Quizá el exceso de análisis sea el verdadero
problema. Uno evalúa propuestas, sopesa
costos, considera beneficios por sobre inversión, tiempo implícito en el
proceso y proyección del resultado.
Demasiado análisis. Uno debería
hacer las cosas sólo porque le dan las ganas de hacerlas. Porque el lugar o la gente involucrada le son
simpáticos, porque le queda cerca, porque no tiene nada mejor que hacer. O, simplemente, porque le divierte. La elección por diversión debiera ser siempre la
prioridad.
A estas alturas los análisis
me superan, la cabeza no me da para tanto y la voluntad de apostar a la
seriedad y al profesionalismo fue sepultada por el abuso de estupidez e
incompetencia que me rodea. Tengo muy en
claro que debiera estar haciendo otra
cosa pero sólo tengo interés en jugar con mis muñequitas de rollo de
cocina. Lo lamento tanto, pero la vida
es así.
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