Raconto
(en serio) de Fin de Año – Segunda parte
Este
último año puede verse o como el que alcancé el punto más alto de confianza en mi
obra o como el que he actuado con la más absoluta imprudencia y el definitivo
desquicio. Si bien siempre me he movido
sola, sin andamiaje de resguardo ni referente confiable de consejo, mi
premisa ha sido no pretender más de lo que estaba a mi alcance. ¿A qué me refiero? A asumir que no podía ser más que una artista
de medio pelo, de la periferia, con acceso limitado y sin chance de ingresar al
llamado mercado de la alta cultura. O sea, como me repetían desde chiquita,: “eso
no es para nosotros”.
El
sentido común en el que fui educada protege del fracaso y la decepción si uno
no se sale del lugar asignado. Artista
de fin de semana. Autodidacta como
sinónimo de chapucera aficionada. Sin
sociabilización, sin contactos, sin el padrinazgo de los que detentan el poder,
olvídate de ser reconocido como “artista”. Lo máximo, un hobby simpático al que
dedicarse tras la jubilación…
Pero,
insisto, la edad apareja aburrimiento; las buenas costumbres son muy
recomendables pero te matan de tedio; y cuando se llega a cierto punto, cuando
ya sabés que nadie hace nada por nadie, que ningún afecto es real y que la
mortaja no tiene bolsillos, ¿qué puede importar romper las reglas?
Así,
empecé a vincular mi obra con referentes a los que antes el temor de la no
pertenencia me tenía vedado. La
democrática web posibilita que uno se dirija en forma directa a un
crítico de arte neoyorquino o a un curador célebre de las ferias europeas. ¿Por qué no hacerlo?
¿Por qué no invitarlo a dar una vuelta por mi blog y conocer mi
trabajo? Es obvio que no hay garantías que
el invitado acceda y descienda a mirar la obra de una completa e intrascendente
desconocida. Pero ese no es el punto, la
cuestión es que yo me haya animado a invitarlos.
Supongo
que es culpa de este blog. Lo siento el compendio
de mi realidad, la bitácora honesta y detallada de una vida donde la única pasión
y la única lealtad está puesta en el arte, en una obra que busca y aspira alcanzar,
aunque más no sea por un fugaz instante, el Arte de verdad, el inmortal.
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