Es difícil
compatibilizar la teoría –que uno conoce y acepta como cierta- con la práctica personal. Sé por vivenciarla en mi
entorno diario que la igualdad de derechos de la mujer es una batalla en pleno
desarrollo, pero no puedo argumentar con honestidad que yo haya sido víctima en
toda mi vida de una sola acción discriminatoria. Acepto como explicación muy
probable que yo sí haya sido discriminada por género pero que no registré el
hecho y por distraída o por absolutamente convencida en la igualdad le pasé por
encima con la contundencia de la indiferencia.
Se han dado varias circunstancias que juegan
en conjunto: que recibí una educación y me muevo en un ámbito profesional donde
la igualdad de derechos es una premisa de base; que cierta habilidad
intelectual (mi buena memoria, la
facilidad de hacer conexiones entre múltiples datos) generó cierto éxito
académico que granjeó un respeto entre mis pares masculinos muy próximo a la
conveniencia (siempre facilité data y ayudé
a escribir textos ajenos, una gratuita ghost writter); y que desde muy
jovencita pinté gente desnuda exponiendo dicha obra sin ningún tipo de pudor. Es factible que haya sido complicado para
cualquiera que tuviera la intención venir a decirme que yo no podía hacer tal o
cual cosa por el simple hecho de ser mujer.
Pero sé
que hay muchas mujeres que sufren de distintos tipos de discriminación, de
limitación a sus potenciales o de exceso de dificultades cuando intentan
desarrollar diversas actividades. Ello
dejando de lado todas las versiones de la violencia, flagelo eterno y universal.
Y aun siéndome difícil concebir algunas cosas desde mi propia vivencia, en el
plano de la teoría siempre estoy dispuesta a colaborar con campañas o programas
tendientes a la igualdad de género.
Como en
todo, estoy convencida que la solución es la educación. Y la convicción. De la convicción deviene la obcecación: si
estoy segura de que tengo derecho a algo sólo hay que ponerlo como meta y darle
para adelante. Tercamente. Si tengo derecho a entrar, voy a entrar
aunque no quieras abrirme la puerta; voy a golpear hasta que abras o hasta que
parta al medio la dichosa puerta. Pero
voy a entrar. Educamos a las niñas a la perseverancia
y a los niños a la prudencia de no arriesgarse a la ira femenina.
¿No hay
contradicción entre la convicción en la igualdad y pintar mujeres desnudas (aunque conste que también desnudo caballeros)? Nadie nunca ha dicho que mis chicas hablen de
ser objetos sumisos de uso masculino.
Mis chicas sin ropas hablan de muchas cosas, y la desnudez sólo refiere
a la comodidad de ser. Al no encontrar
en el género ni un obstáculo ni un privilegio.
Ser quién se es y proyectar desde ese lugar personal. Tan igual y tan único como cada uno es.
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