La totalidad de las imágenes que se reproducen en este blog corresponden a obras de mi autoría.
miércoles, 30 de noviembre de 2016
Cómo seguir
ganando enemigos…
No soy yo
(¿o sí?, que no resisto a una provocación
directa), sino la realidad que me hostiga.
¿Es necesario?, pregunto. ¿Es
necesario seguir facilitando que el arribista de turno llegue a ocupar la
parada para seguir viviendo (¡todo el
dichoso “mercado” del arte!) a costa de los artistas?
Tenía un
día más o menos normal, más o menos tan tedioso como todos los días dónde la obligación
laboral me impide dedicarme a mis cosas.
Entonces alguien -muy mal intencionado- me reenvía un tweet del mismísimo
Ministerio de Cultura. "Queremos
que los emprendedores trabajen con industrias con las que no se hubieran
cruzado". Que ganas de
sacarme de quicio innecesariamente, sin posibilidad alguna de que mi ataque de
ira cambie la filosofía de un mundo
consagrado a explotar a los artistas.
Cuando yo
empecé en esto, hace más de treinta años, a los emprendedores se los llamaba oportunistas,
después reconvertidos en buscavidas
y hoy en entrepreneurs. La misma
cosa. El que a fuerza de labia y cierta
habilidad empática usa a los demás para beneficio propio. Un emprendedor que no sabe nada de arte ("industrias con las que no se hubieran cruzado") pero
que va a cambiar el futuro de los artistas con la excusa
sofisticada del branding y el manejo
de nuevas tecnologías, catapultando al pobre artista emergente, desconocido y marginal, al centro de la escena, al éxito rotundo y a la fortuna merecida. ¿A cambio de qué? A cambio del dinero del
artista, ¡obvio!, si no, ¿de qué va a vivir el entrepreneur exitoso, joven y bronceado, sin corbata y rictus relajado que utiliza fluidamente
esos términos 2.0 cuyo significado ignoramos con vergüenza?
Me enfurezco y me aburro al mismo tiempo. Y el Misterio de Cultura propiciando más de
lo mismo. ¡Qué lindo todo! Se habilitó la temporada de caza. Apunten a los artistas, víctima propiciatoria
de todos los abusos y siempre dispuesta a seguir manteniendo… “emprendedores” culturales.
martes, 29 de noviembre de 2016
lunes, 28 de noviembre de 2016
Resultan extraños los juegos de la
memoria, esa caprichosa sinfonía de
recuerdos al azar que nos revolotean en la cabeza. Recuerdo a una artista, presuntamente
consagrada, cuando yo rondaba los 22 o 23 años, que me decía con autoridad de
sentencia que ella no exponía ni participaba en muestras colectivas porque eso “quemaba” las obras. Que las reservaba para los concursos, los que
por entonces supuse ingenuamente que
ganaba. Con el paso del tiempo le perdí
el rastro. No recuerdo su obra, sí su
negativa a mostrarla al público en general.
Intuyo cierta lógica en ello.
Recuerdo
a otro artista empecinado en dirigir lo que yo debía pintar. El poco tiempo que duró nuestra relación él jugó
la pose de maestro-mentor al que se debía acatar sin discutir. Él era alguien mientras yo ni siquiera
existía, pero era generoso, quería darme entidad bajo su tutela. Lamentablemente, siempre he sido demasiado
solitaria y no podía durar. Sé que
siguió en lo suyo, aunque nunca volvimos a coincidir en ningún evento. Pero lo
que más recuerdo fue esa orden suya de cómo debía firmar mis trabajos, sobre todo
ahora cuando ya llevo varios años sin firmar cuando termino una obra, dispuesta
a no tener necesidad de aclarar que es mía.
Y
recuerdo a un galerista y escritor, bastante reconocido en el medio, que me retaba con
asiduidad diciéndome que mi obra era demasiado literaria. Que si quería pintar pintara pero que si
quería escribir escribiera. No las dos
cosas juntas. Ese recuerdo se me suele
mezclar con el de otra artista, gruñona y altiva, que me decía que era
imposible hacer coincidir en un mismo trabajo el pastel tiza y el óleo. Los recuerdo, por cierto, con culpa. Nunca pude hacerle caso a nadie…
Post
data: Y te respondo.
