Cómo ganar enemigos. Capítulo I.
Sí. El arte tiene que ser una experiencia lúdica.
No voy a ser precisamente yo quién discuta el espíritu de juego contante que
encierra toda acción creativa. El espectador
debe sumarse al disfrute, sensorial y grato, sino no hay aproximación posible
al arte. Debe posibilitarse un acceso fácil, una apertura que convoque e invite
a la chance sensual de descubrir y gozar una forma distinta de
conocimiento y comunicación. El arte
como el irresistible susurro cantarín de las Sirenas. Estamos totalmente de acuerdo.
Pero el arte tiene que ser –al mismo tiempo- una posesión snob, el
coto de caza de unos pocos, una tenencia de privilegio, sino es imposible su
preservación. El arte exige cuidados caros:
espacios de humedad y calor controlados, protegidos de la luz y
contaminantes, resguardados del clima y de la gente en estado bruto. El arte requiere trato
preferencial. Así, el disfrute debe ser
democrático y la posesión aristocrática.
El arte (el bueno, el auténtico, el que nos significa
y explica como humanidad) necesita ser preservado para las generaciones
venideras; necesita ser mensurado, valorado y protegido. Y ese resguardo no
puede darlo las masas. ¿Es muy odioso
lo que digo? Bueno, pero no es por eso
menos cierto. Un museo no puede ser una
cancha de futbol, pretenderlo es ser un estúpido consciente de su suprema
estupidez. No es ni será nunca lo
mismo.
Podemos hoy pararnos frente
al David
de Michelangelo y gozar de su imponente presencia, o vibrar
frente a la Victoria de Samotracia al pie de sus escaleras en el Louvre.
O morir de amor ante las Majas de Goya. Pero si no hubiera
existido una casta dotada de la suficiente educación y el imprescindible dinero para notar y conservar la diferencia no podríamos hacerlo. Mi derecho humano,
igualitario y democrático, a adorar al filo del llanto a La Libertad guiando al Pueblo
se sustenta en gran parte en el apoyo snob de Baudelaire a Delacroix. Sin reyes acaparadores, que acopiaron egoístamente
para sí y los suyos, no tendríamos un Prado
ni un Hermitage.
Me temo que el arte siempre va a tener su
pata snob. La necesita para sostenerse y
caminar a través de los tiempos. Aunque
no suene políticamente correcto en
nuestro correctísimo –y estúpido- mundo actual.
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