Una de
las cosas que descubrí en este viaje (además de que un bruto con dinero sigue
siendo un bruto y que la marina de San
Francisco es un lugar donde fácilmente podría vivir) fue al escultor
colombiano Nano López.
Me encontré con sus obras en una
galería de Las Vegas (dentro de un
shopping, el único tranquilo y sin maquinitas que visité, el Miracle)
y también en una galería en Sausalito. La exquisitez de su trabajo es absoluta, y si
bien impactan por el colorido, es la elegancia del conjunto y el elocuente
placer por el detalle lo que hace que cada pieza sea una gloria. De haber contado con el dinero (que
lamentablemente no tengo) hubiera comprado cualquiera de ellas, sería un
disfrute constante convivir con una de esas obras iluminando con su sola
presencia el hall de mi casa. Me lo
marco como una asignatura pendiente y estaré al tanto del quehacer de este
soberbio maestro colombiano a la espera de mi oportunidad.
Acá vale
una aclaración a quién corresponda:
no niego la majestuosidad de algunas de las construcciones de Las Vegas, ni del impresionante logro
humano que significa el elevar una
ciudad en mitad de un desierto (desierto de verdad, llegar hasta ahí por tierra
son horas de presenciar una inmensidad arenosa, árida y vacía). Pero después todo se vuelve exageración, mal
gusto y clara intensión de alienar al visitante. Yo ya tengo mis propias alucinaciones, no
necesito que me las provea nadie desde afuera.
Pero aun
entendiendo que se trata de un negocio y de que los titiriteros del asunto sólo
quieren hacer dinero, ¿es necesario ser tan
burros?
Sigo indignada por la
inclusión de la Atlántida (¡la Atlántida!)
dentro de lo que se supone es el Foro Romano que se ha armado
dentro del complejo del Caesar Palace en la zona de
tiendas. La Atlántida es una tradición griega, anterior a Platon, que no tuvo significancia ni formó parte del Imperio
de Roma. ¿No pueden tener aunque sea el más mínimo
rigor histórico? Sí, ya se, el eventual
espectador que pasa por ahí o está buscando el tragamonedas más cercano o
consumiendo las grandes marcas internacionales que –intencionalmente- ahí están un poco más baratas que en el resto del
mundo. ¿Qué les puede importar la mítica
Atlántida?
Y después
está la réplica que hicieron del Laocoonte (espantosa y fuera de proporción),
una obra griega que ni siquiera está en Roma
sino en el Vaticano, al igual que el original de la Muralla
de Plaza San Pedro con sus apóstoles
que también reconstruyen al lado del Panteon, pequeñas incongruencias
histórico-geográficas que ¡obviamente!
no han impedido el cocoliche de la ambientación
del casino y sus anexos. Total, ¿quién
se va a detener en esas minucias intrascendentes?
Claro que
si recuerdo la decoración del lobby y hall central del Bellagio, con sus medusas
colgantes, pecesitos y tortugas marinas (era la puesta de Nemo –
El Musical que vi hace un par de años en el Magic Kingdom de Orlando, sólo que sin lógica en el lugar
y circunstancia), acabo decidiendo que lo del Caesar Palace no es tan
grave y que probablemente se ha debido a recorrer Italia en un apresurado tour que no permitió fijar los conceptos.
De
cualquier manera, ratifico mi conclusión aunque continúen los insultos de mi
entorno: un bruto con dinero sigue siendo
un bruto. No hay disculpa a no
adquirir una buena educación cuando se cuenta con sobrados recursos para ello. Y trasmitir a otros la confusión y la
ignorancia es imperdonable.