Sí, recuerdo mi viaje a Cuba
allá por el ´95. Recuerdo la luz, la
maravillosa luz, que me hizo comprender por qué los artistas pueden exiliarse voluntariamente en islas. Recuerdo las voces,
de esos quintetos que cantaban a capela y que te convencían de que no se
necesitan más instrumentos que la voz y el ritmo. Y recuerdo a las bellísimas muchachas
del Tropicana
con sus medias de red rotas. Me traje
unos libros viejos, comprados en la calle, con la obra de Martí, la predilección por los tragos con ron y un anillito de lata
con una piedra gris que uso cada vez que viajo.
Recuerdo que me prometí volver (en
pos de esa luz maravillosa), cosa que hasta la fecha no he cumplido, distraída
-como me pasa siempre- con otras cosas.
sábado, 26 de noviembre de 2016
Oficialmente
acabé mi Caja de Frutillas. Claro
que podrían agregársele más cosas, pero eso propende al infinito y tengo otras
cosas (igual de inútiles) que hacer. El tiempo dirá su llevará extras, de momento
y de modo oficial, la colgué en un clavo fuera de taller.
Una caja
de embalaje de frutillas, las cajitas larguiruchas de cápsula de café, unos
contenedores de ensalada caesar, papel de diario, cartapesta, rollos de cartón de papel sanitario, pintura y lacas, cintas y cascabeles...
jueves, 24 de noviembre de 2016
Cómo ganar enemigos. Capítulo III.
Sospecho
que el error principal radica en no entender que somos un gueto. Un juego de pocos, una afición de marginales. El arte no atrae multitudes, y el arte contemporáneo
y emergente ni a los parientes.
Nuestra
condición de absoluta e intrascendente minoría hace que los parámetros de “conocimiento”,
“repercusión” o “éxito” sean sensiblemente inferiores a los de, digamos, un
jugador de futbol o de una modelo de lencería.
¿Cuándo una
muestra de arte es “exitosa”? ¿Cuándo concurrió
cuánta gente? ¿Un artista es “conocido”
cuando cuántas personas identifican su nombre?
¿Qué nivel de visualización tiene que tener la obra para poder atribuir
a su autor el carácter de “consagrado”?
No sólo
es relativo sino que también es irreal intentar aplicarle los criterios
ordinarios. En mi trabajo civil me muevo en un ambiente donde
convergen mayoritariamente personas de formación universitaria, donde se supone
que los libros son herramientas de uso habitual y que se tiene por fuerza, cierto nivel de
cultura y alterne social. Y dudo que un
5% de esa gente sepa quién es Koons
o quién es Hirst, artistas que, para
los que formamos parte de este gueto, son nuestros odiados dioses
todopoderosos de la gloria y la fortuna.
¿A dónde
voy con esto? A confirmar que no tienen
sentido desesperarse ni deprimirse.
Hagamos lo que hagamos siempre estaremos muy al margen de las cosas, que
difícilmente se nos identifique y aprecie por fuera de ese reducidísimo mundillo
en el que nos movemos. Que siempre será
el arte cuestión de unos (muy) pocos.
Todo lo demás es mentira. No
existe ni el publicista ni el relacionista ni la galería ni el gurú que pueda
convertir a un artista en un objeto de consumo masivo. El arte siempre será otra cosa, esa nadería
del margen, esa sinrazón por la que deliran y desperdician su vida unos cuantos
de los que, salvo contadas excepciones, nunca
se recordará su nombre…
martes, 22 de noviembre de 2016
Crónicas
de un artista independiente del fin del mundo.
Para un artista independiente en Buenos Aires es
imprescindible tener un trabajo remunerado, fuera del campo del arte, para
poder sobrevivir. Sin galería, ni
sponsor ni patrocinio gubernamental de
ningún tipo, todo lo que hagamos será solventado exclusivamente por nosotros
mismos. Así, con un presupuesto casi
siempre muy ajustado, la creatividad no
se limitará a la obra sino también a los medios para poder concretarla.
