martes, 24 de abril de 2018






















     Dedicamos tiempo y energía en ser personas serias y responsables, en pensar antes de actuar y en respetar la palabra dada.  ¿Y qué obtenemos a cambio? Nada recíproco.  No damos ejemplo contagioso, damos la excusa para que los demás perseveren en su incompetencia y su desidia, total… ¿qué importa?, ¿qué castigo hay para el irresponsable o el negligente?  Ninguno, no pasa nada.  Los responsables se responsabilizarán por todo, los que trabajan trabajarán más para sostener a los vagos, y al final siempre son unos pocos los que terminan haciéndose cargo, pagando el precio y, encima, sirviendo de objeto propiciatorio para  todas las críticas.  




     ¿Vale la pena?  En un sistema tan desequilibrado, con la carga de una cultura popular que en los últimos años convirtió al mérito en mala palabra, ¿tiene sentido insistir  en jugar limpio con la vida?    Pero es una pregunta tramposa, porque no existe opción de cambio.   Somos una antigüedad, un producto del siglo pasado.  Nos cambiaron el escenario de juego pero nosotros no podemos jugar sin respetar las reglas.





     ¿Qué hacer entonces?  Nada, resignación ante la realidad real y refugio en el santuario de nuestra realidad paralela.  Y que se convierta en nuestra única preocupación el lograr diseñar y construir pequeños zapatos de rollo de cocina para nuestras muñequitas (ya llamadas en el interior de mi taller Las Arlequinas).




















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