miércoles, 31 de octubre de 2018








     Alguna vez escuché que el estilo lo definen los errores inevitables.  Lo que hacemos mal es lo que nos da personalidad.  Fallo en la proporción o en la perspectiva, mi manejo del color es desastroso, me empeño en salirme de las diagonales, desequilibro por exceso; eso que sea lo que invariablemente hago mal es lo que me vuelve identificable como autor.  El error es la impronta.  Entonces, ¿cuál sería la finalidad de corregir el error si esa individualidad es sobre la que debe apuntalarse la obra? 

     Hay errores  y errores, claro.  Errores imperdonables y errores entrañables.  Unos deben evitarse y otros son lo que sencillamente somos.  Es un camino sinuoso y una tarea minuciosa discriminar unos de otros.  Pero probablemente reconocernos en eso que hacemos mal y que no corregiremos jamás es aceptar que somos, apenas, una equivocación.  Un malentendido.  Un excesivo error.













No hay comentarios:

Publicar un comentario