Mi elección
del papel como soporte prioritario de mi trabajo fue inicialmente pura cuestión
de costos. El papel era lo más
barato. La necesidad de que el soporte
no resultara tan tristemente básico me obligó a la experimentación y a la
búsqueda. Y esa exigencia, motivada en
la limitación, muchas veces termina siendo la verdadera inspiración, el origen
de que desarrollemos más y más nuestra percepción visual, la composición y el
dominio técnico, en definitiva, el motor del ingenio estético.
El desafío
del límite (impuesto por nuestros escasos recursos económicos) puede ser el
punto de apoyo no ya para mover el
mundo sino para crearlo con lo que
hay. Tal vez sea cierto eso de que “menos es más”… Hoy podría proveerme de soportes más clásicos
y caros, pero el papel se ha vuelto mi fetiche.
Me he acostumbrado a eso de que si fuera fácil, ¿dónde estaría la
diversión?
Buenos Aires, 22 noviembre 2016
lunes, 21 de noviembre de 2016
Cómo ganar enemigos. Capítulo II.
Un
político (el intendente de Avellaneda, Ferraresi, en ocasión de la entrega de premios en un certamen
municipal de muralistas) exclama con la lógica grandilocuencia de cualquier
populista: “El arte debe ser
inclusivo y no sólo para unos pocos” (http://laciudadavellaneda.com.ar/entregaron-los-premios-a-los-ganadores-del-concurso-de-murales/). Y los murales en cuestión se realizan sobre
paredes mal preparadas y bajo un puente ferroviario de hierro, y al poco tiempo
esas obras (algunas muy buenas) se
deterioran por el chorreo de óxido tras las lluvias, el descascaro del revoque
hecho de pura arena y con las inevitables pintadas de un pueblo al que se le da
arte para que le pase por encima con consignas, precisamente, de políticas
populistas. Y ahí tenemos el arte inclusivo. ¿Es tan malo ser un poco coherente?
El arte
tiene que ser para todos, pero para todos aquellos que tengan ganas de acceder
a él, entendiendo que eso que se les ofrece gratuitamente es arte. Debe existir una preparación previa, un
conocimiento mínimo de qué se trata. Eso
que uno esperaría consecuencia normal de la educación. Claro que cuando se destruye de raíz la
educación –premisa también del populismo:
nivelar para abajo, ¿y que hay más abajo que la ignorancia?-, pretender
como normal el entendimiento básico
de que una manifestación artística o cultural es un bien frágil, generoso y
normalmente poco utilitario que debe ser tratado con cuidado y respeto, es absurdo.
Pero seamos inclusivo: libre acceso y libre destrucción. Total, el arte público, un mural, sirve
el día del acto que lo anunció y el día que lo inauguró, su destino posterior,
si no da prensa, a quién le importa. El
mérito de la obra queda en el olvido.
Luego habremos de pintar algo arriba, cuando la moda y la conveniencia
-electoral- nos indique qué.
Pero el
arte no tiene que ser de unos pocos, antes que eso lo destruimos. Como Atila,
que ni crezca el pasto ni el moho en los paredones descascarados. El erario público será siempre para los
amigos, los negocios oscuros y alguna que otra manifestación artística que nos dé buena
prensa y convoque circunstancialmente a la gente necesaria para que hacer bulto
y ruido. ¿Calidad? No, por favor, que eso no acarrea a las masas.
Mainstream: vulgaridad y simplismo,
nada muy difícil de dirigir.
¿Y qué
hacemos en ese contexto con el artista que en serio realiza una búsqueda estética, real,
profunda, que comunique y signifique, que pueda servir como enlace y como
legado para otras culturas y otras generaciones? ¿Con el artista que quiere decir algo, dejar
algo, cambiar algo? ¿Con el artista que
honestamente cree que el arte es otra cosa, no mera parafernalia de los
políticos de turno? No hacemos nada, lo
dejamos de lado, que se las arregle solo.
Y si consigue por el mérito de su obra desarrollarse y posicionarse en un marco
privado, de exclusividad obtenida por puro tesón, trabajo y paciencia, será un
traidor al pueblo, un oligarca, un aliado de fuerza imperialistas y otra sarta
de estupideces del estilo. Vivo en un país
donde se atribuye carácter de desmérito e insulto al término “meritocracia”. Lograron su objetivo: nivelaron para abajo, evidentemente.
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