La totalidad de las imágenes que se reproducen en este blog corresponden a obras de mi autoría.
domingo, 31 de julio de 2016
sábado, 30 de julio de 2016
Bienvenido a casa. Y es un reencuentro en todas las de la ley,
porque reconozco la textura y el amarillento de las páginas: es la misma
edición que yo encontré olvidada en un galpón por un albañil allá en mi infancia. Sólo que aquel ejemplar estaba sin tapas y sin el
primer y el último librillo de encuadernación.
Por
primera vez leo su prólogo y me río a carcajadas. ¿Múltiples imágenes, múltiples yo? Bueno, es lógico que, aunque circunstancialmente
lo desconociera entonces, ese texto perdido haya sido iniciático en mi vida. El laboratorio de los Espejos.
“(…) Era una inmensa sala de paredes de
espejos… Las puertas eran casi
invisibles… Aquellas puertas hacia las
que uno avanzaba viéndose distinto y saliendo de la misteriosa estancia que
cerraban… Aquellas puertas que se abrían
hacia fuera, de tanto que salía por ellas la imagen que nos devolvía la luna
del espejo; imagen que era nuestra, pero no la nuestra.
Había sentido cómo aquella tercera puerta
me llamaba y me marché hacia ella. Yo
marchaba hacia ella y de ella salía una imagen mía –que no es la imagen mía-
que marchaba hacia mí. Me reconocí en
ella, desde luego; y me asombré de reconocerme en aquella manifestación
inesperada de mi plural ontología literaria.
Todos sabéis que se habla mucho –desde que
Sigmund Freud se hizo tan popular como Jack Dempsey o Alejandro Dumas- de los
diferentes yoes… Ya hasta los egoístas
más fanáticos y contumaces condescienden a hablar del “otro-yo”. Es decir, que la gente admite eso tan
sugestivo y tentador –que muchas veces conduce a los delirios voluptuosos de la
proesquizofrenia- de ser más de uno en sí mismo, quizá para justificar el
hablar solo, acaso para tener a quien echarle la culpa de los desafueros
cometidos, tal vez para sentirse más fuerte…
La gente admite, pues, la existencia del “otro-yo” y también la del “super-yo”. Aquí se arma un poco de tomate con el
subconciente y la sobreconciencia; el diablillo de la proclividad al mal, y el
Ángel de la Guarda. Pero no es cosa de
ponernos aquí a remontar la ciencia ni la conciencia, la psicología ni la vida
angélica; aquí tenemos que hablar, sencillamente, del laboratorio de los
Espejos…
Estamos de acuerdo en que el hombre tiene
varias personalidades, según se mire él, o lo miren sus amigos, su mujer, sus
jefes, sus subordinados, sus hijos, su madre…
Según es en realidad y según lo juzga Dios. Por cierto, es muy complicado. Pero el hombre es proteico de varias maneras. No solamente en la latitud de los otros-nos y
en la longitud de la fama, sino también en su capacidad de crear –de segregar,
casi mejor dicho- seres a su imagen y semejanza que asumen las
responsabilidades de algunas manifestaciones biogénicas de la mente literaria. Es lo que el literato tiene de prodios. Es su capacidad de dar vida pública a
criaturas latentes en a memoria hereditaria –los personajes-, pero es también
su facultad de eonizarse en seudónimos y anagramas, que se distinguen unos de
otros –cuando son realmente distinguidos- y se diferencian en sus modos de ser
y de hacer. No se trata de fregolismos
ni de cosmética, sino, real y verdaderamente, de cariocinesis ontológica. Su sede natural es, por suputo, el
laboratorio de los Espejos.
Avancé hacia la luna de la tercera puerta
y de ella avanzó hacia mí la imagen clara de Troyam Japrysh. Nos confundimos en un abrazo integrador de
tan comulgado y me metí por aquellos dominios sin necesidad de abrir la puerta;
pues la verdad es que aquellas puertas se abrían sin abrirse; sencillamente se
pasaban.
