jueves, 30 de julio de 2015



     Una de las cosas que descubrí en este viaje (además de que un bruto con dinero sigue siendo un bruto y que la marina de San Francisco es un lugar donde fácilmente podría vivir) fue al escultor colombiano Nano López.  

     Me encontré con  sus obras en una galería de Las Vegas (dentro de un shopping, el único tranquilo y sin maquinitas que visité, el Miracle) y también en una galería en Sausalito.  La exquisitez de su trabajo es absoluta, y si bien impactan por el colorido, es la elegancia del conjunto y el elocuente placer por el detalle lo que hace que cada pieza sea una gloria.  De haber contado con el dinero (que lamentablemente no tengo) hubiera comprado cualquiera de ellas, sería un disfrute constante convivir con una de esas obras iluminando con su sola presencia el hall de mi casa.  Me lo marco como una asignatura pendiente y estaré al tanto del quehacer de este soberbio maestro colombiano a la espera de mi oportunidad.




     Acá vale una aclaración a quién corresponda: no niego la majestuosidad de algunas de las construcciones de Las Vegas, ni del impresionante logro humano  que significa el elevar una ciudad en mitad de un desierto (desierto de verdad, llegar hasta ahí por tierra son horas de presenciar una inmensidad arenosa, árida y vacía).  Pero después todo se vuelve exageración, mal gusto y clara intensión de alienar al visitante.  Yo ya tengo mis propias alucinaciones, no necesito que me las provea nadie desde afuera.  

     Pero aun entendiendo que se trata de un negocio y de que los titiriteros del asunto sólo quieren hacer dinero, ¿es necesario ser tan burros?  

     Sigo indignada por la inclusión de la Atlántida (¡la Atlántida!) dentro de lo que se supone es el Foro Romano que se ha armado dentro del complejo del Caesar Palace en la zona de tiendas.  La Atlántida es una tradición griega, anterior a Platon, que no tuvo significancia ni formó parte del Imperio de Roma.  ¿No pueden tener aunque sea el más mínimo rigor histórico?  Sí, ya se, el eventual espectador que pasa por ahí o está buscando el tragamonedas más cercano o consumiendo las grandes marcas internacionales que –intencionalmente- ahí están un poco más baratas que en el resto del mundo.  ¿Qué les puede importar la mítica Atlántida




     Y después está la réplica que hicieron del Laocoonte (espantosa y fuera de proporción), una obra griega que ni siquiera está en Roma sino en el Vaticano, al  igual que el original de la Muralla de Plaza San Pedro con sus apóstoles que también reconstruyen al lado del Panteon, pequeñas incongruencias histórico-geográficas que ¡obviamente! no han impedido el  cocoliche de la ambientación del casino y sus anexos.  Total, ¿quién se va a detener en esas minucias intrascendentes?

   Claro que si recuerdo la decoración del lobby y hall central del Bellagio, con sus medusas colgantes, pecesitos y tortugas marinas (era la puesta de Nemo – El Musical que vi hace un par de años en el Magic Kingdom de Orlando, sólo que sin lógica en el lugar y circunstancia), acabo decidiendo que lo del Caesar Palace no es tan grave y que probablemente se ha debido a recorrer Italia en un apresurado tour que no permitió fijar los conceptos.

    De cualquier manera, ratifico mi conclusión aunque continúen los insultos de mi entorno:  un bruto con dinero sigue siendo un bruto.  No hay disculpa a no adquirir una buena educación cuando se cuenta con sobrados recursos para ello.  Y trasmitir a otros la confusión y la ignorancia es imperdonable.








     El arte no es negocio, eso es una obviedad que  todos los que nos dedicamos a esto sabemos a la perfección.    Pero igual da pena cada nueva comprobación...






miércoles, 29 de julio de 2015

Bingo!!!

























Tontería privada



     Acabo de llegar a San Francisco y lo primero que intento comprobar (se que puede resultar infantil, pero me cuesta -¡todavía!- creer que esto de la WWW sea real) es si realmente alguien de por estos lados lee lo que escribo.

