Los altos
niveles de saturación que ocasiona el
trabajar en lo que nos apasiona pero que nos resulta carísimo, al mismo tiempo que
trabajamos en lo que detestamos con toda el alma pero que nos sustenta económicamente, llevan a que en
un punto fatal se nos crucen los cables. Entonces pasa. ¿De que “salud mental” me
hablan? Es imposible sobrevivir si uno
prioriza la cordura. Sólo estando un
poco (bastante) trastornada puedo resistir esta dualidad con auténtico espíritu
deportivo y desaforada convicción.
No es una
queja, es una mera manifestación de hechos. Voy y vengo, estoy en esto y estoy
en aquello. Encuentro lógico dividirme en dos formas de actuar, de pensar y hasta de
hablar completamente diferentes; códigos y criterios dispares como si fuera habitante de dos planetas distintos sólo que al mismo tiempo, en el mismo
espacio físico y siendo yo aunque no sea
del todo una ni del todo otra. ¿Suena
desquiciado? Se ha vuelto tan normal
para mí y desde hace tanto que ya no recuerdo si alguna vez no fue así.
Y
entonces viene alguien, tal vez bienintencionado, y me sugiere acabar con este patrón errático
y -al parecer- un tanto extraño y fundir ambas vidas en una y mis múltiples yo
en uno simplificado. Claro, si, bien en
teoría, pero ¿qué garantías hay de que esa unificación conserve lo mejor de
todos mis mundos? ¿Si unificar implica
nivelar para abajo (lo que parece ser saludable, por lo que me dicen; sospecho
que salud y arte no son del todo compatibles)?
Si, la “salud mental” debe ser
un valor a considerar, pero ¿si la estabilidad, la contención emocional, la
reducción de las psicosis, la eliminación definitiva de la angustia, acaban limitando la
capacidad para pensar el arte como artista? Si extinguir
las “alucinaciones” elimina de arrastre la “proyección creativa”,
dejar de ver lo que aún no existe, eso
que puede ser exacerbada imaginación o brote psicótico según quien lo refiera,
¿vale la pena la opción saludable?
Hay días
(semanas, meses, años) en los que uno se siente realmente cansado, momentos en los que clama por un rato
de vida simple, de normalidad, de ser así nomás, sin pretensiones, común y
corriente. Pero enseguida queda claro
que todo tiene un precio, que el arte es caro en dinero y en sangre, y si
convivir con la creatividad nos cobra peaje también en el cuerpo… supongo que es parte del juego que elegimos jugar. Siempre hay un precio, siempre estamos pagando por nuestras elecciones. Tal vez la salud psíquica esté un poco
sobrevalorada.
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