Troyan Japrysh era alto y fuerte, con unos
inmensos ojos a un tiempo dulces y firmes, donde alumbraban la bondad y la
resolución. Allí estaba, en medio de las
vidas que yo le había ofrecido, tratando de interpretarlas y
transmitirlas. Aquellos hombres y
mujeres que Troyan Japrysh había descubierto en su camino, porque yo se los
había puesto por delante, mantenían el secreto de sus vidas, de sus
pensamientos y sus obras. A Troyan
Japrysh le tocaba penetrarlos, descifrarlos, describirlos, manifestarlos.
Eran hombres y mujeres de muy distinto
tipo, y todos ellos habían sentido, de alguna manera, el álgido paso cauteloso
de Tanatos. Se habían visto mezclados en
siniestros asesinatos, y algunos, entre ellos, eran los mismísimos jinetes del
Caballo Pálido que habían osado volver al polvo el polvo de su hermano…
Troyan Japrysh tenía que poner a los
asesinos en trance de confesión, No le
correspondía a él resolver si la confesión sería un alarde de cinismo o un acto
de constricción. Troyan Japrysh no era
un juez, ni siquiera un crítico. Troyan
Japrysh era, sencillamente, un narrador.
Un testigo omnividente, quizá; un cronista veraz, sin duda. Es decir: no un historiador, sino un
novelista.
De ahí que Troyan Japrysh pueda decirnos
aquí como cuentan su cuento un asesino enamorado, un asesino perdido, un
asesino vanidoso y un asesino melancólico…
Pasad la hoja.
Walter Ego”
Abel
Mateo, El Asesino cuenta el cuento El Triángulo Verde,
Buenos Aires 1955, página 7/9.-
jueves, 28 de julio de 2016
Tras casi
treinta de años de búsqueda creo que finalmente encontré ese libro de autor y
título desconocido. Probablemente la
mitad de mi biblioteca –la de temática policial- sea consecuencia de esa
búsqueda empecinada. Le debo a ese
librito roto, sin tapa y sin sus páginas iniciales y finales, haber descubierto
autores maravillosos y a una cantidad de horas inolvidables y gratas enredada
en misterios y sospechas.
Pero,
decía, creo que finalmente lo encontré.
Siguiendo mi rutina de caza, compré entre otros títulos un librito usado
de editorial Kapeluz “Cuentos Policiales Argentinos” (Buenos Aires, 1995), con
selección de textos y estudio preliminar de Fermín Fevre. Ya desde la tapa auguraba a Borges y a Bioy, y eso sólo (aunque seguramente ya
hubiera leído esos cuentos y los tuviera en otros libros) era sobrado
justificativo para rescatarlo de los anaqueles de la librería de viejo de calle
Corrientes y lo trajera a casa.
Y todo
libro que compro tiene un mismo recorrido: primero mi mesa de luz, lectura apacible, después
lo inventarío en un archivo de mi computadora y lo llevo a mi biblioteca, en la parte alta de casa, y escojo cuidadosamente su lugar: por autor
inicialmente y por temática si no tiene antecedente.
Mi reciente
adquisición resultó deliciosa ya desde su primera página. Fermín
Fevre hace un compendio de los orígenes del relato policial y cita autores
y títulos, la mayoría que he leído y poseo, y recorrerlos de nuevo con él fue un
paseo divertido. Pasó de autores
internacionales a centrarse en los argentinos y ahí si bien conocía y
eventualmente había leído algo de cada uno de los citados mis posesiones eran
menores. Hasta que llegamos a la reseña
del año 1955:
“Año
1955: Se publica la novela La muerte baja en ascensor, de María Angelica Bosco, con la cual la
autora obtiene el Premio Emecé de 1954.
Novela ésta de buena factura y compleja trama, está ambientada en una
casa de departamentos de la calle Santa Fe.
Se da también a conocer Marco Denevi, que con
su Rosaura
a las diez obtiene el Premio Kraft. Se trata de una novela psicológica, muy bien
estructurada, que permite ser incluida en el género. Se publica también El asesino cuenta el
cuento, de Abel Mateo. (…)” (página
26, obra cit.).
La obra de
Bosco la conocía de referencia y a Deneví lo he leído y su Rosaura está
presente entre mis libros. Pero de Abel
Mateo era la primera vez que tenía noticia.