  Constato en el Contador de Visitas del blog desde donde se supone que me conecto:



















     Así que en este mismísimo momento subo esta entrada cual mensaje embotellado en la suposición de que si existe ese quien quiera que sea que habitualmente interactúa desde Mountain View deberíamos estar haciendo contacto (virtual) en los próximos minutos.  Lo que se llama una auténtica prueba de campo.






martes, 28 de julio de 2015

  

     La gente que organizó la Feria Arte La Plata está ahora convocando para un nuevo evento




     Si me coinciden las fechas (y no entro en una profunda depresión irremontable por el exceso de todo que estoy viviendo por estas horas), a mi regreso voy ver si hago enmarcar uno de los últimos trabajos para presentarlos, o Paris




Puerto de Palos (a.k.a. Las Sobras de Hundius, a.k.a. La Digestión).





















     Pero me temo que algo de la contaminación visual que sufro en este momento se me quede pegada en las retinas y  al volver a la soledad (¡silenciosa!) de mi taller tienda  necesariamente a lo kirsch. Me asusta hacer planes porque sospecho que tanto colorinche, amontonamiento práctico y mezcolanza de compendio sucinto para todo público se me va a filtrar en el inconsciente.

    Reconozco que tenía prejuicios antes de poner un pie en la ciudad de Las Vegas, pero la realidad fáctica no ha hecho más que confirmármelos.  ¿Pero qué quieren?  Es deformación profesional: soy artista, le doy valor a lo original, exclusivo y único; las imitaciones (por muy bien que estén hechas) no dejan de ser imitaciones.  Y si encima todo está atiborrado de lucecitas de neón, demasiada gente, y ¡demasiado ruido!… sólo quiero volver a casa. 






domingo, 26 de julio de 2015

     La falta de espacio es mi karma (uno de mis karmas).  Sin estar del todo convencida de la # 11 (honestamente, en otro momento hubiera ido a parar a la basura y empezado de cero una mejor versión),  la acumulo en mi biblioteca con todas las demás y el resto de las obras que no tienen otro lugar de resguardo más que en mi  (saturado) santuario personal. 











     Y si bien puedo convivir en el amontonamiento, mi compañera de cuatro patas deja constantemente en claro que ella sabe que todas las cintas, pompones, cascabeles y plumas de mis trabajos están ahí para su exclusiva diversión.  Catalina no entiende que mi biblioteca es territorio vedado a sus silenciosas patitas.  A ella no le importa mi opinión en absoluto.  Me observa desde mi escritorio a la espera de que me retire y la deje jugar su juego favorito de destrozar mis cosas en agradable paz felina.




“Ponerle nombre a un gato es harto complicado,
desde luego no es un juego para los muy simplones.
Pueden pensar ustedes que estoy algo chiflado
cuando digo que al menos ha de tener tres nombres.
Lo primero es el nombre que le damos a diario;
como Pedro, Alonso, Augusto o Don Bigote;
Como Víctor o Jorge o el simpático Paco.
Todos ellos son nombres bastante razonables.
Los hay más bonitos y que suenan mejor
para las damas y los caballeros,
como Admetus, Electra, Démeter, o Platón,
pero todos son nombres demasiados discretos.
Y un gato ha de tener uno más especial,
que sea peculiar, algo más digno.
¿Cómo, si no, va a alzar su rabo vertical
o atusar sus bigotes y mantenerse altivo?
De nombres de este tipo os puedo dar un quórum
como son Mankostrop, Quoricopat o Qaxo,
también Bamboliurina o, si no, Yellylorum;
son nombres que jamás compartirán dos gatos.
Pero a pesar de todo, nos queda un nombre más,
y ése es el que tú nunca podrás adivinar,
el nombre que los hombres jamás encontrarán.
Que SÓLO EL GATO LO SABE y no confesará.
Si ves un gato en meditación,
el motivo nunca te asombre.
Su mente está en contemplación
de la Idea Una de su nombre.
Su inefable, efable, efainefable,
único, oscuro, inescrutable Nombre”.

