jueves, 28 de julio de 2016



 

    Tras casi treinta de años de búsqueda creo que finalmente encontré ese libro de autor y título desconocido.  Probablemente la mitad de mi biblioteca –la de temática policial- sea consecuencia de esa búsqueda empecinada.  Le debo a ese librito roto, sin tapa y sin sus páginas iniciales y finales, haber descubierto autores maravillosos y a una cantidad de horas inolvidables y gratas enredada en misterios y sospechas.

     Pero, decía, creo que finalmente lo encontré.  Siguiendo mi rutina de caza, compré entre otros títulos un librito usado de editorial Kapeluz “Cuentos Policiales Argentinos” (Buenos Aires, 1995), con selección de textos y estudio preliminar de Fermín Fevre.  Ya desde la tapa auguraba a Borges y a Bioy, y eso sólo (aunque seguramente ya hubiera leído esos cuentos y los tuviera en otros libros) era sobrado justificativo para rescatarlo de los anaqueles de la librería de viejo de calle Corrientes y lo trajera a casa.





    Y todo libro que compro tiene un mismo recorrido: primero mi mesa de luz, lectura apacible, después lo inventarío en un archivo de mi computadora y lo llevo a mi biblioteca, en la parte alta de casa, y escojo cuidadosamente su lugar: por autor inicialmente y por temática si no tiene antecedente.

    Mi reciente adquisición resultó deliciosa ya desde su primera página.  Fermín Fevre hace un compendio de los orígenes del relato policial y cita autores y títulos, la mayoría que he leído y poseo, y recorrerlos de nuevo con él fue un paseo divertido.  Pasó de autores internacionales a centrarse en los argentinos y ahí si bien conocía y eventualmente había leído algo de cada uno de los citados mis posesiones eran menores.  Hasta que llegamos a la reseña del año 1955:

“Año 1955:  Se publica la novela La muerte baja en ascensor, de María Angelica Bosco, con la cual la autora obtiene el Premio Emecé de 1954.  Novela ésta de buena factura y compleja trama, está ambientada en una casa de departamentos de la calle Santa Fe.
  Se da también a conocer Marco Denevi, que con su Rosaura a las diez obtiene el Premio Kraft.  Se trata de una novela psicológica, muy bien estructurada, que permite ser incluida en el género.  Se publica también El asesino cuenta el cuento, de Abel Mateo. (…)” (página 26, obra cit.).


    La obra de Bosco la conocía de referencia y a Deneví lo he leído y su Rosaura está presente entre mis libros.  Pero de Abel Mateo era la primera vez que tenía noticia.  Y ese título “El asesino cuenta el cuento” era uno de los que consideraba probable para mi libro buscado, sólo que en inglés –ya que los personajes y el escenario que yo recordaba era británico o norteamericano-.  Marqué la página (ya era entrada la noche cuando leía esto) y me propuse indagar sobre este autor argentino.

Y (¡bendita!) internet mediante, al día siguiente leía (artículo de Gonzalo Santos para Perfil):

     “La literatura argentina abunda en grandes olvidados que antes o después terminaron desenterrados de la amnesia general. Pero aún no le llegó el turno a Abel Mateo, escritor de novelas policiales que se ubica entre los pioneros de un género hoy en auge, pero que en los años 30 representaba casi un gesto de excentricidad. La literatura argentina abunda en grandes olvidados que antes o después terminaron desenterrados de la amnesia general. Pero aún no le llegó el turno a Abel Mateo, escritor de novelas policiales que se ubica entre los pioneros de un género hoy en auge, pero que en los años 30 representaba casi un gesto de excentricidad. (…)  Para el crítico Jorge Lafforgue, autor junto con Jorge B. Rivera del clásico ensayo Asesinos de papel (1977), si bien “sus empeños no fueron revolucionarios (Borges, Walsh), ni brillantes (Bioy, Pérez Zelaschi, Martini, Piglia, De Santis), su actual borramiento es inmerecido”. Si revisamos diccionarios (de Adolfo Prieto a César Aira), manuales diversos e historias  (en la canónica de Enrique Anderson Imbert, que supo cultivar el género en la misma época que Mateo, apenas aparece su nombre incluido en una enumeración), es ninguneado una y otra vez.  En la página de la Biblioteca Nacional, donde debiera estar su biografía dice: “Es el autor que más ha escrito en la tendencia policiaca”. Eso es todo. Ni siquiera figura la fecha de su deceso…”  






    Bueno, un autor olvidado con “obras editadas hoy inhallables” sonaba como muy apropiado, aunque insisto que mi convicción era que yo buscaba a un escritor inglés o norteamericano no un compatriota.  Seguí indagando por la web, que aunque no fuera el objetivo final de mi búsqueda ya era objeto de mi total interés.

    Y Google me trae el link a “El asesino enamorado” de El Asesino cuenta el cuento (http://www.bn.gov.ar/media/page/el-asesino-enamorado.pdf), y en el listado de personajes que encabeza el cuento me reencuentro (¡finalmente! y juro que casi puedo llorar) con algunos de esos viejos personales perdidos: Percival Garden, Francine Viamont…  ¡¡¡¡LO ENCONTRE!!!!






     Hay un vértigo inenarrable en llegar a ese lugar al que durante tanto tiempo estuvimos bregando por llegar sin creer realmente que arribaríamos alguna vez.  Busqué ese libro perdido tanto tiempo, con tanto tozudo empeño, dudando de que alguna vez lo encontrara.  Cacería infinita por el placer de la caza tras una presa que sospechamos inexistente.  Pero de pronto, sorpresa, lo encontré…

     Rápidamente me deshice de la emoción diciéndome que encontré autor, título y editorial pero que todavía no tenía el libro en mis manos (releerlo en línea no es exactamente lo mismo que colocarlo en SU lugar en el estante de mi biblioteca donde siempre podré volver a él).  Mercado Libre mediante (que después de internet en general y Google en particular es la tercera pata de mi Santa Trinidad) ubiqué un ejemplar disponible a la venta.  Se supone que el sábado próximo me reuniré con el vendedor y finalmente volveré a tener ese libro en mis manos y física y oficialmente nos habremos reencontrado.  La ansiedad me impide hacer mucho más por estos días.

    ¿Con que pasión perdida rellenaré el hueco que este encuentro imposible dejará vacante?   ¿Detrás de  qué otra estrella fugaz e intangible podré corretear como excusa para perder el tiempo entre libros viejos en librerías desordenadas llenas de polvo y olor a vainilla?  Tengo que hallar otro grial que perseguir...






























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