Y ese título “El asesino cuenta el cuento” era uno de los que
consideraba probable para mi libro buscado, sólo que en inglés –ya que los
personajes y el escenario que yo recordaba era británico o norteamericano-. Marqué la página (ya era entrada la noche cuando
leía esto) y me propuse indagar sobre este autor argentino.
Y (¡bendita!)
internet mediante, al día siguiente leía (artículo de Gonzalo Santos para Perfil):
“La literatura argentina abunda en grandes
olvidados que antes o después terminaron desenterrados de la amnesia general.
Pero aún no le llegó el turno a Abel Mateo, escritor de novelas policiales que
se ubica entre los pioneros de un género hoy en auge, pero que en los años 30
representaba casi un gesto de excentricidad. La literatura argentina abunda en
grandes olvidados que antes o después terminaron desenterrados de la amnesia
general. Pero aún no le llegó el turno a Abel Mateo, escritor de novelas
policiales que se ubica entre los pioneros de un género hoy en auge, pero que
en los años 30 representaba casi un gesto de excentricidad. (…) Para el crítico Jorge Lafforgue, autor junto
con Jorge B. Rivera del clásico ensayo Asesinos de papel (1977), si bien “sus
empeños no fueron revolucionarios (Borges, Walsh), ni brillantes (Bioy, Pérez
Zelaschi, Martini, Piglia, De Santis), su actual borramiento es inmerecido”. Si
revisamos diccionarios (de Adolfo Prieto a César Aira), manuales diversos e
historias (en la canónica de Enrique Anderson Imbert, que supo cultivar
el género en la misma época que Mateo, apenas aparece su nombre incluido en una
enumeración), es ninguneado una y otra vez.
En la página de la Biblioteca Nacional, donde debiera estar su biografía
dice: “Es el autor que más ha escrito en la tendencia policiaca”. Eso es todo.
Ni siquiera figura la fecha de su deceso…”
Bueno, un
autor olvidado con “obras editadas hoy inhallables” sonaba como muy apropiado,
aunque insisto que mi convicción era que yo buscaba a un escritor inglés o
norteamericano no un compatriota. Seguí
indagando por la web, que aunque no fuera el objetivo final de mi búsqueda ya
era objeto de mi total interés.
Y Google me trae el link a “El
asesino enamorado” de El Asesino cuenta el cuento (http://www.bn.gov.ar/media/page/el-asesino-enamorado.pdf),
y en el listado de personajes que encabeza el cuento me reencuentro
(¡finalmente! y juro que casi puedo llorar) con algunos de esos viejos personales perdidos: Percival Garden, Francine Viamont… ¡¡¡¡LO
ENCONTRE!!!!
Hay un
vértigo inenarrable en llegar a ese lugar al que durante tanto tiempo estuvimos
bregando por llegar sin creer realmente que arribaríamos alguna vez. Busqué ese libro perdido tanto tiempo, con
tanto tozudo empeño, dudando de que alguna vez lo encontrara. Cacería infinita por el placer de la caza
tras una presa que sospechamos inexistente.
Pero de pronto, sorpresa, lo encontré…
Rápidamente
me deshice de la emoción diciéndome que encontré autor, título y editorial pero que
todavía no tenía el libro en mis manos
(releerlo en línea no es exactamente lo
mismo que colocarlo en SU lugar en
el estante de mi biblioteca donde siempre podré volver a él). Mercado Libre mediante (que después de internet en general y Google en particular es la tercera pata
de mi Santa Trinidad) ubiqué un ejemplar disponible a la venta. Se supone que el sábado próximo me reuniré
con el vendedor y finalmente volveré a tener ese libro en mis manos y física y
oficialmente nos habremos reencontrado. La ansiedad
me impide hacer mucho más por estos días.
