sábado, 19 de noviembre de 2016


     Cómo ganar enemigos.  Capítulo I.




     Sí.  El arte tiene que ser una experiencia lúdica. No voy a ser precisamente yo quién discuta el espíritu de juego contante que encierra toda acción creativa.  El espectador debe sumarse al disfrute, sensorial y grato, sino no hay aproximación posible al arte. Debe posibilitarse un acceso fácil, una apertura que convoque e invite a la chance sensual de descubrir y gozar una forma distinta de conocimiento y comunicación.  El arte como el irresistible susurro cantarín de las Sirenas.   Estamos totalmente de acuerdo.

     Pero el arte tiene que ser –al mismo tiempo- una posesión snob, el coto de caza de unos pocos, una tenencia de privilegio, sino es imposible su preservación.  El arte exige cuidados caros: espacios de humedad y calor controlados, protegidos de la luz y contaminantes, resguardados del clima y de la gente en estado bruto.  El arte requiere trato preferencial.  Así, el disfrute debe ser democrático y la posesión aristocrática. 
























     El arte (el bueno, el auténtico, el que nos significa y explica como humanidad) necesita ser preservado para las generaciones venideras; necesita ser mensurado, valorado y protegido. Y ese resguardo no puede darlo las masas.   ¿Es muy odioso lo que digo?  Bueno, pero no es por eso menos cierto.  Un museo no puede ser una cancha de futbol, pretenderlo es ser un estúpido consciente de su suprema estupidez.  No es ni será nunca lo mismo.  

     Podemos hoy pararnos  frente al David de Michelangelo y  gozar de su imponente presencia, o vibrar frente a la Victoria de Samotracia al pie de sus escaleras en el Louvre.  O morir de amor ante las Majas de Goya.  Pero si no hubiera existido una casta dotada de la suficiente educación y el imprescindible dinero para  notar y conservar la diferencia no podríamos hacerlo.  Mi derecho humano, igualitario y democrático,  a  adorar al filo del llanto a  La Libertad guiando al Pueblo se sustenta en gran parte en el apoyo snob de Baudelaire a Delacroix.  Sin reyes acaparadores, que acopiaron egoístamente para sí y los suyos, no tendríamos un Prado ni un Hermitage

     Me temo que el arte siempre va a tener su pata snob.  La necesita para sostenerse y caminar a través de los tiempos.  Aunque no suene políticamente correcto  en nuestro correctísimo –y estúpido- mundo actual.




























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