lunes, 22 de octubre de 2018







     El artista como catalizador.  O el artista como cero a la izquierda.

      Se supone que el artista plasma en su obra las circunstancias de su entorno, que es un testigo de su tiempo.  Que el artista percibe, decodifica y reseña esa realidad que por tan presente nos lleva a todos puestos y que el arte conserva para que sea interpretada allá lejos cuando las aguas se calmen.  El artista como un historiador visual sin moraleja. 

     O, el artista como cero a la izquierda.  El arte es lo que en este momento conviene que sea el arte (por moda, por mercado, por commodity), es lo que hoy se impone y por ende vende, y business son business y la variable de ajuste es el artista.  Galeristas, curadores y críticos hacen el arte, el artista como hacedor es una antigüedad anti-económica que hay que desterrar de la ecuación.









     ¿Cómo se supone que reaccione uno?  ¿Debe tomarse en serio esa finalidad altruista de desperdiciar la vida compilando imágenes para conservarlas y contar en un distante futuro –donde ni nuestros huesos queden- la verdad de la época en la que nos tocó vivir? ¿O debe rendirse a la practicidad y aceptar que más vale la fortuna hoy que la gloria mañana y que la razón la tiene el mercado y que hay que darle al cliente lo que el cliente pide aunque de arte no sepa absolutamente nada?

    Y la peor hipótesis: cuando a uno no le interesa ser ni catalizador ni cero a la izquierda.  Cuando uno se empecina en creer que el artista tiene un destino diferente, que puede conservar el poder de decisión sobre sí y sobre su obra…  entonces, ¿dónde se pone?  ¿Hay otro lugar desde dónde concebir el arte?  Sí, supongo, el margen.  Al margen de todo. 













No hay comentarios:

Publicar un comentario