miércoles, 26 de septiembre de 2012



     Revolviendo entre mis libros, me detengo en la historia del Papa Inocencio III (Lotario de Segni) quien fuera el pontífice que ordenó la cruzada albigense. Leo en El sueño de Inocencio de Gerardo Leavaga

    “¿De veras podría unir las Iglesias de oriente y occidente al devastar Constantinopla? ¿De veras lograría socavar la herejía provocando tantas muertes en el Languedoc? Si la cristiandad unida, imbatible, era deseable para todos, ¿por qué, entonces, había tanta resistencia? “Qué cómodo sería que el demonio existiera”, resolvió. “Todo sería cuestión de culparlo, de atribuirle todo aquello que la figura de Dios no basta para explicar”. Predicaba la existencia de un solo Dios pero, en la práctica, necesitaba dos: uno para justificar el bien y otro –el demonio- para justificar el mal. “Los cátaros no están del todo equivocados”, llegó a decirse. Luego recapacitó: lo cómodo, lo verdaderamente cómodo, sería que Dios existiera. “Sólo tendría que ponerme en sus manos. Dejárselo todo a Él”. Pero el problema, lo sabía, era suyo. No del diablo ni de Dios.” 

(Editorial Planeta Mexicana, Mexico 2006, pág. 294).






     “En una mañana dieron muerte a todos los habitantes de la ciudad, desde los ancianos cátaros perfectos a los niños católicos recién nacidos. En la época anterior a la pólvora, matar a tanta gente en tan poco tiempo requería un empeño salvaje que supera la imaginación. Los cruzados resentidos por haber perdido el botín de la próspera Béziers debían consolarse pensando que habían hecho el trabajo de Dios con gran eficacia. Esa magnífica victoria aseguraba la salvación personal. En su carta a Inocencio, Arnaud se maravillaba de su éxito. “Casi veinte mil ciudadanos fueron pasados a cuchillo, con independencia de la edad y el sexo – escribió- La venganza divina ha sido majestuosa.” La mente humana había cruzado un umbral.” 

Stephen O´ Shea, Los Cátaros, Ediciones B Argentina, Buenos Aires 2005, pág. 122.






     “Yahvé escucha en silencio las acusaciones del señor Savater. Éste es el mandamiento que menos vamos a discutir. Nadie, ni los más escépticos y menos entusiasmados por las prohibiciones, rechaza este impedimento: no matarás. Es imprescindible y necesario, pero reconoce que estamos frente a una gran contradicción. En la historia se ha matado más en tu nombre que en el de los demás dioses… Perdón… perdón… no te enfades, ya sabemos que no hay más dioses que tú, y que los demás son falsos. Lo que si debes reconocer es que utilizándote como escusa se han declarado terribles guerras, cometido saqueos, se han asesinado a millones de hombres, mujeres y niños. ¿Recuerdas la guerra de los albigenses? Seguro que sí. En una ciudad habían decidido pasar a cuchillo a los pobres albigenses. Le preguntaron al obispo cómo hacer para reconocer quiénes eran herejes y quiénes no antes de ejecutarlos, entonces tu representante en la tierra recomendó matarlos a todos, ya que Dios reconocería a los suyos.”

Fernando Savater, Los diez mandamientos en el siglo XXI, Random House Mondadori SA, Buenos Aires 2004, pág. 87.






     “Arnaud Amaury dijo…, en lengua vernácula: “Caedite eos. Novit enim Dominus qui sunt eius.” (Matadlos a todos; Dios reconocerá a los suyos)…” 

Stephen O´Shea, obra citada, pág. 120.






     Ciertamente la matanza del Languedoc no fue asunto de la Inquisición (Domingo de Guzmán es contemporáneo pero su obra se dimensiona a posteriori), pero la tragedia de los cátaros en manos de la iglesia romana es como el compendio de lo que vendrá, la evidencia de que la cruz poco tiene que ver con una presunta fe y mucho con los juegos del poder político y económico. Fui educada (infructuosamente, claro está) en la fe católica; cumplí un par de años con el catesismo previo a la primera comunión, recibí catequesis los seis años del Colegio de monjas donde me recibí de perito mercantil, cumplí con un adoctrinamiento ad hoc para confirmarme ya adolescente, hice retiros religiosos y cursé teología, derecho canónico y derecho eclesiástico en una universidad jesuita. Y jamás me hablaron de la cruzada albigense (ni de todo lo demás, claro está). Lamentablemente esa falta de “información”, tal vez no intencional, tal vez pura ignorancia de quienes me “guiaron” en la fe, lo único que ha hecho fue convencerme de que todo lo que siempre me repitieron era mentira.





     Hoy en mi Ragnarök solo quiero detenerme en los hechos. Tanta gente muerta. Tanto sin sentido. Para mi, esos hechos brutales que siglos después me escandalizan y me espantan son una realidad que –sin valorarla puntualmente- creo que debe ser más conocida. Sólo pretendo que eso que yo ignoré (pese a un exceso de educación) sea información común y accesible. ¿Por qué? Por respeto a los muertos que sostienen los cimientos de la majestuosa iglesia católica.





     Cuando visité San Pedro en el Vaticano (más allá de mi fastidio por tener que ponerme un pañuelo sobre el pelo, por aquel anacronismo de “que el cabello de las mujeres perturba a los ángeles) lo que más me impresionó fueron las marcas en el piso que señalaban el tamaño de otras basílicas, ya que ninguna podía ser mas grande que la de Roma. “-¿Las miden?- recuerdo haber preguntado al sacerdote que servía de guía. “-Por supuesto. Ninguna puede ser más grande que el Domo de Roma, la casa del Vicario de Cristo en la tierra.” ¿Se puede perder tiempo en semejante estupidez? Obviamente si, ya que en eso están ocupados y nos lo muestran a los turistas como factor de suma importancia religiosa. Recuerdo también haber mirado el piso donde se señalaba el tamaño de la Basílica de La Plata, en Buenos Aires, y sentir físicamente que no estaba parada sobre mármol sino sobre cadáveres. Esa sensación me acompaña hoy, pero cada vez me enoja más que se pretenda que esos cadáveres no tengan nombre. Muertos anónimos para la gloria de dios. Un espanto.






     Se que mis cuadros no harán demasiado para cambiar la historia. Pero al menos siento que mi indignación se concreta en imágenes y tal vez, aunque sea sólo un espectador el que lo perciba, esa injusticia que me subleva será una pizquita más conocida y en esa mínima proporción, espero se honren las víctimas de la “fe” de mi infancia.




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