martes, 13 de octubre de 2015


Misceláneas parroquiales




     El domingo cerró la Feria de Arte y Diseño Art Sale.  Y corroborando mi teoría (lo que no necesariamente significa que me alegra), ninguna de mis Bandejas Enmascaradas se vendió pese a que todas se ofrecieron a un mismo precio casi por debajo de su costo material (mil pesos, algo así como cien dólares a valor oficial, sesenta y cinco dólares a valor real y azulado). 

     Gané la discusión que diera origen a esta experiencia y esperé el expreso reconocimiento de mi victoria por parte de mi contrincante.  Pero no.  Sigue sosteniendo que el “arte accesible”, el affordable art,  es lo que se proyecta a futuro y puebla las ferias internacionales; que lo que yo hice era demasiado complejo (¡demasiadas puntas, demasiados planos!) como para calificar de “accesible”.

      Podría engancharme en la discusión (¡otra vez!), pero no.  El arte es otra cosa, no es una mera cuestión de costos y mercado, de tamaño apto “para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero” que se vocea en los pasillos del tren o del subte y que la gente compra por mera circunstancia de comodidad.  El arte es otra cosa.  Fin de la cuestión.





     Recibí ayer por mail una amable consulta de una estudiante de la Universidad de San Andrés para una investigación que está realizando para el taller “El arte de escribir” cuya consigna, al parecer, es indagar sobre artistas argentinos de los últimos 20  años. 

     Dejando de lado el casi infarto masivo que me provocó ese mail, el lógico subsiguiente ataque de profunda emoción porque alguien me considerara un “artista argentino de los últimos veinte años”  (cosa que de hecho soy, pero estoy tan resignada a ser la única que lo tenga en cuenta que me tomó por sorpresa), la consulta me dejó rumiando largo y profundo sobre la dudosa certeza de mi propio criterio.

     La estudiante me preguntaba por el título de una obra en particular, argumentando que pese a buscarlo no pudo hallarlo en la web.  Su manifestación era exacta ya que siendo esa obra  una de mis múltiples inconclusas jamás formalmente la subí a sitio alguno con nombre y data técnica.  Sin embargo, al correr de los años, Escudo Nacional es una obra que he reproducido con bastante habitualidad en este blog, por la sencilla razón de que ha llegado a gustarme mucho y con la que en momentos (de ira política) me identifico.




     En el intercambio de mensajes que siguió, mi interlocutora me noqueó definitivamente al decirme que ante  Escudo  “sentí que era un grito desesperado de Argentina en este momento”.  

     Veamos: esa obra quedó en la nada, sin concluir y sin mi más mínimo interés porque NO LOGRABA CAPTAR LO QUE INTENTABA DECIR; ME RESULTABA INSÍPIDA E INTRASCENDENTE.  Pasaron los años (ocho o diez, no tengo precisión), y de pronto empieza a significarme a mí misma lo que originariamente pretendía.  Pero me desconfío, yo soy parte interesada, lo mío podía ser simplemente un preconcepto.  Y de golpe se me aparece alguien que no conozco pero que deduzco muy joven, que sin saber nada ni de mis intenciones originarias ni de mi dudoso cambio de opinión, ENTIENDE ANTE LA OBRA PRECISAMENTE ESO QUE SE SUPONÍA QUERÍA DECIR.

     O sea, mi criterio es un desastre. Se me descalibró por completo el radar (si alguna vez funcionó).  Cuando abandoné Escudo se debió a que ella no era lo que yo quería que fuera pero ella ya era lo que debía ser y yo ni me di cuenta ni entendí nada de nada.  Concluyo ante la evidencia que soy la menos indicada  para juzgar mi obra, pero ¿cómo se hace entonces?  ¿La pifio tanto cuando creo que algo es bueno como cuando lo descarto por fallido?  No me tengo que escuchar (¡y encima que voy por la vida con mi colección de voces esquizoides!).

     Me consuelo diciéndome que esto no es ni más ni menos que una nueva confirmación de que las obras son independientes de sus autores.  Que cada obra hace su propio camino, a sus tiempos y con su personal público, que llega a quien tiene que llegar y en el momento preciso.  De nada vale el voluntarismo ni las estrategias de marketing que un artista pueda elaborar, cada obra se reirá a carcajadas de tamaña vanidad y hará lo que le venga reverendamente en ganas. 


     Me he visto obligada a disculparme con Escudo Nacional, y a comprometerme solemnemente a -cuando tenga cinco minutos de tiempo- fijarme entre el revoltijo de mi taller a dónde ha ido a parar y resguardar su integridad de obra que se impuso por sobre mi chapucero criterio y errática voluntad.





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