domingo, 22 de abril de 2018







My Life As a Failed Artist, by Jerry Saltz
*This article appears in the April 17, 2017, issue of New YorkMagazine.



     “(…) Artists often complain that critics are animated by resentment. Most of the time, I don’t think they are, but having been an artist, I understand the feeling. Which is why, whatever my flaws as a critic, I have always tried to be as generous toward the people making the work as I would have wanted anyone studying mine to be. I want my criticism to reflect the hell I went through as an artist — to look, even with work I do not appreciate at first blush, for the sign of the soul yelping at me from within or behind. I believe that every artist means everything they’re doing, that no one is making art just to make money or pull the wool over people’s eyes. All artists may want to make money and be loved, but at base they are still serious about their art. That’s why I hate the cynicism that now permeates the art world — all the money and glamour can make it hard to see, and sometimes even harder to believe, that artists mean everything they do as powerfully as anything they’ve ever meant in their entire lives. Jeff Koons is as earnest in his Howdy Doody–Teletubby way as Francesca Woodman and Francis Bacon. That’s part of what makes his great work great, that willingness to fail so flamboyantly!
     Outsiders often see the art world as a fashionable never-ending party, buffered from reality by money. Having been an artist, I see it very differently. I see myself as part of this great broken beautiful art-world family of gypsies, searching and yearning and in pain — and under pressure, doing things that they have to do. I refuse to believe this spirit has left the art world even though I comprehend that this exquisite internal essence is now buried under loads of external bullshit. I know almost every artist wakes up at 3 a.m. in a cold sweat thinking that the bottom has fallen out of their work. That each of us is self-taught and some kind of outsider. I want to celebrate, examine, describe, and judge this otherness, outsiderness, and try to see if an artist’s vision is singular, surprising, and energized in its own original way. My vision wasn’t, at least in ways I was able to realize in those 10 or 12 years. I didn’t have the ability and fortitude. That’s why I always look for it in others — root for it in others — even when the work is ugly or idiotic. I want every artist, good and bad, to clear away the demons that stopped me, feel empowered, and be able to make their own work so we can see the “real” them. It’s why I look hard at every artist, at the well-known and the rich as well as the late bloomers, bottom-feeders, outsiders, and eccentrics. Since it’s nearly a miracle that I finally ended up in the art world as a critic — something I never wanted to be — I want every artist to have a shot, to see that power, access, and agency is in their hands. It’s why I value clarity and accessibility in criticism over all the jargon we usually get. I want critics to be as radically vulnerable in their work as I know artists are in theirs.
     Being an artist also made me realize that I wasn’t built for the type of loneliness that comes from art. Art is slow, physical, resistant, material-based, and involves an ongoing commitment to doing the same thing differently over and over again in the studio. (…)”


     “Los artistas a menudo se quejan de que los críticos están animados por el resentimiento. La mayoría de las veces no creo que sea así, pero, después de haber sido artista, entiendo la sensación. Por eso, cualesquiera que sean mis defectos como crítico, siempre he tratado de ser tan generoso con la gente que hace un trabajo creativo como hubiera querido que lo fuera conmigo cualquiera que estudiara el mío. Quiero que mi crítica refleje el infierno que atravesé como artista: mirar, incluso a un trabajo que no aprecio a primera vista, en busca de esa señal del alma que me aúlla desde adentro o desde atrás. Creo que cada artista quiere decir algo a través de su obra, que nadie está haciendo arte solo para ganar dinero o burlarse de la gente. Todos los artistas pueden querer ganar dinero y ser amados, pero en principio son serios sobre su obra. Es por eso que odio el cinismo que ahora impregna el mundo del arte: todo el dinero y el glamour pueden hacer que sea difícil de ver, y a veces incluso más difícil de creer, que los artistas dotan de significancia tanto lo que hacen  cómo su vida misma. Jeff Koons es tan ferviente en su estilo Howdy Doody-Teletubby como Francesca Woodman y Francis Bacon. Eso es parte de lo que hace que su gran trabajo sea grandioso, ¡esa voluntad de fracasar tan extravagantemente!

     Desde fuera a menudo se ve el mundo del arte como una interminable fiesta de moda, protegida de la realidad por el dinero. Después de haber sido artista, lo veo de manera muy diferente. Me entiendo como parte de esta gran y rota familia de gitanos del mundo del arte, buscando,  anhelando y sufriendo, bajo presión, haciendo las cosas que se tienen que hacer. Me niego a creer que este espíritu haya abandonado el mundo del arte a pesar de que comprendo que esta exquisita esencia interna ahora está enterrada bajo montones de tonterías externas. Sé que casi todos los artistas se despiertan a las 3 a.m. en un sudor frío pensando que su trabajo ha tocado fondo. Que todos somos autodidactas y extraños. Quiero celebrar, examinar, describir y juzgar esta otredad, lo ajeno, y tratar de ver si la visión de un artista es singular, sorprendente y vigorizada en su originalidad. Mi visión no lo era, al menos en la obra que realicé en esos 10 o 12 años. No tenía la habilidad ni la fortaleza. Es por eso que siempre lo busco en los demás, lo arraigo en otros, incluso cuando el trabajo es feo o estúpido. Quiero que todos los artistas, buenos y malos, limpien los demonios que me detuvieron, se sientan con poder y puedan hacer su propio trabajo para que podamos ver lo "real". Es por eso que analizo con rigor a cada artista, a los conocidos y ricos, así como a los últimos bloomers, bottom-feeders, marginales y periféricos. Dado que casi es un milagro que finalmente termine en el mundo del arte como crítico, algo que nunca quise ser, quiero que todos los artistas tengan una oportunidad, para ver que el poder, el acceso y el dominio están en sus manos. Es por eso que valoro la claridad y la accesibilidad en la crítica sobre toda la jerga que solemos obtener. Quiero que los críticos sean tan radicalmente vulnerables en su trabajo como sé que los artistas lo son en el suyo.

     Ser artista también me hizo darme cuenta de que no fui creado para el tipo de soledad que proviene del arte. El arte es lento, físico, resistente, materialmente tangible e implica un compromiso constante para seguir haciendo lo mismo de una forma diferente una y otra vez en el estudio. (…)

































     Pese a la distancia, a pertenecer a mundos incompatibles, no existiendo concretas probabilidades de que mi camino se cruce jamás con el suyo, he dado con un crítico de arte con el que no sólo concuerdo, sino  por el que siento auténtico cariño.  Podría destrozar olímpicamente con su crítica todo mi trabajo pero no podría evitar seguir convencida de su honestidad y terminar dándole las gracias por el destrozo.  Un crítico que por su pasado de artista entiende la soledad y la incertidumbre en la que vivimos a diario, que sabe de la búsqueda constante sin ninguna seguridad ni garantía de estar andando por el camino correcto.  Alguien que entiende.  Tan poquito es más que suficiente para seguir corroborando que vivir enredada en las naderías del arte vale la pena.










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