My
Life As a Failed Artist, by Jerry Saltz
*This article appears in
the April 17, 2017, issue of New YorkMagazine.
“(…) Artists
often complain that critics are animated by resentment. Most of the time, I
don’t think they are, but having been an artist, I understand the feeling.
Which is why, whatever my flaws as a critic, I have always tried to be as
generous toward the people making the work as I would have wanted anyone
studying mine to be. I want my criticism to reflect the hell I went through as
an artist — to look, even with work I do not appreciate at first blush, for the
sign of the soul yelping at me from within or behind. I believe that every
artist means everything they’re doing, that no one is making art just to make
money or pull the wool over people’s eyes. All artists may want to make money
and be loved, but at base they are still serious about their art. That’s why I
hate the cynicism that now permeates the art world — all the money and glamour can make it hard to see, and
sometimes even harder to believe, that artists mean everything they do as
powerfully as anything they’ve ever meant in their entire lives. Jeff Koons is as earnest in his Howdy Doody–Teletubby way as Francesca
Woodman and Francis Bacon. That’s part of what makes his great work great, that
willingness to fail so flamboyantly!
Outsiders often see the art
world as a fashionable never-ending party, buffered from reality by money.
Having been an artist, I see it very differently. I see myself as part of this
great broken beautiful art-world family of gypsies, searching and yearning and
in pain — and under pressure, doing things that they have to do. I refuse to believe
this spirit has left the art world even though I comprehend that this exquisite
internal essence is now buried under loads of external bullshit. I know almost
every artist wakes up at 3 a.m. in a cold sweat thinking that the bottom has
fallen out of their work. That each of us is self-taught and some kind of
outsider. I want to celebrate, examine, describe, and judge this otherness,
outsiderness, and try to see if an artist’s vision is singular, surprising, and
energized in its own original way. My vision wasn’t, at least in ways I was
able to realize in those 10 or 12 years. I didn’t have the ability and fortitude.
That’s why I always look for it in others — root for it in others — even when
the work is ugly or idiotic. I want every artist, good and bad, to clear away
the demons that stopped me, feel empowered, and be able to make their own work
so we can see the “real” them. It’s why I look hard at every artist, at the
well-known and the rich as well as the late bloomers, bottom-feeders,
outsiders, and eccentrics. Since it’s nearly a miracle that I finally ended up
in the art world as a critic — something I never wanted to be — I want every
artist to have a shot, to see that power, access, and agency is in their hands.
It’s why I value clarity and accessibility in criticism over all the jargon we
usually get. I want critics to be as radically vulnerable in their work as I
know artists are in theirs.
Being an artist also made me
realize that I wasn’t built for the type of loneliness that comes from art. Art
is slow, physical, resistant, material-based, and involves an ongoing
commitment to doing the same thing differently over and over again in the
studio. (…)”
“Los artistas a menudo se quejan de que
los críticos están animados por el resentimiento. La mayoría de las veces no
creo que sea así, pero, después de haber sido artista, entiendo la sensación.
Por eso, cualesquiera que sean mis defectos como crítico, siempre he tratado de
ser tan generoso con la gente que hace un trabajo creativo como hubiera querido
que lo fuera conmigo cualquiera que estudiara el mío. Quiero que mi crítica
refleje el infierno que atravesé como artista: mirar, incluso a un trabajo que
no aprecio a primera vista, en busca de esa señal del alma que me aúlla desde
adentro o desde atrás. Creo que cada artista quiere decir algo a través de su
obra, que nadie está haciendo arte solo para ganar dinero o burlarse de la
gente. Todos los artistas pueden querer ganar dinero y ser amados, pero en principio
son serios sobre su obra. Es por eso que odio el cinismo que ahora impregna el
mundo del arte: todo el dinero y el glamour pueden hacer que sea difícil de
ver, y a veces incluso más difícil de creer, que los artistas dotan de
significancia tanto lo que hacen cómo su
vida misma. Jeff Koons es tan ferviente en su estilo Howdy Doody-Teletubby como Francesca Woodman y Francis Bacon. Eso
es parte de lo que hace que su gran trabajo sea grandioso, ¡esa voluntad de
fracasar tan extravagantemente!
Desde fuera a menudo se ve el mundo del
arte como una interminable fiesta de moda, protegida de la realidad por el
dinero. Después de haber sido artista, lo veo de manera muy diferente. Me entiendo
como parte de esta gran y rota familia de gitanos del mundo del arte, buscando, anhelando y sufriendo, bajo presión, haciendo
las cosas que se tienen que hacer. Me niego a creer que este espíritu haya abandonado
el mundo del arte a pesar de que comprendo que esta exquisita esencia interna
ahora está enterrada bajo montones de tonterías externas. Sé que casi todos los
artistas se despiertan a las 3 a.m. en un sudor frío pensando que su trabajo ha
tocado fondo. Que todos somos autodidactas y extraños. Quiero celebrar,
examinar, describir y juzgar esta otredad, lo ajeno, y tratar de ver si la
visión de un artista es singular, sorprendente y vigorizada en su originalidad.
Mi visión no lo era, al menos en la obra que realicé en esos 10 o 12 años. No
tenía la habilidad ni la fortaleza. Es por eso que siempre lo busco en los
demás, lo arraigo en otros, incluso cuando el trabajo es feo o estúpido. Quiero
que todos los artistas, buenos y malos, limpien los demonios que me detuvieron,
se sientan con poder y puedan hacer su propio trabajo para que podamos ver lo
"real". Es por eso que analizo con rigor a cada artista, a los
conocidos y ricos, así como a los últimos bloomers, bottom-feeders, marginales y
periféricos. Dado que casi es un milagro que finalmente termine en el mundo del
arte como crítico, algo que nunca quise ser, quiero que todos los artistas
tengan una oportunidad, para ver que el poder, el acceso y el dominio están en
sus manos. Es por eso que valoro la claridad y la accesibilidad en la crítica
sobre toda la jerga que solemos obtener. Quiero que los críticos sean tan
radicalmente vulnerables en su trabajo como sé que los artistas lo son en el
suyo.
Ser artista también me hizo darme cuenta de que no fui creado para el
tipo de soledad que proviene del arte. El arte es lento, físico, resistente, materialmente
tangible e implica un compromiso constante para seguir haciendo lo mismo de una
forma diferente una y otra vez en el estudio. (…)
Pese a la distancia, a pertenecer a mundos
incompatibles, no existiendo concretas probabilidades de que mi camino se cruce
jamás con el suyo, he dado con un crítico de arte con el que no sólo concuerdo,
sino por el que siento auténtico
cariño. Podría destrozar olímpicamente
con su crítica todo mi trabajo pero no podría evitar seguir convencida de su
honestidad y terminar dándole las gracias por el destrozo. Un crítico que por su pasado de artista
entiende la soledad y la incertidumbre en la que vivimos a diario, que sabe de la búsqueda constante sin ninguna
seguridad ni garantía de estar andando por el camino correcto. Alguien que entiende. Tan poquito es más que suficiente para seguir
corroborando que vivir enredada en las naderías del arte vale la pena.
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