¿Con que
pasión perdida rellenaré el hueco que este encuentro imposible dejará vacante? ¿Detrás de
qué otra estrella fugaz e intangible podré corretear como excusa para
perder el tiempo entre libros viejos en librerías desordenadas llenas de polvo
y olor a vainilla? Tengo que hallar otro
grial que perseguir...
miércoles, 27 de julio de 2016
Jugar
con basura – Segunda parte
El
destino de la basura es ir a parar –precisamente-
a la basura. El destino de mis diversos
cachivaches probablemente sea también terminar en la basura. Entonces, ¿qué importancia tiene que antes de
llegar a ese destino común e inevitable se entretengan jugando un rato conmigo?
martes, 26 de julio de 2016
lunes, 25 de julio de 2016
Trato de
explicarle el asunto de las texturas, pero no me entiende porque asocia textura
a pintar al óleo con espátula. Puede
haber textura aunque no haya relieve, la diferencia que otorga el soporte de
papel y la superposición de medios. Ese
pretender que el color haga la trampa. Trompe-
l´oeil. Engaños estéticos.
Estoy jugando. Hago lo que hago porque sí, para reflejar una
idea, una sugerencia, una posibilidad.
No hay razón lógica, ¿por qué tendría que haber reglas? Si al final la imagen que me devuelve la obra
concluida coincide con el placer de hacerla, entonces para mí todo está bien. Muy bien.
domingo, 24 de julio de 2016
sábado, 23 de julio de 2016
Dice el
personaje de Gillian Anderson (Stella,
aunque siempre será Scully), en el último capítulo de la segunda temporada de The Fall, que lo
que más temen los hombres es que las mujeres se rían de ellos; lo que más temen
las mujeres es que los hombres las maten.
Y como
las cosas suelen confabularse para rondar en grupo en ese supuesto desorden que
es el universo de la web, en la TimeLine
de mi cuenta de Twitter aparen
comentarios de artículos sobre la artista Ana
Mendieta y actuales protestas frente a la Tate Modern Gallery de Londres.
"Ahora,
un grupo ha protestado frente a la Tate Modern por la presencia del escultor
minimalista Carl André. Le piden cuentas sobre la muerte de su mujer, la
artista cubana Ana Mendieta, quien cayó por una ventana en circunstancias
oscuras y de cuyo asesinato André fue acusado primero y absuelto después -igual
que tantos hombres que también hoy ejercen la violencia de género."
En Vanity
Fair, Ianko López (http://www.revistavanityfair.es/actualidad/articulos/muerte-de-ana-mendieta-artista-carl-andre/22631)
cuenta:
"El
pasado mes de junio se inauguraba en Londres, entre mensajes triunfalistas, la
ampliación de uno de los centros de arte contemporáneo más conocidos del mundo,
la Tate Modern. (…) Pero entre el clima
generalizado de euforia un grupo de manifestantes se reunió en las
escaleras de la catedral de San Pablo antes de atravesar el Millenium Bridge y
llegar hasta la Tate portando pancartas y gritando consignas con rima
consonantes como:
“Oi,
Tate, we’ve got a vendetta – where the fuck is Ana Mendieta”(“Oye, Tate,
queremos venganza: ¿dónde coño está Ana Mendieta?)”.
…protestaban
porque la obra de la fallecida artista Ana Mendieta, de la que la Tate posee
varias piezas en sus fondos, permanece en los almacenes de la institución
mientras quien fue su marido, Carl André, está bien representado en la
exposición permanente del nuevo edificio. (…)
…la
madrugada del 8 de septiembre de 1985 Ana Mendieta y Carl André, casados desde
hacía unos meses, discutían a grandes voces en su domicilio, situado en lo alto
de una torre de apartamentos del Greenwich Village de Manhattan. El
portero declararía haber escuchado cómo ella gritaba varias veces “¡No, no,
no!” justo antes de que su cuerpo recorriera los 33 pisos que la separaban del
asfalto o, más exactamente, del techo del deli en el que se estampó,
falleciendo en el acto. Los hechos también dicen que Carl André llamó entonces
al teléfono de emergencias, y explicó al operador con sorprendente serenidad: “Mi
esposa es artista, y yo soy artista, y tuvimos una pelea sobre el hecho de que
yo estaba, eh, más expuesto al público que ella. Y ella fue al dormitorio, y yo
fui tras ella, y ella saltó por la ventana”. Cuando la policía llegó al
dormitorio, lo encontró todo revuelto y a Carl André con arañazos en los brazos
y la nariz. André fue acusado de
asesinato en segundo grado y sometido a un juicio que duró tres años. (…)
...el veredicto oficial fue favorable
a Andre, declarado no culpable en base al principio de “duda razonable”. "
Hombre
pequeñito, hombre pequeñito,
Suelta a tu canario que quiere volar...
