sábado, 31 de diciembre de 2016


























     Al que pase por aquí hoy, aunque las copas sean un poco extrañas y no combinen entre sí, se lo invita a brindar.  

   Por el año que pasó, por lo compartido, por lo negado, por las coincidencias y por las irreconciliables diferencias.  

    Por las sonrisas, por la paciencia, por la ira pasajera y por la risa liberadora.  Porque seguimos adelante.  

    Porque mañana es otro año y aunque lo mejor siempre esté esperándonos adelante, ha valido la pena todo lo que estamos dejando atrás.  

     Porque ha sido un buen año.  Para que el próximo sea aún mejor.

 Chin –chin!!!





viernes, 30 de diciembre de 2016

     Última obra del año: Vaudeville, mixtura sobre papel intervenido con fuego, serie Burlesque



























     2016 ha sido el año en el que me animé a comunicarme también en inglés, chapuceramente por cierto, con la amable y no muy fiable asistencia del Google Traductor -soy de la época en la que en la escuela pública no había segundo idioma como materia obligatoria, ¡una antiguedad!-.  Pero con voluntad y terquedad todo se puede y nos vamos haciendo entender...






















































jueves, 29 de diciembre de 2016


Raconto (en serio) de Fin de Año – Apartado feminista 




     “…Durante mucho tiempo la convicción de que las mujeres no tenían aptitudes para la pintura, a no ser por las habituales Rosalba Carriera o Artemisia Gentileschi, se ha basado en distorsiones de este tipo.  Es natural que, mientras la pintura consistía en frescos de iglesias, subirse a un andamio con pollera no era algo decente, ni tampoco un oficio de mujer dirigir un taller con treinta aprendices; pero en cuanto se pudo hacer pintura de caballete aparecieron las mujeres pintoras.  Es algo así como decir que los judíos han sido grandes en muchas artes pero no en pintura, hasta que apareció Chagall.  Es verdad que la cultura judía era eminentemente auditiva y no visual, y que no debía representarse a la divinidad mediante imágenes, pero hay una producción visual de indudable interés en muchos manuscritos hebreos.  El problema es que en los siglos en que las artes figurativas estaban en manos de la Iglesia era difícil que un judío se sintiera alentado a pintar vírgenes y crucifixiones; sería como asombrarse de que ningún judío haya llegado a ser Papa.
(…)

     Las feministas eligieron hace ya tiempo como heroína a Hipatia que, en la Alejandría del siglo V, era maestra de filosofía platónica y de matemáticas avanzadas.  Hipatia se ha convertido en un símbolo, pero por desgracia de sus obras solo ha quedado la leyenda, porque se perdieron como se perdió también ella, hecha literalmente pedazos por la turba de cristianos exacerbados, soliviantados según algunos historiadores por aquel Cirilo de Alejandría al que se le hizo santo, aunque no por eso.  Ahora bien, ¿Hipatia era la única?

     Hace menos de un mes se publicó en Francia un librito, Histoire des femmes philosophes.  Si nos preguntamos quién es el autor, Gilles Ménage, descubrimos que vivía en el siglo XVII, era un latinista preceptor de madame de Sévigné y de madame de Lafayette y su libro, que apareció en 1690, se titulaba Historia mulierum philosopharum.  Conque Hipatia no era la única: aunque esté dedicado sobre todo a la edad clásica, el libro de Ménage nos presenta una serie de figuras apasionantes: Diotima la socrática, Arete la cirenaica, Nicarete la megárica, Hiparquía la cínica, Teodora la peripatética, Leoncia la epicúrea, Temistoclea la pitagórica,  Hojeando textos antiguos y las obras de los padres de la Iglesia, Ménage encontró citadas a sesenta y cinco filósofas, si bien su concepto de filosofía era bastante amplio.  Si tenemos en cuenta que en la sociedad griega la mujer estaba confinada entre las cuatro paredes del hogar, que los filósofos preferían entretenerse con jovencitos antes que con lindas muchachas, y que para disfrutar de notoriedad pública la mujer tenía que ser cortesana, se entiende el esfuerzo que tuvieron que hacer aquellas pensadoras para poder afirmarse.  Por otra parte, a Aspasia se la recuerda como cortesana, aunque de calidad, olvidando que era experta en retórica y filosofía y que (Plutarco fue testigo) Sócrates la frecuentaba con interés.

