miércoles, 30 de diciembre de 2015





     Alguien me refuta vía mail que lo mío no califica ni para “arte erótico”, que mis desnudos no se apartan del canon más tradicional.

     Me inclino a coincidir.  Al menos en teoría.  Soy una persona conservadora –aunque suene tan contradictorio-; me resulta natural mantenerme dentro del sobrio y apacible clasicismo.  Discreto y elegante.  Claro que tengo que reconocer mi tendencia a los excesos, a cierto amontonamiento estético, a mi extraño e inevitable sentido del humor.  Y el hecho –concreto e incuestionable- de la censura que desde años viene  acompañando a mi trabajo.  Los descuelgues, la negativa a dejarme a exponer, al pedirme obra menos “agresiva”.  Mis inocentes desnudos clásicos se vuelven perversos e impúdicos cuando los quiero exhibir.




     Así, mientras coincido con mi detractor en que mi obra es demasiado tranquila para constituir auténtico “arte erótico”, en la práctica y en el sector del mercado en que me muevo resulto incómoda y molesta, que no soy pero parezco, y que mejor no cuelgo.  Soy un “por las dudas, no”. 


     Igual y yendo al punto, concuerdo.  Lo que hago no es ni auténtica pornografía ni aproximación seria al arte erótico.  Espero alguna vez estar segura de que lo que hago es arte y punto.







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