Cómo ganar enemigos. Capítulo III.
Sospecho
que el error principal radica en no entender que somos un gueto. Un juego de pocos, una afición de marginales. El arte no atrae multitudes, y el arte contemporáneo
y emergente ni a los parientes.
Nuestra
condición de absoluta e intrascendente minoría hace que los parámetros de “conocimiento”,
“repercusión” o “éxito” sean sensiblemente inferiores a los de, digamos, un
jugador de futbol o de una modelo de lencería.
¿Cuándo una
muestra de arte es “exitosa”? ¿Cuándo concurrió
cuánta gente? ¿Un artista es “conocido”
cuando cuántas personas identifican su nombre?
¿Qué nivel de visualización tiene que tener la obra para poder atribuir
a su autor el carácter de “consagrado”?
No sólo
es relativo sino que también es irreal intentar aplicarle los criterios
ordinarios. En mi trabajo civil me muevo en un ambiente donde
convergen mayoritariamente personas de formación universitaria, donde se supone
que los libros son herramientas de uso habitual y que se tiene por fuerza, cierto nivel de
cultura y alterne social. Y dudo que un
5% de esa gente sepa quién es Koons
o quién es Hirst, artistas que, para
los que formamos parte de este gueto, son nuestros odiados dioses
todopoderosos de la gloria y la fortuna.
¿A dónde
voy con esto? A confirmar que no tienen
sentido desesperarse ni deprimirse.
Hagamos lo que hagamos siempre estaremos muy al margen de las cosas, que
difícilmente se nos identifique y aprecie por fuera de ese reducidísimo mundillo
en el que nos movemos. Que siempre será
el arte cuestión de unos (muy) pocos.
Todo lo demás es mentira. No
existe ni el publicista ni el relacionista ni la galería ni el gurú que pueda
convertir a un artista en un objeto de consumo masivo. El arte siempre será otra cosa, esa nadería
del margen, esa sinrazón por la que deliran y desperdician su vida unos cuantos
de los que, salvo contadas excepciones, nunca
se recordará su nombre…
famous paintings of women
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