“Recuerdo
sí que una vez lo visité, estábamos con Francisco Luis Bernárdez, en una casa
de la calle Las Heras, pensión donde él ocupaba una pieza. Lo encontramos, era un día de verano ya, y
tenía un calentador Primus y la pava puesta sobre el calentador y echando vapor
a chorro (la pava, ¿no?), y cuando le preguntamos por qué tenía esa pava así,
con tanto vapor, dijo que el ambiente estaba seco y él necesitaba que hubiera
cierta humedad en el ambiente, porque los porteños vivimos en un clima húmedo y
necesitamos un coeficiente de humedad para subsistir bastante considerable; y
yo recuerdo que le pregunté si él no creía que con el andar del tiempo ese
aumento de humedad nos podría convertir a los porteños en anfibios ¿no?, y
consideró la posibilidad como verdadera...”
De la entrevista a Leopoldo Marechal, MACEDONIO FERNANDEZ, Carlos Perez
Editor, Buenos Aires 1968 páginas 69/70.
La
humedad de Buenos Aires, un karma y
una resignación. La humedad que impide
que la pintura seque, que hincha la madera, que desmorona las esculturas de
papel. Pero será verdad que somos medio
anfibios porque sin humedad (sin Buenos
Aires) se nos dificulta sobrevivir.
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