martes, 6 de diciembre de 2016


Hay gente que cuando va a dar su opinión
se anuncia con un redoble
y esperan que le agradezcas que te iluminen
en un derroche de bondad
nos dicen lo bueno y lo malo
pa´ que no caigamos en el error
de hacernos preguntas, pensar o dudar,
o salimos de algún renglón 

Alejandro Sanz, 12 por 8 del álbum No es lo mismo






     Para poder dedicarse al arte de modo independiente, con vocación y pasión aun sin certeza de talento,  lo primero que uno tienen que desarrollar es la capacidad de ignorar a los presuntos “referentes”.  A esas “voces de dios” que existen en todas las áreas, anquilosadas, rígidas, sostenidas por un intricado sistema de conveniencias, favores varios y arrogancia de poder.  Esos que te dicen lo in y lo out sin conceder jamás derecho a réplica.  Esos que son los únicos facultados para juzgar al resto sin nunca poder ser juzgados por ello.  Los que se autoproclaman infalibles sabedores de todo saber.  Esos, que si uno comete el error de escucharlos, nos condenan a la eterna mediocridad de su manipulación.






     Lo primero es identificarlos.  Críticos, curadores, galeristas, periodistas especializados generadores de opinión, historiadores de arte con pretensión de Oráculo de Delfos.  Viven de su infalible sapiencia.  Te miran desde arriba y consideran su derecho de cuna destruir al prójimo a fuerza de ironía y cinismo.  Los sentimientos ajenos son un defecto del otro.  Siempre se mueven con un séquito de aduladores, que lo imitan en el modo y aclaman como claque paga sus juicios inapelables.  La burla y el desprecio hacia los que hacen son el crespón en la solapa de su traje oficial.







     Linda gente; se los identifica fácil.  Inevitable toparse con ellos en el mundillo del arte.  Lo que se aprende, como mecanismo de defensa, es a ignorarla.  Tal vez en un 5% de sus opiniones haya germen de verdad, pero su vocación destructiva por la destrucción misma hace inútil toda su miserable existencia.










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