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
déjame saltar.
Suelta a tu canario que quiere volar...
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
déjame saltar.
Estuve
en tu jaula, hombre pequeñito,
hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
ni me entenderás.
hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
ni me entenderás.
Tampoco
te entiendo, pero mientras tanto
ábreme la jaula que quiero escapar;
hombre pequeñito, te amé media hora,
no me pidas más.
ábreme la jaula que quiero escapar;
hombre pequeñito, te amé media hora,
no me pidas más.
Alfonsina
Storni, Hombre Pequeñito
jueves, 21 de julio de 2016
Concuerdo
con Eco en eso de que somos lo que
hemos aprendido en los ratos perdidos cuando nadie nos estaba enseñando nada.
Como muchos de mi generación tuve por niñera y compañero de juegos un televisor
blanco y negro que reproducía una programación muy limitada, de escasas diez
horas al día y con productos extranjeros de más de una década de antigüedad que se repetían con excesiva frecuencia.
No
exagero si afirmo que almorcé cada día de mi infancia con Los Tres Chiflados. Moe,
Larry y su variable tercero (Shemp,
Joe, Curly) fueron la presencia masculina más constante de mi niñez, por lo
que probablemente el estereotipo de hombre que se formó en mi inconsciente fue la de un ser ni muy brillante y ni muy gentil aunque sí (¡increiblemente!) muy querible. La rubia espléndida que solía aparecer en los
episodios, seduciendo y usando a los protagonistas, dejaba muy en claro que la
mujer era en ese universo el ser bonito e inteligente que detentaba el control del
juego.
Al rato, por la tarde al volver de la escuela, consumía el estereotipo
femenino coincidente de Emma Peel de
Los
Vengadores y de la memorable Gatúbela del Batman de Adam West.
Las mujeres, en mi infancia, eran los
personajes estéticamente perfectos e intelectualmente astutos y sabios que
conocían todos los trucos para manipular a los hombres que, aunque formalmente
los protagonistas, eran en los hechos adorables satélites de esas damas gloriosas. Esas cosas se te graban en la memoria y te
condicionan. ¿Cómo tomar en serio al
machismo si no podés escindirlo de la imagen de un Larry con sus escasos rulos al viento o de la pancita decadente de un Batman simplón?
Debo
decir que si uno se pone a analizar el paradigma conformado durante los últimos
veinte años por Los Simpson, se concluye lo mismo: Homero es adorablemente querible (¿quién puede no amar a Homero?)
pero el cerebro le tocó a la chica. Lisa no sólo es inteligente sino que es
también noble, sensible, responsable y leal; el personaje a imitar. Nadie
va a reconocer públicamente que su ideal a copiar es Homero…
Ya hay muchas
generaciones de mujeres y jovencitas que cuando le hablan de machismo la imagen que se les
viene a la mente es la del muestrario simpsoniano: Homer, Ned Flanders, Moe, Barney, Smithers, Montgomery Burns, el
señor Skinner con su mamá…
Es esta
educación no oficial, supuestamente subliminal, la que –al menos en mi caso- destruyó toda posibilidad de convencerme de
que las mujeres somos “inferiores”, “débiles”, “necesitadas de protección”, de una categoría por debajo de la del
varón y con la domesticidad como único destino. Y si se arranca desde una
convicción natural de igualdad todo lo demás (todas las limitaciones o fracasos
que se enfrentan a lo largo de la vida) tienen que ver sólo con nuestra
capacidad o nuestro mérito, no con el género.
Se asume que si no logramos lo que queremos es pura y exclusivamente
nuestra responsabilidad y no por el estigma de haber nacido con el sexo
equivocado.
