-Estamos construyendo mitología-
afirma y me mira como dándome pie a la confirmación gestual. Yo no estaba prestando atención a lo que decía
así que cuando su mirada cayó sobre mí
sentí una culpa atroz por la descortesía de mi desatención y le sonreí en
disculpa. Mi sonrisa fue interpretada
como contundente afirmación de la veracidad de sus palabras y de ahí en más
todo dejó de tener sentido.
Estaba
vendiendo su servicio de personal branding, explicando como
en el mundo global uno tiene que ser su propia marca. Hablaba de nichos de mercados y de estrategias
de inserción, de recrear la identidad para aggiornarla a los nuevos
paradigmas, de cómo los bienes y servicios deben volverse una experiencia para
el consumidor. No te venden una
empanada, te comparten la experiencia exclusiva de la degustación de la humita
gourmet cocida en un horno hecho con
barro traído de las altas cumbres cargado de energías cósmicas y ancestrales,
lo que hace que el choclo no sea sólo choclo sino El Choclo, mítico y redivivo.
-Es una empanada –arguyo.
-Es la experimentación de la fusión entre las
tradiciones culinarias y la filosofía de introspección para ser uno con el
cosmos mientras deglutimos sus frutos tratados con respeto y veneración.
-Es verso-digo.
-Es branding- me corrige.
¿Qué hacía yo ahí? Bad timing. Había ido por café,
coincidimos en el mismo Starbucks y me arrastró a su mesa presentándome
como la confirmación de sus teorías.
Como soy bien educada y la extraña amistad que nos une a más de
inexplicable es un karma al que me resigno, me dejé incluir en esa charla
ridícula y, temo, que esos jóvenes ilusos que planeaban un emprendimiento
gastronómico se fueron con la errónea idea de que yo avalaba todo ese
disparate.
Por eso,
si por casualidad este mensaje arrojado al mar en la botella contemporánea de
un blog llega hasta ustedes, sepan que la única verdad es que sigue siendo una
empanada…
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