miércoles, 20 de julio de 2016









   Es difícil compatibilizar la teoría –que uno conoce y acepta como cierta- con la práctica personal.  Sé por vivenciarla en mi entorno diario que la igualdad de derechos de la mujer es una batalla en pleno desarrollo, pero no puedo argumentar con honestidad que yo haya sido víctima en toda mi vida de una sola acción discriminatoria. Acepto como explicación muy probable que yo sí haya sido discriminada por género pero que no registré el hecho y por distraída o por absolutamente convencida en la igualdad le pasé por encima con la contundencia de la indiferencia.

     Se han dado varias circunstancias que juegan en conjunto: que recibí una educación y me muevo en un ámbito profesional donde la igualdad de derechos es una premisa de base; que cierta habilidad intelectual (mi buena memoria, la facilidad de hacer conexiones entre múltiples datos) generó cierto éxito académico que granjeó un respeto entre mis pares masculinos muy próximo a la conveniencia (siempre facilité data y ayudé a escribir textos ajenos, una gratuita ghost writter); y que desde muy jovencita pinté gente desnuda exponiendo dicha obra sin ningún tipo de pudor.  Es factible que haya sido complicado para cualquiera que tuviera la intención venir a decirme que yo no podía hacer tal o cual cosa por el simple hecho de ser mujer.  




       Pero sé que hay muchas mujeres que sufren de distintos tipos de discriminación, de limitación a sus potenciales o de exceso de dificultades cuando intentan desarrollar diversas actividades.  Ello dejando de lado todas las versiones de la violencia, flagelo eterno y universal. Y aun siéndome difícil concebir algunas cosas desde mi propia vivencia, en el plano de la teoría siempre estoy dispuesta a colaborar con campañas o programas tendientes a la igualdad de género.

    Como en todo, estoy convencida que la solución es la educación.  Y la convicción.  De la convicción deviene la obcecación: si estoy segura de que tengo derecho a algo sólo hay que ponerlo como meta y darle para adelante.  Tercamente.  Si tengo derecho a entrar, voy a entrar aunque no quieras abrirme la puerta; voy a golpear hasta que abras o hasta que parta al medio la dichosa puerta.  Pero voy a entrar.  Educamos a las niñas a la perseverancia y a los niños a la prudencia de no arriesgarse a la  ira  femenina.      



    
     ¿No hay contradicción entre la convicción en la igualdad y pintar mujeres desnudas (aunque conste que también desnudo caballeros)?  Nadie nunca ha dicho que mis chicas hablen de ser objetos sumisos de uso masculino.  Mis chicas sin ropas hablan de muchas cosas, y la desnudez sólo refiere a la comodidad de ser.  Al no encontrar en el género ni un obstáculo ni un privilegio.  Ser quién se es y proyectar desde ese lugar personal.  Tan igual y tan único como cada uno es.  












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