Misceláneas
parroquiales
El domingo cerró la Feria de Arte y Diseño Art
Sale. Y corroborando mi teoría (lo que no necesariamente significa que me
alegra), ninguna de mis Bandejas Enmascaradas se vendió pese
a que todas se ofrecieron a un mismo precio casi por debajo de su costo
material (mil pesos, algo así como cien
dólares a valor oficial, sesenta y cinco dólares a valor real y azulado).
Gané la
discusión que diera origen a esta experiencia y esperé el expreso reconocimiento
de mi victoria por parte de mi contrincante.
Pero no. Sigue sosteniendo que el
“arte accesible”, el affordable
art, es lo que se proyecta a
futuro y puebla las ferias internacionales; que lo que yo hice era demasiado
complejo (¡demasiadas puntas, demasiados
planos!) como para calificar de “accesible”.
Podría engancharme en la discusión (¡otra vez!), pero no. El arte es otra cosa, no es una mera cuestión
de costos y mercado, de tamaño apto “para
la cartera de la dama y el bolsillo del caballero” que se vocea en los
pasillos del tren o del subte y que la gente compra por mera circunstancia de comodidad. El
arte es otra cosa. Fin de la
cuestión.
Recibí
ayer por mail una amable consulta de una estudiante de la Universidad de San Andrés para una investigación que está
realizando para el taller “El arte de escribir” cuya consigna,
al parecer, es indagar sobre artistas argentinos de los últimos 20 años.
Dejando
de lado el casi infarto masivo que me provocó ese mail, el lógico subsiguiente
ataque de profunda emoción porque alguien me considerara un “artista
argentino de los últimos veinte años”
(cosa que de hecho soy, pero estoy
tan resignada a ser la única que lo tenga en cuenta que me tomó por sorpresa),
la consulta me dejó rumiando largo y profundo sobre la dudosa certeza de mi
propio criterio.
La estudiante
me preguntaba por el título de una obra en particular, argumentando que pese a
buscarlo no pudo hallarlo en la web. Su
manifestación era exacta ya que siendo esa obra
una de mis múltiples inconclusas jamás formalmente la subí a sitio
alguno con nombre y data técnica. Sin
embargo, al correr de los años, Escudo Nacional es una obra que he
reproducido con bastante habitualidad en este blog, por la sencilla razón de
que ha llegado a gustarme mucho y con la que en momentos (de ira política) me identifico.
En el
intercambio de mensajes que siguió, mi interlocutora me noqueó definitivamente al
decirme que ante Escudo “sentí que era un grito desesperado de
Argentina en este momento”.
Veamos:
esa obra quedó en la nada, sin concluir y sin mi más mínimo interés porque NO LOGRABA CAPTAR LO QUE INTENTABA DECIR;
ME RESULTABA INSÍPIDA E INTRASCENDENTE.
Pasaron los años (ocho o diez, no
tengo precisión), y de pronto empieza a significarme a mí misma lo que
originariamente pretendía. Pero me desconfío,
yo soy parte interesada, lo mío podía ser simplemente un preconcepto. Y de golpe se me aparece alguien que no
conozco pero que deduzco muy joven, que sin saber nada ni de mis intenciones
originarias ni de mi dudoso cambio de opinión, ENTIENDE ANTE LA OBRA PRECISAMENTE ESO QUE SE SUPONÍA QUERÍA DECIR.
O sea, mi
criterio es un desastre. Se me descalibró por completo el radar (si alguna vez funcionó). Cuando abandoné Escudo se debió a que ella
no era lo que yo quería que fuera pero ella ya era lo que debía ser y yo ni me
di cuenta ni entendí nada de nada.
Concluyo ante la evidencia que soy la menos indicada para juzgar mi obra, pero ¿cómo se hace
entonces? ¿La pifio tanto cuando creo
que algo es bueno como cuando lo descarto por fallido? No me tengo que escuchar (¡y encima que voy por la vida con mi
colección de voces esquizoides!).
Me
consuelo diciéndome que esto no es ni más ni menos que una nueva confirmación
de que las obras son independientes de sus autores. Que cada obra hace su propio camino, a sus
tiempos y con su personal público, que llega a quien tiene que llegar y en el
momento preciso. De nada vale el
voluntarismo ni las estrategias de marketing que un artista pueda elaborar,
cada obra se reirá a carcajadas de tamaña vanidad y hará lo que le venga
reverendamente en ganas.
Me he
visto obligada a disculparme con Escudo Nacional, y a comprometerme solemnemente
a -cuando tenga cinco minutos de tiempo- fijarme entre el revoltijo de mi
taller a dónde ha ido a parar y resguardar su integridad de obra que se impuso
por sobre mi chapucero criterio y errática voluntad.
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