Consideraciones desde la periferia de la
periferia (de la periferia, como un juego de cajas chinas, o una mamushka rusa, la imagen de un espejo
que se refleja en un espejo, que se refleja en un espejo, que se refleja…).
Entre las
conclusiones de un Foro de Arte que se celebró en Cáceres, España, hace
unos pocos días y que he seguido por las redes, leo:
Por un
instante (fugaz) creo que me hablan a mí, pero enseguida comprendo mi
error. Yo estoy en la periferia de la
última periferia; la Última Thule de la Última
Thule, el último bastión de un bastión derribado. No, hablaban de otra cosa.
La
cuestión es interesante. ¿A qué llaman
periferia? Entiendo que a la actividad cultural
que se realiza por afuera del circuito oficial, de los espacios de
concentración y prestigio, de lo que se entiende por el “Centro”. Algo como el off Broadway y nuestro off
Corrientes, como el irrepetible café-concert de los 60 o el mítico underground de los 80. Pero
sigue siendo una actividad articulada y reconocida, ni tan conservadora y
predecible como la del Centro, pero con una estructura funcional similar.
La movida
de esta Primera Periferia es la transgresora, la iconoclasta, que se prefigura y
se acepta precisamente por su provocación y desafío al Centro, Centro al que
pretende acceder y que, cuando lo consigue, se mimetiza con él, y se torna paulatinamente
conservadora como corresponde a todo lo consagrado.
El
presunto desafío o ruptura que se produce en esta Primera Periferia es de
manual marketinero. El método comprobado para llamar la atención de aquellos a
quienes conviene llamar la atención. Una
rebeldía controlada, de laboratorio, que permite el interés de los otrora rebeldes
que ahora componen el Panteón Supremo de las glorias máximas del Centro.
La cuestión, me rindo a la evidencia, se está tratando coincidentemente en muchos lados. Por mail
me llega la invitación al curso on line
sobre Mercadotecnia Artística y Cultural,
y me resulta evidente que estos son los criterios que rigen
prioritariamente en la Primera Periferia:
Para
cualquier artista acceder a la Primera Periferia es estar ya
posicionado y con plataforma formal de vuelo.
Ya tiene un lugar, en el fondo de la vidriera pero en la vidriera al
fin. Será luego el juego de moverse en
ese ámbito reducido con la habilidad necesaria para quedar justito en el medio
de la escena y bajo el halo del reflector (aunque sea por un ratito).
Sospecho
que al Centro casi siempre se accede desde la Primera Periferia (con
excepciones, claro; siempre hay excepciones).
El dinero (grande, abundante, presuntamente fácil) está en el Centro; en
la Primera Periferia es escaso y hay que sudarlo sin pausa. Desde una visión pura de mercado es obvio que en la
Primera Periferia hay que alborotar para conseguir presupuesto. Mayor alboroto, mayor presupuesto. Lógica pura.
Después
viene una Segunda Periferia, la que no es transgresora por la transgresión
misma ni milita por una revolución desaforada que le permita copar el Centro de
prepo y ya.
Esta
Segunda Periferia es la de los creadores convencidos pero sin contactos. De los que buscan los fondos en otras
actividades ajenas a su metier para sostenerse ellos y a su obra, por lo que se
quedan sin tiempo para el rosqueo astuto, el posicionamiento sagaz, el estratégico
complot. En la Segunda Periferia hay mucho trabajo real, vocación auténtica,
tal vez talento, sueños incorruptibles.
Desde esta periferia el objetivo es La Obra, no llamar la atención al
Centro. Muchos de estos creadores logran
el reconocimiento después de muertos, cuando las obras empiezan a
moverse por si solas y se salen de la periferia para cumplir sus destinos, tal
vez de museos. La obra independiente de
su autor. La obra construyendo su historia.
Y después
hay un cúmulo de desorganizadas periferias variopintas, tanto geográficas como
ideológicas. Personas que hacen desde
afuera porque están lejos de todo o porque no quieren (no pueden, no saben, no tienen
tiempo ni interés) de vincularse con otras personas ni con el mercado. La periferia periférica, los que se quedaron
por afuera del radio de cobertura del radar.
Quizá la periferia de los artistas destinados invariablemente
al fracaso.
Claro que
ahora está internet y que algunos viejos fósiles del Centro hacen agua entre
los resquicios de sus anquilosados huesitos.
Internet es el ejercicio práctico de la absoluta igualdad. El Centro puede estar físicamente
lejos pero cibernéticamente al alcance de dos tecleos y un click del mouse. Entonces, la periferia se vuelve una cuestión
mental.
Y la pregunta es entonces: ¿el
artista de la periferia más periférica quiere dejar de ser un marginal? ¿Sólo se hace arte para acceder al Centro, al
reconocimiento, a la fugaz gloria, al dinero contante y sonante, o estamos haciendo esto por otras razones?
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