“A
mediados del siglo diecinueve Domingo Faustino Sarmiento había proclamado que
era posible juzgar el nivel de civilización de un país por la posición social
de sus mujeres. Citando a Fenelón y a
Rousseau, dijo que los hombres de una nación sólo podían ser tan grandes y
virtuosos como las mujeres que los criaron, pero sugirió, además, que las
mujeres podían tener un destino político propio, como instaban en la época en
Europa voces más progresistas. Fuera lo que fuera lo que deparara el destino,
decía Sarmiento, el punto de partida debía ser igual educación para la mujer, y
bajo su guía se llevaron maestras de los Estados Unidos, quienes iniciaron las
primeras escuelas para mujeres en la Argentina.
Los progresos que se hicieron en el campo de la educación durante su
mandato presidencial fueron indirectamente responsables de las primeras
actividades feministas organizadas en el país a comienzos del siglo
veinte. Las mujeres con título
universitario decidieron unirse para combatir la discriminación que habían conocido
de estudiantes y luego como profesionales en una sociedad que obcecadamente insistía
que el lugar de la mujer era el hogar.
(…) Intentando organizar a las mujeres para su
propia defensa, Cecilia Grierson, la primera médica argentina, fundó el Consejo
Nacional de Mujeres en 1900. Más tarde,
en 1903, ella y otra médica, Julieta Lanteri, iniciaron una organización de
mujeres universitarias para promover la educación superior de la mujer. Activistas de estos y otros grupos fueron
responsables de la organización del Primer Congreso Feminista Internacional,
que tuvo lugar en Buenos Aires en 1910 con representantes del resto de las
Américas y de Europa. Las delegadas,
ignoradas por el gobierno argentino de ese momento, votaron a favor de la
igualdad civil y económica para la mujer, la reforma del sistema educativo (los
consejos de Sarmiento habían sido seguidos sólo en parte) y la ley del divorcio. El primer partido feminista de la argentina
fue fundado por Lanteri en 1919. Ese
mismo año, Elvira Rawson de Dellepiane, médica y maestra, fundó la Asociación
de Derechos de la Mujer, instando a que las mujeres de todas las clases
sociales lucharan por iguales derechos.
Dellepiane, Sara Justo y Alicia Moreau de Justo, prominentes feministas que
trabajaban desde el Partido Socialista, fueron responsables de la adquisición
de ciertos adelantos en la legislación protectora de las mujeres y menores
trabajadores, promulgadas por el Congreso a principios de siglo.
(…) Varios ensayos que escribió Victoria a
mediados de la década de 1930, poco después de conocer a Virginia Wolf (pero
antes de que esta publicara Tres guineas en 1938), demuestran que compartían
las mismas ideas con respecto a la influencia civilizadora que pueden ejercer
las mujeres sobre la sociedad. El
patriarcado había producido guerras y dictaduras, competencia y materialismo, y
todo esto, combinado, había contribuido a degradar el espíritu de la
civilización moderna. Si las mujeres no
hubieran sido tiranizadas por los hombres, tal vez los valores morales serían
diferentes. La sociedad debe buscar una
armonía de influencias masculinas y femeninas o de lo contrario enfrentarse a
la destrucción.
(…) Una mujer responsable moralmente entiende la
maternidad como deber sagrado que acarrea el poder de influir en las
generaciones futuras. “Mujeres”, seguía
diciendo Victoria, “eso es lo que importa.
El hombre está en vuestras manos, puesto que desde la entraña se os
entrega. El hombre es moldeado por
vosotras. Y la única modificación lenta
que puede sufrir la humanidad depende de vosotras…” Este poder, y no el poder mágico atribuido a
las mujeres como musas, es el que importa, y es algo que las mujeres nunca
deben abdicar en favor de los hombres.
Naturalmente, para que este poder sea esgrimido con responsabilidad, las
mujeres deben ser educadas en un pie de igualdad con los hombres, y disfrutar
de todos los derechos civiles y políticos que tradicionalmente les han sido
negados. La misión que prevé Victoria
para las mujeres presupone igualdad y justicia para su propio sexo.”
Doris
Meyer, Victoria Ocampo – Contra viento y
marea Editorial
Sudamericana Buenos Aires 1979, páginas 212/214
y 288/289.-
Espíritu femenino
grafito 50X70 cms -1996
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