lunes, 21 de noviembre de 2016



     Cómo ganar enemigos.  Capítulo II.

 
 
     Un político (el intendente de Avellaneda, Ferraresi, en ocasión de la entrega de premios en un certamen municipal de muralistas) exclama con la lógica grandilocuencia de cualquier populista: “El arte debe ser inclusivo y no sólo para unos pocos” (http://laciudadavellaneda.com.ar/entregaron-los-premios-a-los-ganadores-del-concurso-de-murales/).  Y los murales en cuestión se realizan sobre paredes mal preparadas y bajo un puente ferroviario de hierro, y al poco tiempo esas obras (algunas muy buenas) se deterioran por el chorreo de óxido tras las lluvias, el descascaro del revoque hecho de pura arena y con las inevitables pintadas de un pueblo al que se le da arte para que le pase por encima con consignas, precisamente, de políticas populistas.   Y ahí tenemos el arte inclusivo.  ¿Es tan malo ser un poco coherente?

     El arte tiene que ser para todos, pero para todos aquellos que tengan ganas de acceder a él, entendiendo que eso que se les ofrece gratuitamente es arte.  Debe existir una preparación previa, un conocimiento mínimo de qué se trata.  Eso que uno esperaría consecuencia normal de la educación.  Claro que cuando se destruye de raíz la educación –premisa también del populismo: nivelar para abajo, ¿y que hay más abajo que la ignorancia?-, pretender como normal el entendimiento básico de que una manifestación artística o cultural es un bien frágil, generoso y normalmente poco utilitario que debe ser tratado con cuidado y respeto, es absurdo.
 
    Pero seamos inclusivo: libre acceso y libre destrucción. Total, el arte público, un mural, sirve el día del acto que lo anunció y el día que lo inauguró, su destino posterior, si no da prensa, a quién le importa.  El mérito de la obra queda en el olvido.  Luego habremos de pintar algo arriba, cuando la moda y la conveniencia -electoral- nos indique qué.


 

     Pero el arte no tiene que ser de unos pocos, antes que eso lo destruimos.  Como Atila, que ni crezca el pasto ni el moho en los paredones descascarados.  El erario público será siempre para los amigos, los negocios oscuros y alguna que otra manifestación artística que nos dé buena prensa y convoque circunstancialmente a la gente necesaria para que hacer bulto y ruido.  ¿Calidad?    No, por favor, que eso no acarrea a las masas.  Mainstream: vulgaridad y simplismo, nada muy difícil de dirigir.
 

 

     ¿Y qué hacemos en ese contexto con el artista que en serio realiza una búsqueda estética, real, profunda, que comunique y signifique, que pueda servir como enlace y como legado para otras culturas y otras generaciones?  ¿Con el artista que quiere decir algo, dejar algo, cambiar algo?  ¿Con el artista que honestamente cree que el arte es otra cosa, no mera parafernalia de los políticos de turno?  No hacemos nada, lo dejamos de lado, que se las arregle solo.  Y si consigue por el mérito de su obra desarrollarse y posicionarse en un marco privado,  de exclusividad obtenida por puro tesón, trabajo y paciencia, será un traidor al pueblo, un oligarca, un aliado de fuerza imperialistas y otra sarta de estupideces del estilo.  Vivo en un país donde se atribuye carácter de desmérito e insulto al término “meritocracia”.  Lograron su objetivo: nivelaron para abajo, evidentemente.


 
 
  
 
 
 

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