Irse
como metáfora de bajar la cortina y asumir la realidad. Intentamos integrarnos a la normalidad pero,
reconociendo la derrota, al cabo de tantos años y de tanto esfuerzo, regresamos
a lo que nunca dejamos de ser. Ese
solitario bicho raro…
Claro que empecinarse en una vida vinculada
al arte no ayuda a la normalidad, entendiendo como “normal” pasarse la vida
sociabilizando con personas que detestamos y echando por la borda la paciencia
y la salud corriendo tras las metas de moda impuestas por el Sr. Mercado del
área que sea. Como artista me ha sido
sensato priorizar el tiempo creativo, regatear el desperdicio social y trabajar
lo razonable para mantenerme pero desatendiendo todos los “deber ser” y los “deber
tener” que se han ido imponiendo como mandamientos obligatorios.
Lo siento.
Nunca pude entender que cualquier cosa circunstancial (ergo, el dinero y
sus adyacencias) fuera más importante que pintar. Seguramente mi obra no sea ni por casualidad valiosa,
ni buena, ni mínimamente trascendente, pero, a nivel vida, pintar me ha dado más
placer que cualquier otra experiencia que me haya tocado en suerte. Y ninguna tan leal. Porque esta fantasía del arte ha estado
conmigo desde el principio, sosteniéndome en las horas más oscuras. La gente –la que se supone cuenta- no ha
tenido en su repertorio el concepto de lealtad (hacia mi).
Tal vez me ha tocado, por esos caprichos del destino, el grupo más egoísta,
necio y déspota de planeta. Puede que sea cuestión de suerte. Pero de cualquier
manera y en concreto, no he tenido incondicionalidad por fuera de esta ilusión
de que el arte puede justificarnos la existencia.
Entonces, solos y perdidos, desde el
margen, sin refugio ni esperanza de comprensión, ¿qué más da? Regresamos a lo que éramos y nunca dejamos de
ser. El esquivo bicho raro. Como anuncia
el contestador telefónico de mi casa: “En este momento no podemos atenderlo y
tampoco puede dejar mensaje…”
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