martes, 9 de mayo de 2017








  


    Fue una especie de epifanía.  Yo estaba en la oficina, ayer a primera hora de la tarde, cuando se llovía la vida.  Sola y tranquila, aprovechando el mal tiempo para adelantar trabajo postergado, fui interrumpida por la mojada aparición de una cliente interesada en “novedades” pese a la tormenta. 

     Es una señora humilde,  pasados los cincuenta, con evidentes problemas cognitivos secuela de su ambiente, su limitada educación y –presumo- alguna enfermedad mal tratada.  Pero amable y respetuosa, es de esas personas que aunque no tenga nada para decirle la hago pasar y me demoro un ratito con las urbanidades de rigor.  Mientras yo  rescataba su paraguas y lo colocaba en un macetero junto a la puerta, ella se adentró en la oficina y se posicionó frente a otro escritorio –donde no había nadie en ese momento- y tras saludar se puso a hablarle a la persona que no estaba ahí.

    Perdí toda reacción por unos segundos, traté de entender -lo que no pude- y cruzándole un brazo por los hombros la guié hacia el otro despacho y le ofrecí asiento frente a mi escritorio.  Ahí mantuvimos una conversación dentro del marco de “normalidad” que tiene cualquier conversación entre nosotras.  Ella habla según su código idiomático, yo traduzco por aproximación, completo los huecos del discurso y hago como que entiendo lo que dice.  Respondo con las trivialidades que se esperan que yo diga y ella, seguramente, entenderá la mitad.  

     Cuando se fue me quedé un rato frente al escritorio vacío donde ella había mantenido la breve charla con alguien que no estaba.  Me pregunté qué significaba eso.  ¿Qué ella estaba peor de lo habitual?  ¿O fue una confusión del momento y cuando se dio cuenta de que no había nadie siguió igual para disimular, esperando que yo no me diera cuenta?  ¿Ella creería que yo iba a suponer que sí había alguien por el mero hecho de que ella le hablara?  No sé... 






  

   Pero enseguida me vino a la cabeza que cuando uno escribe un blog (en específico, este blog) también le está hablando a alguien que no está.  Y no hay dudas de que el trabajo del artista plástico es un diálogo con la ausencia absoluta.  ¿Quiénes serán los espectadores, hoy y mañana, de la obra?  Imposible prefigurarlo –en el caso de que haya algún espectador-.  La obra concebida y creada para decirle algo a alguien que no está.  A alguien que no sabemos si existirá alguna vez.   Tal vez siempre estemos todos hablándole a nadie, sólo que excepcionalmente nos damos cuenta. 












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