sábado, 6 de mayo de 2017


   Debo haber tenido mi primer caballete de madera a mis 22 o 23 años, bastante tarde si se tiene en cuenta que habré empezado a pintar al óleo allá por  los 11 años.  En esos tiempos iniciales, apilaba sillas o banquetas sobre la mesa de la cocina de la casa de mi infancia, y usando guías telefónicas para manejar la altura de los bastidores, trabajaba feliz en mis improvisados  y precarios atriles, que a un mal movimiento acababan en desparramo por el suelo.

     Hoy en día, tengo varios caballetes –destartalados- y un lindo tablero que uso de estante para apilar láminas y papeles.  Y trabajo improvisando sobre una de las mesas de mi taller un atril plano con unas cajas, revistas para dar peso, y un cartón -que supo ser un trabajo práctico escolar del sistema respiratorio- de base de apoyo.  Evito que se deslice hacia adelante con un rollo de cartón de papel de cocina trabado con los resortes de dos broches de ropa.









    ¿Hay necesidad de esto?  ¿No puedo proveerme de muebles y materiales idóneos para trabajar seria y cómodamente?  Supongo que por poder puedo, pero sospecho que no los usaría demasiado, acabarían amontonando cosas y volvería, como siempre, a improvisar mis espacios y soporte.  Es lo que hago o es lo que soy, lo que viene a ser, en mi caso,  lo mismo.











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