T.S. Eliot (traducción de Jorge Luis Borges).






jueves, 23 de julio de 2015






     Recibí en mi mail la data de una nueva red social para artistas de todas las disciplinas, que permite subir obras y proyectos en forma gratuita.  Y como creo en toda forma de promoción de lo que uno hace (aun cuando en la práctica no se vean demasiados resultados) pego a continuación la información recibida por si a alguien interesa o sirve.  El código de invitación que me dieron para que puedan ingresar mis invitados es:

Cp16Bcu


miércoles, 22 de julio de 2015

     Para “hacer durar” el proceso de la # 11 decidí duplicar el trabajo, por lo que la máscara será doble, una pareja.  Dentro de las limitadas opciones de las mascaritas de plástico endeble que uso de base elegí  estas dos:



     Pero como pareja deben estar juntas así que lo primero fue unirlas con un poco de leve cartapesta (un par de servilletas de papel).





    Adherirlas a la bandeja significó alguna dificultad, ya que las quería elevadas, con margen para trabajar un sombrero de arlequín en él y quizá una vincha de flores en ella.  Los cordones de algodón siguen siendo un recurso dúctil, pero no sé cuánta estabilidad logrará en conjunto.





    Ahora con todo este frágil armatoste pegado en una punta tengo que trabajar en el rostro fondo de la bandeja.  Y sospecho que nuevamente volveré a esas viejas imágenes que conservo en mi archivo mental de favoritos.  Veremos.




martes, 21 de julio de 2015




     En mis comienzos, la cuestión de la paleta restringida me resultaba un absurdo, una limitación caprichosa e innecesaria al espíritu creador –libre y desbordado por definición- que se supone signa toda acción de quien pretendiese proclamarse como un artista auténtico.

     Con los años, uno capitula y comprende que muchos de esos conceptos que en la juventud se desprecian por “antiguos”, pasados de moda o meramente conservadores,  tienen la contundencia de esas verdades paradigmáticas que están ahí y ni se molestan en defender su espacio porque, al cabo de todo, uno tienen que  volver, reconocerlas y someterse a ellas.

     Aunque parezca contradictorio, son las restricciones las que potencian la capacidad creadora, la búsqueda de recursos internos a falta de externos, la real originalidad.  Hace un tiempo trataba de explicarle a un artista europeo sobre la forzosa restricción general que en los últimos años sufrimos por estos lados, con el cierre de la importación y la disparada de precios por la inflación.  Una paleta restringida por puro (des) mérito político.  

     Pero en la Argentina las crisis económicas y las chapucerías de los gobernantes de turno son moneda corriente y uno se adapta a una vida de a saltos y tumbos y desarrolla mecanismos de constante adaptación a la realidad. Entonces aprendemos que siempre nos faltarán elementos, que siempre la evolución quedará del otro lado de los océanos, que siempre vendremos de atrás, y que el verdadero talento está en hacer lo que queremos hacer pese a todo.  El famoso (y a veces injustamente vituperado) “lo atamos con alambre”.



     Será por ese condicionamientos que uno termina internalizando el si fuera fácil no sería divertido y llega al punto que, cuando no vienen los límites desde fuera, los impone uno mismo, alegre y voluntariamente.

     Yo tengo montones de auto-restricciones.  Una con los pinceles.  Tengo muy pocos, no más de media docena, y no compro un sustituto hasta que el anterior haya perdido por lo menos dos tercios de su pelaje original.  Y con los óleos, uso muy pocos colores, en pomitos que trituro con una pinza hasta agotar el último vestigio y me niego a comprarlos  eligiendo de la carta de colores (supongo que para evitar tentaciones). No uso aguarrás ni aceite de lino, diluyo con kerosén, porque  es más barato y fácil de conseguir cuando las artísticas cierran en el barrio por falta de clientela ad hoc.

     Para dibujar, uso apenas lápices duros comunes y un par de blandos (un número 2 y un 4 a lo sumo), mis frasquitos de tinta china deben tener quince años lo menos y mi caja de goauche unos veinte sin dudar.  Algunas cosas dan pena y claman por su destino final en el tacho de basura, pero no puedo.  Me encariño con las cosas.  Y no menciono el asunto de mis caballetes porque ya esa cuestión empieza a darme vergüenza.  Mi taller es un “taller restringido”, lo que corrobora que mi antipatía inicial a la paleta restringida ha devenido con los años en una pasión limitadora general. 





     Con mis Bandejas Enmascaradas los límites fueron un similar soporte pequeño (las bandejas), la coincidencia de un rostro de fondo y una máscara en relieve.  Sobre esas tres restricciones el juego era no sólo hacer doce versiones distintas (tratando de no repetir ninguna fórmula) logrando un efecto tridimensional en el conjunto que permitiera distintos ángulo de visión,  sino de que fueran realmente estimulantes en su composición y realización.  

