miércoles, 7 de diciembre de 2016








Crónicas de un artista independiente del fin del mundo.

     ¿Vale la pena hipotecar  la libertad creativa para pertenecer –precariamente- a un mercado del arte digitado por los gurúes de turno?  Personalmente, opino que no.  Que condicionar la obra a los criterios de tal crítico o curador “referencial”, a cambio de una dudosa aceptación, es sencillamente no realizar una obra personal y exclusiva sino apenas manufacturar un producto en serie diseñado por otros.

     ¿Priorizar la libertad y quedarnos afuera del radar del “éxito” y el “reconocimiento”?  Sí.  Sobre todo si ese “éxito” no es más que ser aceptado como integrante de una corte, del séquito obsecuente del gurú de moda.  ¿”Reconocimiento”?  Como uno más de ese efímero resplandor de un momento.  Parte del montón.
     Por estos lados del planeta, no adherir  a la tendencia, no tener un “padrino” de prestigio que nos amparara, era sinónimo de no ingresar al mercado, al extremo de resultarnos muy difícil llegar a exhibir nuestro trabajo al público.  Pero los tiempos cambian e internet pateó el tablero.  Hoy cualquier artista independiente, marginal y huérfano de favores, puede difundir su obra sin necesidad de someterse a nadie.  La web nos dio la visibilidad que garantiza (si tenemos el coraje) ejercer nuestra más absoluta libertad creativa.  ¿Hay riesgos?  Claro, siempre hay riesgos.  Evidenciar nuestra falta de talento y la mediocridad de nuestra obra, por ejemplo.  Pero ese es el eterno riesgo de aquellos que entregamos nuestra existencia al arte con total honestidad.

                                                                                        Buenos Aires, 7 diciembre 2016









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