Alguien me refuta vía mail que lo mío no
califica ni para “arte erótico”, que mis
desnudos no se apartan del canon más tradicional.
Me
inclino a coincidir. Al menos en
teoría. Soy una persona conservadora –aunque suene tan contradictorio-; me
resulta natural mantenerme dentro del sobrio y apacible clasicismo. Discreto y elegante. Claro que tengo que reconocer mi tendencia a
los excesos, a cierto amontonamiento estético, a mi extraño e inevitable
sentido del humor. Y el hecho –concreto e incuestionable- de la censura
que desde años viene acompañando a mi
trabajo. Los descuelgues, la negativa a
dejarme a exponer, al pedirme obra menos “agresiva”. Mis inocentes desnudos clásicos se vuelven
perversos e impúdicos cuando los quiero exhibir.
Así,
mientras coincido con mi detractor en que mi obra es demasiado tranquila para constituir auténtico “arte
erótico”, en la práctica y en el sector del mercado en que me muevo resulto
incómoda y molesta, que no soy pero parezco, y que mejor no cuelgo. Soy un “por las dudas, no”.
Igual
y yendo al punto, concuerdo. Lo que hago
no es ni auténtica pornografía ni aproximación seria al arte erótico. Espero alguna vez estar segura de que lo que
hago es arte y punto.
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