Como si
fuera parte de la lógica del asunto (mi asunto),
no pasa un día sin que el mundo externo venga a confirmar o a provocar mi mundo
interno, o sea, mi mundo donde la estética de la Alicia de Lewis Carroll es la premisa actual de
todos mis desvelos.
Mientras
lidio con una extraña mezcla de carta
pesta y porcelana fría para conformar los rostros de las que serán las Flores
Parlantes con las que se topa Alicia en el jardín de ingreso a Wonderland (una de mis caras parece
haber consumido hongos alucinógenos),
y alcanzo el Nirvana
en mis ratos libres dibujando naipes de corazones (¡qué cosa más relajante!)
me llegan vía twitter imágenes de otras
ambientaciones sobre el mismo tema.
Entonces
reparo en la cuestión de las tazas y de mi cobardía de meterlas al horno. Sé que debo vitrificar la pintura para lograr
el brillo y la durabilidad requerida, pero me da vértigo. Conseguí una mínima lecherita para hacer la
prueba piloto, pero sigo acá, dando vueltas al asunto. El instructivo dice que
la meta al horno frío y la cocine 45 minutos y la deje enfriar dentro. No suena complejo, pero me repele la
idea. ¿Por qué? Qué se yo.
Supongo que en mi imaginación figuro la porcelana derritiéndose y
perdiendo forma, cual relojes blandos de Dalí. Pero estoy muy sobre las fechas, y lo de las
tazas debe concretarse ya (hay muchas otras tazas pendientes). Juntaré coraje y hoy sí o sí voy a cocinar la
lecherita. Veremos...
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