Cómo ganar enemigos. Capítulo II.
Un
político (el intendente de Avellaneda, Ferraresi, en ocasión de la entrega de premios en un certamen
municipal de muralistas) exclama con la lógica grandilocuencia de cualquier
populista: “El arte debe ser
inclusivo y no sólo para unos pocos” (http://laciudadavellaneda.com.ar/entregaron-los-premios-a-los-ganadores-del-concurso-de-murales/). Y los murales en cuestión se realizan sobre
paredes mal preparadas y bajo un puente ferroviario de hierro, y al poco tiempo
esas obras (algunas muy buenas) se
deterioran por el chorreo de óxido tras las lluvias, el descascaro del revoque
hecho de pura arena y con las inevitables pintadas de un pueblo al que se le da
arte para que le pase por encima con consignas, precisamente, de políticas
populistas. Y ahí tenemos el arte inclusivo. ¿Es tan malo ser un poco coherente?
El arte
tiene que ser para todos, pero para todos aquellos que tengan ganas de acceder
a él, entendiendo que eso que se les ofrece gratuitamente es arte. Debe existir una preparación previa, un
conocimiento mínimo de qué se trata. Eso
que uno esperaría consecuencia normal de la educación. Claro que cuando se destruye de raíz la
educación –premisa también del populismo:
nivelar para abajo, ¿y que hay más abajo que la ignorancia?-, pretender
como normal el entendimiento básico
de que una manifestación artística o cultural es un bien frágil, generoso y
normalmente poco utilitario que debe ser tratado con cuidado y respeto, es absurdo.
Pero seamos inclusivo: libre acceso y libre destrucción. Total, el arte público, un mural, sirve
el día del acto que lo anunció y el día que lo inauguró, su destino posterior,
si no da prensa, a quién le importa. El
mérito de la obra queda en el olvido.
Luego habremos de pintar algo arriba, cuando la moda y la conveniencia
-electoral- nos indique qué.
Pero el
arte no tiene que ser de unos pocos, antes que eso lo destruimos. Como Atila,
que ni crezca el pasto ni el moho en los paredones descascarados. El erario público será siempre para los
amigos, los negocios oscuros y alguna que otra manifestación artística que nos dé buena
prensa y convoque circunstancialmente a la gente necesaria para que hacer bulto
y ruido. ¿Calidad? No, por favor, que eso no acarrea a las masas.
Mainstream: vulgaridad y simplismo,
nada muy difícil de dirigir.
¿Y qué
hacemos en ese contexto con el artista que en serio realiza una búsqueda estética, real,
profunda, que comunique y signifique, que pueda servir como enlace y como
legado para otras culturas y otras generaciones? ¿Con el artista que quiere decir algo, dejar
algo, cambiar algo? ¿Con el artista que
honestamente cree que el arte es otra cosa, no mera parafernalia de los
políticos de turno? No hacemos nada, lo
dejamos de lado, que se las arregle solo.
Y si consigue por el mérito de su obra desarrollarse y posicionarse en un marco
privado, de exclusividad obtenida por puro tesón, trabajo y paciencia, será un
traidor al pueblo, un oligarca, un aliado de fuerza imperialistas y otra sarta
de estupideces del estilo. Vivo en un país
donde se atribuye carácter de desmérito e insulto al término “meritocracia”. Lograron su objetivo: nivelaron para abajo, evidentemente.
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