     He hojeado por lo menos tres enciclopedias filosóficas de hoy en día y de estos nombres (salvo Hipatia) no he encontrado ni rastro.  No es que no existieran mujeres que filosofaban.  Es que los filósofos han pretendido olvidarlas, quizá tras haberse apropiado de sus ideas.   (2003)

Umberto Eco, De la estupidez a la locura, Lumen- Penguin Random House Grupo Editorial, Buenos Aires 2016, páginas 205/208





     A veces me tomo la molestia de aclarar que no soy feminista, por el simple hecho de que considero que la lucha por la igualdad de derechos encarada por éstas ya está superada; que ya es concreta e indiscutible la total igualdad de género.  Yo vivo sin cuestionar (y sí, reconozco, sin permitir que la cuestione nadie) esa igualdad.  No reclamo derechos, los ejerzo.  Pero no niego que todavía hay muchos sitios en este planeta en los que esa lucha está aún en pleno desarrollo.  Y en otros, hasta pendiente.  Por eso fue un auténtico placer poder colaborar, tan mínimamente por cierto, con el mantenimiento del Gender Museum en Ukrania,  patrocinándolo durante un mes (léase: cubriendo el costo del alquiler de un mes del departamento donde funciona físicamente el Museo.  Siempre he creído que más que las grandes declaraciones teóricas lo que sirve es la colaboración práctica).  El 2016 fue, también,  el año del #Save Gender Museum.





























martes, 27 de diciembre de 2016



     Tomo esto como  mi obsequio navideño favorito:


     





































Raconto (en serio) de Fin de Año – Segunda parte 
















     Este último año puede verse o como el que alcancé el punto más alto de confianza en mi obra o como el que he actuado con la más absoluta imprudencia y el definitivo desquicio.  Si bien siempre me he movido sola, sin andamiaje de resguardo ni referente confiable de consejo, mi premisa ha sido no pretender más de lo que estaba a mi alcance.  ¿A qué me refiero?  A asumir que no podía ser más que una artista de medio pelo, de la periferia, con acceso limitado y sin chance de ingresar al llamado mercado de la alta cultura.  O sea, como me repetían desde chiquita,: “eso no es para nosotros”. 






     El sentido común en el que fui educada protege del fracaso y la decepción si uno no se sale del lugar asignado.  Artista de fin de semana.  Autodidacta como sinónimo de chapucera aficionada.  Sin sociabilización, sin contactos, sin el padrinazgo de los que detentan el poder, olvídate de ser reconocido como “artista”.  Lo máximo, un hobby simpático al que dedicarse tras la jubilación…

     Pero, insisto, la edad apareja aburrimiento; las buenas costumbres son muy recomendables pero te matan de tedio; y cuando se llega a cierto punto, cuando ya sabés que nadie hace nada por nadie, que ningún afecto es real y que la mortaja no tiene bolsillos, ¿qué puede importar romper las reglas?

    Así, empecé a vincular mi obra con referentes a los que antes el temor de la no pertenencia me tenía vedado.  La democrática web posibilita que uno se dirija en forma directa a un crítico de arte neoyorquino o a un curador célebre de las ferias europeas.  ¿Por qué no hacerlo?  ¿Por qué no invitarlo a dar una vuelta por mi blog y conocer mi trabajo?  Es obvio que no hay garantías que el invitado acceda y descienda a mirar la obra de una completa e intrascendente desconocida.  Pero ese no es el punto, la cuestión es que yo me haya animado a invitarlos. 






    Supongo que es culpa de este blog.  Lo siento el compendio de mi realidad, la bitácora honesta y detallada de una vida donde la única pasión y la única lealtad está puesta en el arte, en una obra que busca y aspira alcanzar, aunque más no sea por un fugaz instante, el Arte de verdad, el inmortal.









lunes, 26 de diciembre de 2016



 
 
 

Thank you, Sasha!

 

 
 
 
 

Raconto (en serio) de Fin de Año.    

 



     Siendo honesta (aun a riesgo de dar letra a los psicoanalistas aficionados que me rodean), el 2016 ha sido mi definitiva vuelta al retrato.  ¿Por qué me había apartado, si lo más placentero que recuerdo era llenar cuadernos con rostros femeninos en mi época de escuela secundaria?  El retratar a mis compañeras en los recreos.  El empecinamiento en los ojos, en una instintiva búsqueda de LA mirada…  ¿Qué pasó?  Lo de siempre: escuché la opinión ajena, de otros artistas, de jurados que siempre me rechazaban, de críticos, de los Oráculos del Infalible Mercado.   Primero lo fragmenté para luego abandonar el retrato –poca cosa según me decían-, volcándole al desnudo, y para que quedara clara mi obediencia, sin rostro.

 
 


    Amagué un ´poquito los últimos años, pero sin detalle, sin que pudiera clasificarse estrictamente de retrato.   Pero la edad tiene algo bueno:  la acumulación de años tiende al hastío y priorizar el disfrute personal se vuelve una (muy buena) costumbre.  Y sin ponerme a sacar conclusiones obvias, Burlesque me ha dado la licencia absoluta.  El retrato por el retrato y al que no le guste, buena suerte y muchas gracias.
 
 
 
 
 
 
 
 

domingo, 25 de diciembre de 2016


     En algún momento me pareció muy razonable usar a mi Caja de Frutillas para decorar un patio externo dónde arrancar con los brindis de Nochebuena.





     El parpadeo de las luces –o el alcohol- logró darle un aspecto casi siniestro a la máscara, la que durante toda la noche pareció mirarme con la pregunta: ¿Qué crees que estás haciendo?







     Por fortuna, la amenaza de tormenta me justificó volverla prontamente a la casa y ahora, en mitad del temporal, me mira amablemente.  Parece haberme perdonado.