar, si se divide la base exacta de la pirámide por el doble exacto de la altura, calculando incluso los decimales, no se obtiene el número Pi sino 3,1417245. La diferencia es pequeña, pero importante. Además, un discípulo de Piazzi Smyth, Flinders Petrie, que también fue quién midió Stonehenge, dice que cierto día sorprendió al maestro limando los salientes graníticos de la antecámara real, para que sus cálculos encajaran… Quizá no fueran más que habladurías, pero lo cierto es que Piazzi Smyth no era un hombre que inspirase confianza, bastaba ver cómo se hacía el nudo de la corbata. Sin embargo, entre tantas tonterías también hay algunas verdades incontestables. ¿Quieren tener la bondad, señores, de acompañarme a la ventana? - La abrió de par en par con gesto teatral y nos invitó a asomarnos, nos mostró a lo lejos, en la esquina de su calle y la avenida, un quiosquito de madera donde debían de venderse billetes de lotería. –Señores- dijo-, les invito a que vayan a medir aquel quiosco. Verán que la longitud del entarimado es de 149 centímetros, es decir, la cien mil millonésima parte de la distancia entre la Tierra y el Sol. La altura posterior dividida por el ancho de la ventana da 176/56 = 3,14. La altura anterior es de 19 decímetros, que corresponde al número de años del ciclo lunar griego. La suma de las altura de las dos aristas anteriores y de las dos aristas posteriores da 190 X 2 + 176 X 2 = 732, que es la fecha de la victoria de Potiers. El espesor del entarimado es de 3,10 centímetros y el ancho del marco de la ventana es de 8,8 centímetros. Si reemplazamos los números enteros por la letra alfabética correspondiente, tenemos C10 H8, que es la fórmula de la naftalina. -Fantástico- dije-. ¿Lo ha verificado? –No. Pero un tal Jean-Pierre Adam lo hizo con otro quiosco. Supongo que todos estos quioscos tienen más o menos las mismas dimensiones. Con los números se puede hacer cualquier cosa. Si tengo el número sagrado 9 y quiero obtener 1314, fecha en que quemaron a Jacques de Molay, una fecha señalada para quien como yo se considera devoto de la tradición caballeresca templaria, ¿qué hago? Multiplico por 146, fecha fatídica de la destrucción de Cartago. ¿Cómo he llegado a ese resultado? He dividido 1314 por dos, por tres, etcétera, hasta encontrar una fecha satisfactoria…”
Umberto Eco, El Péndulo de Foucault, pág. 373/374.
“Ni fue tampoco un simple “accidente” en el curso de la historia alemana. Sin las condiciones únicas en que alcanzó prominencia, Hitler no habría sido nada. Cuesta imaginarle cruzando el escenario de la historia en cualquier otro período. Su estilo, su tipo de retórica, privados de tales condiciones, no habrían tendido atractivo. Las repercusiones que tuvieron en el pueblo alemán la guerra, la revolución y la humillación nacional, y el miedo intenso al bolchevismo en amplios sectores de la población, proporcionaron a Hitler su plataforma. El explotó las condiciones brillantemente. Fue, más que ningún otro político de su época, el portavoz de los temores, resentimientos y prejuicios extraordinariamente intensos de la gente ordinaria que no se sentía atraída por los partidos de la izquierda o los anclados en los partidos del catolicismo político. Y ofreció a esa gente, más que ningún otro político de su tiempo, la perspectiva de una sociedad nueva y mejor, aunque se tratase de una sociedad que parecía descarnar en “auténticos” valores alemanes con los que esa gente pudiese identificarse. En el mensaje de Hitler la visión del futuro iba de a mano de la denuncia del pasado. (…) “Un salto a la oscuridad” fue como describió un periódico católico el nombramiento de Hitler para la cancillería. Y los había, y no sólo en la izquierda derrotada, que preveían un desastre. “Habéis entregado nuestra sagrada Patria Alemana a uno de los mayores demagogos de todos los tiempos”, escribió Ludendorff (que tenía experiencia de aquello sobre lo que escribía) a su antiguo compañero de guerra Hindenburg. “Yo profetizo solemnemente que este hombre maldito arrojará nuestro Reich al abismo y llevará nuestra nación a una miseria inconcebible. Las generaciones futuras os maldecirán en vuestra tumba por lo que habéis hecho.”
Ian Kershaw, Hitler Ediciones Península SA, Barcelona 1999, pág.423/424
Joaquín Sabina, Embustera, del Álbum Vinagre y Rosas
“Lo que llamaba la atención en Baudolino era que, dijera lo que dijera, miraba de soslayo a su interlocutor, como para advertirle que no lo tomara en serio…”
Umberto Eco, Baudolino, pág. 23
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