Dice una
vieja canción de Serrat que “Quiso
ser menos Polaroid y más almohada”, y eso me ha pasado este último año
como consecuencia de no conseguir espacio para montar una muestra
individual. Puedo manejarme bien en el
mundo virtual, colocando mi obra en distintos portales para su
constante visibilidad a –seguramente-
mucha más personas que las que irían eventualmente a una exposición de arte off line. Pero quiero ser menos Polaroid…
Es
definitivamente un fracaso que sólo una de mis obras (París) pudiera ser
expuesta físicamente (Arte Lamroth, en Vicente Lopez), cuando uno de mis
objetivos de este año era hacer una individual con mis esculturas de papel y trabajos
de las series Postales Victorianas y Burlesque, todas obras que hasta
ahora nunca fueron expuestas en ningún lado.
Pero mis intentos fueron puro tiempo perdido. Frustración absoluta.
A nivel
práctico, una muestra en el mundo real tiene mucha menos repercusión que el
material subido a la web. (Seamos
sinceros: fuera de parientes y escasos amigos, ¿quién más concurre a la muestra
de un artista emergente, desconocido, sin parafernalia de prensa de sostén? Nadie.) Pero mientras que para el artista resulta una auténtica pérdida de dinero y de energía,
a la obra la exhibición física casi siempre la hace lucir mejor. Sobre todo en trabajos donde las texturas
tienen algo que decir también. Y ese
especial vínculo que puede darse (“puede”,
aunque por lo general no suceda)
entre la obra y el espectador ideal para el cual tendrá un significado
fundacional, sólo es posible face to face.
¿Amerita
tanto esfuerzo? ¿Vale la pena que un
artista independiente queme sus ahorros para montar un evento al que, ¡con suerte!, irán diez personas desconocidas?
Sí. Porque tal vez una de esas diez personas sea la persona a la que le está destinada una obra en
particular.
Las obras no son del
artista, el artista es un esclavo de aquellas que están destinadas a
significar algo. Sólo que uno no tiene
certeza concreta de si esa obra especial es una de las propias; ese es el riesgo
inevitable del arte: jugarse la vida en algo que nunca sabremos si tiene
sentido. Lo dirá el siglo venidero,
cuando ya no estemos ahí para enterarnos.
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