jueves, 18 de mayo de 2017






     Hay cosas que sé y cosas que, definitivamente, no sé.

     Sé, con certeza de dogma de fe, lo que define a un artista (su obra).  En cambio, ignoro por completo lo que define a una persona, digámoslo así, “normal”.  En el arte, o en la aspiración hacia el arte, todo se vuelve simple y claro.  En lo cotidiano, en el vivir el día a día sin pretensión de trascendencia, se me complican las definiciones y más entender las razones de todo.

     En mi vida civil”  nunca me ha tocado ser protagonista.  Soy de los que están para que otros sean, para que ocupen y se iluminen en el centro de la escena.  Mi lugar siempre ha sido tras bambalinas o debajo del escenario, apuntando con discreción, estando sin ser notada.  Una sombra.

     Más allá de lo que digan los papeles o de lo que supuestamente y a la vista me provea de mi sustento, una parte de mis ingresos siempre se han debido a mi labor de ghostwriter.  ¿De qué?  De escribir lo que otros han de firmar como propio.  Soy  Cyrano sin romance y sin poesía, pero con cierta habilidad devenida de una compulsión genética a la lectura, la memoria de Funes y una solvente biblioteca de respaldo. 
 
 
 

     Empecé en la escuela primaria haciendo la tarea de otros, supongo que por pura  necesidad afectiva.  En la secundaria fue a cambio de cierta cuota de pertenencia; seguí en la facultad a pedido concreto, pedido que cuando fue de algún eventual profesor alimentó una arrogancia intelectual  que la sabiduría de la edad puso en perspectiva y la tornó sencilla mercadería de cambio.  Hasta hubo un tiempo fugaz y vergonzante -que no quiero recordar- que llegué a escribir escuetos discursos para una concejal del conourbano evitando astutamente las palabras que su escasa escolarización le dificultaba pronunciar.  Hoy lo sigo haciendo para colegas, que con la excusa elegante del pedido de favores, por su escases de tiempo, de que les arme  “así nomás”,  “rapidito”,  “un borrador”  con un relato factico que se entienda y algo de doctrina y jurisprudencia que dé entidad técnica,  para que ellos “redondeen”, en la práctica terminan utilizando exclusivamente mi prosa antes de  su sello y firmar.


 
 

     ¿Por qué?  Me es fácil, es lo que hago, escribir evita sociabilizar en persona.  Alguna vez me generó, sorpresivamente, dinero, y después ha sido un trabajo extra como cualquier otro.  He escrito sobre lo que sea, que después de que te referencian como fuente de monografías y ensayos, te llegan los encargos de cualquier lado con una lista de bibliografía que nadie –salvo yo- quiere rastrear y leer como punto de arranque y sostén del argumento.  Soy curiosa, todo me interesa, leo muy rápido y se me ha vuelta fácil redactar.  Así se termina como voluntarioso ghostwriter de buena reputación.  Sin ninguna cuestión de ego que estorbe porque mi identidad está en otra cosa –en el arte- y de este lado de la vida se trata de ganar el pan con el sudor de la frente y la velocidad táctil sobre el teclado.

     Doy letra a protagonistas, de un modo –espero- eficaz aunque apático.  Lo que hagan y sea de su vida en definitiva me tiene sin cuidado y el dios que sea me libre de incidir de modo alguno en la dirección que tomen sus caminos.  ¿Está mal?  Yo solo escribo sobre lo que me piden, dentro de los lineamientos de tipo de letra, espaciado y cantidad mínima y máxima de palabras.  Me delimito por la bibliografía de referencia y cito las fuentes.  Cuido la semántica, la gramática y la ortografía.  No reclamo autoría sino un mínimo arancel por mi tiempo.  ¿Está mal?
 
 
 

     Ayer me gritaban que estaba muy mal, que no era ético, que alimentaba una piara de cerdos que ni siquiera saben demostrar gratitud.  Que desperdiciaba méritos de los que me podría apropiar en beneficio propio.  Argumenté mi desinterés, lo que no fue aceptado.  ¡Yo tendría que beneficiarme con todo eso! ¡Y mucho!   Insistí que me tenía sin cuidado, que no son los protagónicos lo mío.  ¡Mal, mal, mal!  Hago, como siempre, todo mal.  Tengo que querer lo que no quiero y dejar de hacer lo que –reconozco- me divierte y me deja unas monedas que uso para pintar.  Tengo que desligarme de mi esencia de fantasma.  Tengo que exigir al iluminador que posicione los focos sobre mí. 

     Ayer la dejé hablar porque me tomó por sorpresa.  Y gritaba tan fuerte que de querer rebatir tendría yo que haber gritado también y eso está fuera de mi carácter.  Hoy me causa un poco de ternura su ingenuidad.  Soy quien soy y hago lo que hago, desde siempre y con la única motivación de querer hacerlo.  Intentar convencerme de que haga a voluntad ajena es desperdiciar energía y perder el tiempo.  ¿No ha quedado claro ya?

 
 

     Un fantasma en mi vida civil y una artista periférica, desconocida e inexistente para el mercado en mi vida real.  O sea, auténticamente, NADIE. 
 
 
 
 
 
 
 
 

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