Algunas
personas –sospecho que la mayoría-
compra como souvenirs de su paso por Ciudad del Vaticano rosarios, cruces y
medallitas, estampitas varias y la foto del Papa.
Esto último es inconcebible en mi caso (es Bergoglio, lo conocemos
demasiado, es el que proclamaba que el matrimonio entre personas del mismo sexo
era una inspiración del Diablo, ¡del diablo!, siglo XXI, ¡del diablo!).
Debo decir
de mi misma, para tranquilidad de mis amigos ultra católicos, que a diferencia
de mi primer viaje –del que sólo traje
rabia e indignación- de mi última visita a la presunta tumba de Pedro me traje un libro. Un libro con la Galería Cartográfica de
los Museos Vaticanos.
Un libro. Con mapas.
Mapas para pintarlos y agregarle alguna mujer desnuda. Y papelitos de rosa de Victoria´s Secret.
Hoy di por terminada mi Postal Vaticana. Según el ángulo en que la mire me encanta o me sabe a que aún le falta un toque. Demasiados juegos de texturas, que las fotografías descuidan cuando grafican uno favorablemente. El grafito de color acuarelable sobre el óleo da idea de polvo; el kerosene en que diluyo el óleo, al secarse, vuelve rígido y quebrable el papelito manteca de envoltorio adherido al papel industrializado base. Y la tinta en gel dorada, sobre el relieve acrílico del dimensional incoloro, recuerda al oro líquido derramado sobre una antigua joya con escaso cuidado. Chorrea de modo suntuoso, como un exceso de esplendor.
Es
lindo y es raro. Estoy a un casi
de estar por completo satisfecha…
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