viernes, 19 de febrero de 2016



















     Como sabe que me gusta Sabina, me lo cita para desbaratarme el argumento: -…Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver...

     La lástima hiere a quién la siente, ya lo sé.  Pero es inevitable recordar a las personas con las que hemos crecido, con quienes nos hemos formado, compartiendo sueños y miedos, alentándonos mutuamente cuando el sentido común circundante amenazaba convertirnos.  He estado lo últimos días preguntándome por qué de aquellos que fuimos alguna vez hemos quedado tan, pero tan pocos.

     -Nos educaron para que consideremos que el éxito existe cuando se puede medir en moneda contante, circulante y verde.  Y después de fracasar durante un tiempo la gente sensata  opta por un trabajo normal en donde su esfuerzo y su tiempo se retribuya con un sueldo.- Voy a argumentarle que yo trabajo y que me mantengo solita sin por eso renunciar a lo que verdaderamente me importa, pero me ataja con el gesto y le resta toda significancia a mi protesta: -Vos sos esquizoide, así que no cuenta.  De cualquier manera ibas a tener dos vidas.  Hablamos de personas nor-ma-les.


     Todos esos viejos amigos que fueron diluyéndose en el camino.  Toda esa gente con la que creí compartir una pasión indestructible.  ¿Realmente hay que estar un poco loco para poder perseverar en esto?  Pero no es eso lo que me angustia –aunque no lo diga en voz alta-.  ¿Y si ellos tuvieron razón?  ¿Si esta insistencia en el fracaso no tiene sentido?  Aunque supongo que es tarde para mí;  si abandonara ahora no tendría ningún otro lugar a donde ir (ninguna de nosotras lo tendría).








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