Sobre
las coincidencias (o las escusas para salir de cacería de libros).
Creer o
reventar, a veces las coincidencias se dan de un modo que hacen sospechar que realmente
hay un demiurgo con muchísimo sentido del humor manipulándonos la existencia.
El pasado miércoles a media tarde disfrutaba de la lectura mientras volvía en el 37 de Capital a Lanús. Estoy tratando de
hacer durar el segundo libro del Comisario Ricciardi que compré por
la sencilla razón de que todavía no pude conseguir más de él; por eso me lo
reservo para estos ratos de exclusividad mutua en los largos trayectos en colectivo. Compenso
el fastidio del traqueteo incómodo del traslado con el goce de mis lecturas
favoritas.
Y en ese rato de placer di con una escenita
que es una de las más deliciosas que me he topado en un policial. Tan bien escrita que resulta visual, con el
timing de una puesta teatral, y una
escueta precisión en la pintura de los personajes que los hace cercanos y
creíbles. La escena es perfecta para la trama, para el desarrollo
psicológico de los caracteres y para el éxtasis del lector. Tanto me gustó, que
estuve el resto de la tarde contando a mis circunstanciales interlocutores –aunque
no viniera al caso quizá- sobre este autor que estoy descubriendo y de uno de
los personajes que se incorpora al tope de mi panteón de fetiches literarios.
Y hace un
rato una amiga (sabedora de que no tengo Facebook por lo que era poco probable
que yo me enterara por esa vía) me envía una captura de pantalla de su muro:
Me cuenta mi amiga que le insistí tanto los últimos días con la novela que estaba leyendo, que
ingresó en su barra de búsqueda al autor para
indagar sobre su obra y evaluar por su cuenta el fundamento de mi nuevo
fanatismo. Y se topó conmigo, y me hizo
partícipe.
Me quedé gratamente
sorprendida un instante, para enseguida pasar a la más profunda desesperación, al ir a la página oficial de Maurizio de Giovanni (https://www.facebook.com/MdGOficialFanClubEspanayLatinoamerica/)
y descubrir la cantidad de títulos que no tengo ni he leído aun. Ni que decir que la perspectiva de ya no
tener que regatearme la lectura (que voy
a liquidar en cuanto termine de escribir esto) ante la existencia de más historias
del fascinante Comisario Ricciardi circulando por el planeta me ha alegrado el
día, la semana y probablemente el mes.
Pronta a
salir en una nueva cacería de libros (¡placer de placeres!) transcribo a
continuación la escena maravillosa a la que me refería más arriba:
“Ricciardi se volvió para buscar al
camarero y hacerle el pedido al tiempo que echaba un vistazo a su
alrededor. Vio la mirada de envidia de
por lo menos cuatro hombres, entre ellos, el que iba enteramente de
blanco. Vio la curiosidad de tres
señoras, que trataban de catalogar a la pareja desconocida. Vio el cadáver del abogado que miraba la
entrada con su único ojo, preguntándose sin cesar cuándo el cornudo ese dejaría
libre a su esposa.
Y vio a Sebastiano que susurraba al oído de
Enrica, mientras ella miraba hacia donde estaba Ricciardi con los ojos anegados
en lágrimas.
(…)
De pronto, Ricciardi tuvo la sensación de
haberse convertido en el centro del universo: Livia lo miraba y le sonreía;
Enrica lo miraba y lloraba; el abogado muerto lo miraba y le hablaba; los
parroquianos presentes en el café lo miraban y murmuraban; el camarero, que se
le había acercado con presteza, lo miraba y le preguntaba qué deseaba. El único que no le hacía caso era el joven
que acompañaba a Enrica, ocupado en sus susurros, y, por absurdo que pareciera,
le estuvo agradecido No estaba hecho
para encontrarse en semejantes situaciones.”
Maurizio
de Giovanni, El verano del Comisario Ricciardi Random House Mondadori SA – Lumen, Buenos
Aires 2013, páginas 169/171.-
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