viernes, 26 de mayo de 2017





   -Estamos construyendo mitología- afirma y me mira como dándome pie a la confirmación gestual.  Yo no estaba prestando atención a lo que decía así que  cuando su mirada cayó sobre mí sentí una culpa atroz por la descortesía de mi desatención y le sonreí en disculpa.  Mi sonrisa fue interpretada como contundente afirmación de la veracidad de sus palabras y de ahí en más todo dejó de tener sentido.  

     Estaba vendiendo su servicio de personal branding, explicando como en el mundo global uno tiene que ser su propia marca.  Hablaba de nichos de mercados y de estrategias de inserción, de recrear la identidad para aggiornarla a los nuevos paradigmas, de cómo los bienes y servicios deben volverse una experiencia para el consumidor.  No te venden una empanada, te comparten la experiencia exclusiva de la degustación de la humita gourmet cocida en un horno  hecho con barro traído de las altas cumbres cargado de energías cósmicas y ancestrales, lo que hace que el choclo no sea sólo choclo sino El Choclo, mítico y redivivo. 






-Es una empanada –arguyo. 
-Es la experimentación de la fusión entre las tradiciones culinarias y la filosofía de introspección para ser uno con el cosmos mientras deglutimos sus frutos tratados con respeto y veneración.  
-Es verso-digo. 
-Es branding- me corrige.






     ¿Qué hacía yo ahí?  Bad timing.  Había ido por café, coincidimos en el mismo Starbucks y me arrastró a su mesa presentándome como la confirmación de sus teorías.  Como soy bien educada y la extraña amistad que nos une a más de inexplicable es un karma al que me resigno, me dejé incluir en esa charla ridícula y, temo, que esos jóvenes ilusos que planeaban un emprendimiento gastronómico se fueron con la errónea idea de que yo avalaba todo ese disparate.


     Por eso, si por casualidad este mensaje arrojado al mar en la botella contemporánea de un blog llega hasta ustedes, sepan que la única verdad es que sigue siendo una empanada









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