viernes, 23 de octubre de 2015





     Los altos  niveles de saturación que ocasiona el trabajar en lo que nos apasiona pero que nos resulta carísimo, al mismo tiempo que trabajamos en lo que detestamos con toda el alma pero que  nos sustenta económicamente, llevan a que en un punto fatal se nos crucen los cables.   Entonces pasa.  ¿De que “salud mental” me hablan?  Es imposible sobrevivir si uno prioriza la cordura.  Sólo estando un poco (bastante) trastornada puedo resistir esta dualidad con auténtico espíritu deportivo  y desaforada convicción.


     No es una queja, es una mera manifestación de hechos. Voy y vengo, estoy en esto y estoy en aquello.  Encuentro lógico dividirme en dos formas de actuar, de pensar y hasta de hablar completamente diferentes; códigos y criterios dispares como si fuera habitante de dos planetas distintos sólo que al mismo tiempo, en el mismo espacio físico  y siendo yo aunque no sea del todo una ni del todo otra.  ¿Suena desquiciado?  Se ha vuelto tan normal para mí y desde hace tanto  que ya no recuerdo si alguna vez no fue así.




     Y entonces viene alguien, tal vez bienintencionado,  y me sugiere acabar con este patrón errático y -al parecer- un tanto extraño y fundir ambas vidas en una y mis múltiples yo en uno simplificado.  Claro, si, bien en teoría, pero ¿qué garantías hay de que esa unificación conserve lo mejor de todos mis mundos?  ¿Si unificar implica nivelar para abajo (lo que parece ser saludable, por lo que me dicen; sospecho que salud y arte no son del todo compatibles)?  

    Si, la “salud mental” debe ser un valor a considerar, pero ¿si la estabilidad, la contención emocional, la reducción de las psicosis, la eliminación  definitiva de la angustia, acaban limitando la capacidad para pensar el arte como artista?  Si extinguir las “alucinaciones” elimina de arrastre la “proyección creativa”, dejar de  ver lo que aún no existe, eso que puede ser exacerbada imaginación o brote psicótico según quien lo refiera, ¿vale la pena la opción saludable?




     Hay días (semanas, meses, años) en los que uno se siente realmente cansado, momentos en los que clama por un rato de vida simple, de normalidad, de ser así nomás, sin pretensiones, común y corriente.  Pero enseguida queda claro que todo tiene un precio, que el arte es caro en dinero y en sangre, y si convivir con la creatividad nos cobra peaje también en el cuerpo…  supongo que es parte del juego que elegimos jugar.  Siempre hay un precio, siempre estamos pagando por nuestras elecciones.    Tal vez la salud psíquica esté un poco sobrevalorada.








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