jueves, 10 de diciembre de 2015






Al año que comienza yo le pido un mundo distinto
Que pólvora e incienso no se mezclen al olor
Que no me inquiete tanto el futuro de mis hijos
Que no paguen la broma del hambriento barrigón
Que tengan un planeta que esté vivo y les abrace
El mundo que yo quiero sé que no lo veré yo
Yo quiero que el futuro quede libre de pendejos
Que no te asuste más mi letra que una bala de cañón

Alejandro Sanz, El Silencio de los Cuervos
 

 
      Será que ha sido un año muy duro y absurdo dentro de un cúmulo demasiado largo de años duros y absurdos.  Será que la sinrazón y la estupidez en un momento saturan y se autodestruyen aun en la cabeza del más necio.  Será que lo bueno siempre, al final, decanta. 
 
      Lo cierto es que esta mañana uno percibe un entusiasmo tranquilo pero concreto por volver a la normalidad. Por relajare, por dejar de estar a la defensiva, por retornar a que las cosas sean lo que obviamente son y que las palabras (el relato) tornen a su lugar,  a ese plano más distante –ajeno y propio de los que juegan ese juego en exclusiva-, que no interfieran complicando la vida real de las personas reales.  Que no nos inquiete tanto el futuro de nuestros hijos…

 
 

    Será que ya está, que se terminó.  Que volvemos a cierta cuota de cordura cotidiana.  Será que tener esperanza vuelve a ser una posibilidad.  Tal vez nos traicionen otra vez, tal vez volvemos a creer para dar chance de que nos decepcionen de nuevo.  Pero hay una sospecha colectiva muy palpable de que aun en el peor de los casos, una temporada de sentido común y sobria normalidad a todos nos va a hacer mucho bien.  Una pausa para respirar.  Yo quiero que el futuro quede libre de pendejos…




     ...Que no te asuste más mi letra que una bala de cañón...
     Volver “a las cosas”, como nos aconsejaba Ortega y Gasset.  A las cosas.  A la vida.  Al trabajo honesto, al esfuerzo, a los méritos. Al respeto y al buen trato.  A ser como éramos, como siempre fuimos, como nos gusta ser.
 
 

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