El plan original era que Ragnarök tuviera dos manifestaciones paralelas: por un lado las obras plásticas y por la otra una especie de compendio o ensayo sobre los fragmentos literarios e historiográficos que conformaron la “fuente” teórica de mi versión del ocaso de las religiones.
Y si bien he intentado ir compilando el material mientras trabajo en las obras que van plasmando mi versión de las distintas caras de Ragnarök, el desparramo de información, la abundancia de textos, y el entrecruzamiento que mi curiosidad dispersa provoca entre los temas, los autores y las fuentes, hacen que me resulte irrealizable sistematizar los textos que van conmigo mientras trabajo en esta serie.
Claudico reconociendo que lo que voy subiendo a este blog es la única manera (muy tirada de los pelos) de cumplir con mi programa original. Subir acá los textos con referencia a lo que estoy haciendo (ahora, sobre la Cruzada Albigense mientras trabajo sobre La Santa Inquisición II) es lo más aproximado a ese “ensayo” sobre Ragnarök que imaginaba podría escribir.
Tal vez cuando acabe con estas obras y ya ande abocada en otra cosa –quien sabe cuando- decante por si solo ese texto paralelo, o no. No sé. Me cuesta ordenar las cosas, es tanto lo que quiero compartir, la selección de textos que por más de quince años he venido acumulando y marcando, los libros de todo tipo que parecen encajar como piezas en un puzzle. Tanto y tan desparramado; empiezo por un libro y cuando transcribo un párrafo que me parece señero recuerdo algo vinculado que figura en otro o lo asocio con otra imagen que me surgió en la relectura… y así se entretejen tantos vínculos, desordenados y caprichosos, y quiero compartir todo pero me alboroto y dar un orden y un sentido a este desparramo se me vuelve imposible.
A veces creo estar maldecida por Borges y ser yo una especie de “Funes el memorioso”, un ser maldito que no puede leer algo sin recordar doscientas cosas al mismo tiempo. Y pretender trasmitirle a alguien más (el “otro”, el espectador, el lector, el amigo o el enemigo) un resumen entendible de ese Aleph de imágenes y palabras coincidentes en un punto es imposible. No soy clara y sospecho que nadie entiende nada.
Vísteme despacio que estoy apurado dicen que decía Napoleón, por lo que asocio e intento ir lento y hacer de una cosa por vez.
“Béziers, la ciudad mártir de la Cruzada, está muy cerca, y la matanza efectuada sobre toda su población (100.000 personas) por los cruzados de Simón de Montfort, el 22 de Julio de 1209, católicos y cátaros incluídos, todavía no se había olvidado e su época. En su corazón anidó el odio contra la Iglesia católica, que era entonces sinónimo de cristianismo, de modo que para él ambos estaban englobados dentro de una versión común. Los atestados de os interrogatorios que los inquisidores nos han legado son bastantes moderados en lo que respecta a las apreciaciones achacadas a los herejes sobre Jesús de Nazaret. Podemos juzgarlo nosotros mismos; …el “Manual del Inquisidor” del dominico Bernard Gui (1261-1331), titulado Practica, nos proporciona a este respecto preciosos detalles: “La Cruz de Cristo no debe ser ni adorada ni venerada, ya que nadie adora o venera el patíbulo en el que su padre, un familiar o un amigo ha sido ahorcado.” (…) “Item, niegan la encarnación de Nuestro Señor Jesucristo en el seno de María siempre virgen y sostienen que no adoptó un verdadero cuerpo humano, ni una verdadera carne humana como la tienen los otros hombres en virtud de la naturaleza humana, que no sufrió ni murió en la cruz, que no resucitó de entre los muertos, que no subió al cielo con un cuerpo y una carne humanos, ¡sino que todo ello sucedió de modo figurado!”. Es fácil comprender semejante prudencia en la transcripción de las respuestas: el hecho de mantener y relatar la verdadera opinión de los “perfectos” sobre Jesús de Nazaret habría significado destruir la labor depurativa de los Padres de la Iglesia y la de los monjes copistas. Ello explica el que hayan llegado a nuestras manos tan pocos atestados completo del interrogatorio de los “perfectos”. (…) En la época en que se desarrolla el inicio de la Cruzada los nobles tolosanos, los vasallos de los condes de Foix y de los Trencavel, los vizcondes de Béziers, si no han recibido ya el “consolamentum” de los “perfectos” cátaros, todos ellos son, en su mayoría, “creyentes”. (…) Y las nobles familias vasallas de los condes de Foix y de los vizcondes de Béziers, los Fanjeaux, los Laurac, los Mirepoix, los Durban, los Saissac, los Chateauverdun, los de I´Isle-Jourdain, los Castelbon, los Niort, los Dufort, los Montreal, los Mazerolles, los des Termes, de Minerva, de Pierrepertuse, etc., por no citar sino a las familias principales, cuentan todas con “herejes revestidos” entre sus miembros, y todos los otros son “creyentes” o simpatizantes. Pero Raimundo-Roger, conde de Foix, es más encarnizado todavía que su soberano Raimundo VII, conde de Tolosa. Juzguen ustedes mismos. En primer lugar, vive prácticamente rodeado de herejes. Y, de cara a los privilegiados de la Iglesia católica y sus clérigos, no se siente en modo alguno acomplejado por ello, cosa que horroriza a Pierre des Vaux de Cernay, cronista acérrimamente católico de la Cruzada. De modo que, al poseer la jurisdicción de Pamiers junto con el abad de Saint-Antonin, hace todo lo necesario para asquear a éste y obligarlo a renunciar. Así, por ejemplo, autoriza a dos caballeros de su séquito a instalar a su anciana madre en la abadía. Pero como dicha señora es una “perfecta” bastante conocida, los monjes de Saint-Antonin la echan de allí sin contemplaciones, como una apestada de aquella época. (…) Raimundo-Roger acude a Saint-Antonin con sus hombres de armas y sus oficiales, echa al abad y a los canónigos, hace demoler parte de la capilla… En el curso del inevitable saqueo de la capilla, los hombres de armas rompen un crucifijo de madera maciza, y utilizan sus astillas como mano de mortero para machacar las especias de sus comidas. Otro día, los caballeros del séquito de Raimundo-Roger descuelgan de la cruz a un Jesús de tamaño natural, lo visten con una cota de malla y lo toman como diana en la justa llamada del “estafermo”, juego de armas reservado a los hidalgos y caballeros nobles y a cada lance le gritan que “se redima”. Se denomina “estafermo” a un maniquí de madera, montado sobre un eje giratorio asentado sobre una base, que lleva atado en el brazo izquierdo, extendido, un escudo de torneo, y en el brazo derecho, también extendido, un largo y sólido garrote. Si el justador golpeaba torpemente con su lanza, y al galope, el escudo del maniquí y no se agachaba a tiempo sobre el cuello del caballo, el maniquí giraba sobre sí mismo bajo el efecto del choque, y asestaba automáticamente un garrotazo en la nuca o en la espina dorsal del torpe caballero. Sin comentarios. Practicar un orificio e introducir un palo a modo de eje en la base de un Cristo de tamaño natural, para convertirlo luego en un guiñol irrisorio, que servía de diana en un juego de armas, demuestra el poco caso que los nobles “creyentes” cátaros hacían del Jesús de la Historia.”
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