Dedicamos tiempo y energía en ser personas
serias y responsables, en pensar antes de actuar y en respetar la palabra
dada. ¿Y qué obtenemos a cambio? Nada
recíproco. No damos ejemplo contagioso, damos
la excusa para que los demás perseveren en su incompetencia y su desidia, total…
¿qué importa?, ¿qué castigo hay para el irresponsable o el negligente? Ninguno, no pasa nada. Los responsables se responsabilizarán
por todo, los que trabajan trabajarán más para sostener a los vagos, y al final
siempre son unos pocos los que terminan haciéndose cargo, pagando el precio y,
encima, sirviendo de objeto propiciatorio para todas
las críticas.
¿Vale la pena? En un sistema tan desequilibrado, con la
carga de una cultura popular que en los últimos años convirtió al mérito en
mala palabra, ¿tiene sentido insistir en
jugar limpio con la vida? Pero es una pregunta tramposa, porque no
existe opción de cambio. Somos una antigüedad,
un producto del siglo pasado. Nos cambiaron
el escenario de juego pero nosotros no podemos jugar sin respetar las reglas.
¿Qué hacer entonces? Nada, resignación ante la realidad real y
refugio en el santuario de nuestra realidad paralela. Y que se convierta en nuestra única
preocupación el lograr diseñar y construir pequeños zapatos de rollo de cocina
para nuestras muñequitas (ya llamadas en el interior de mi taller Las
Arlequinas).
No hay comentarios:
Publicar un comentario