Alguna vez escuché que el estilo lo definen los errores
inevitables. Lo que hacemos mal es lo
que nos da personalidad. Fallo en la
proporción o en la perspectiva, mi manejo del color es desastroso, me empeño en
salirme de las diagonales, desequilibro por exceso; eso que sea lo que
invariablemente hago mal es lo que me vuelve identificable como autor. El error es la impronta. Entonces, ¿cuál sería la finalidad de
corregir el error si esa individualidad es sobre la que debe apuntalarse la
obra?
Hay
errores y errores, claro. Errores imperdonables y errores entrañables. Unos deben evitarse y otros son lo que sencillamente
somos. Es un camino sinuoso y una tarea
minuciosa discriminar unos de otros.
Pero probablemente reconocernos en eso que hacemos mal y que no
corregiremos jamás es aceptar que somos, apenas, una equivocación. Un malentendido. Un excesivo error.