     Por momentos doce me pareció mucho, como que una docena de variaciones sobre el mismo tema era ya exagerar, imposible no repetirse.  Hoy que me pierdo en pequeñas dificultades de estructura en la # 11 (máscaras dobles, bandeja apaisada, mucho bonete para afuera) y que la # 12 ya tiene completa su imagen en mi cabeza, siento nostalgia adelantada por el inminente fin de este juego.  Saudade (¡qué palabra hermosa!).   Quizá podría variar  tres o cuatro más, pero la pauta inicial eran doce trabajos así que serán estos y se acabó.  El limite también puede ser cruel, pero demuestra que obliga a exprimir las posibilidades, y en cierta forma el límite prefigura el infinito. 







sábado, 18 de julio de 2015



   -Tenés que cambiar tu forma de pensar.  Concentrarte en la marca, en eso que ustedes llaman “la firma”.-  Arrancó, mientras me agarraba del brazo para caminar a la par las dos cuadras que me separaban de mi destino y que él se empeñó en compartir conmigo al salir del Starbucks. Pocas cosas me molestan tanto como caminar con alguien agarrado del brazo.  Me transporta a mi niñez y a la imagen de dos vecinas mayores, italianas ellas, que en sendos batones floreados se paseaban del brazo escudriñando con seño amenazante el precio de la fruta y de los tomates en los distintos puestos de la feria de los jueves en mi barrio. No me gustaban esas mujeres, no me gustaban sus batones y decididamente no me gustaba la postura de monstruo dual que adoptaban al moverse con sus codos entrecruzados.  Él sabe que odio que me agarren del brazo.  Y precisamente por eso lo hace.  Forcejé un poco para liberarme pero había demasiada gente, alguna conocida, y si algo odio más que caminar del bracete es llamar la atención por cualquier motivo.  Resignada, acepté el contacto y marché rígida y falsamente impasible por Lavalle con él.

  -El concepto es el mismo aunque vos no lo quieras ver.  Ya lo hizo Picasso y tu adorado Dalí, que no podés negar que aplicaron técnicas clásicas de marketing a sus carreras.  Hoy lo hacen Hirst y Koons.  Es lo mismo bajo distinto nombre.  Se profesionalizó, le re-bautizamos branding, pero es el mismo criterio y se busca lo mismo.  Reconocimiento, prestigio y precio.  Fin de la discusión.

   Yo no estaba discutiendo.  Y por supuesto no compartía su opinión (aunque, quizá, en alguna recóndita parte de mi cerebro sabía que era cierta).  Pero me sublevó que metiera en la misma bolsa las cebollas con las peras para arruinar la pureza de los sabores (¡zaz! la imagen de los batones me metió el espíritu feriante y comparaciones verduleras). Caí en la trampa y rebatí su punto:

  -Picasso y Dalí eran artistas reales, con talento real.  Hirst y Koons no sólo no saben dibujar sino que ni siquiera intervienen en forma personal en la realización de la obra.  Dalí creaba, Koons fabrica a través de operarios.  Vos careces de la debida sutiliza para notar la diferencia, pero no por eso deja de existir un abismo entre ellos.  La obra de Picasso hubiera igual perdurado sin marketing, la de Hirst dejará de existir cuando se acabe la parafernalia artificial que la sostiene.  El arte tiene que ver con la inmortalidad, y Hirst y Koons son dos muertos hediondos aunque vos hayas perdido el olfato; sólo materia para la descomposición.

  -¿Y si lo que vale es el conjunto?- susurró sibilante como una víbora en mi oído. –La obra, el artista, su manera de entender el arte, el modo en que vive su vida…  El todo, todo el tiempo…

    Afortunadamente llegué a mi destino y pude frenarme y deshacerme de su brazo.  Tenía esa sonrisa satisfecha que evidencia que sabe que me ganó  la discusión porque logró sembrarme una duda.  ¿Dónde había comenzado esto?  En un café compartido y en su insistencia de que contrate un community manager, que abra cuentas en Facebook y en Pinterest y le permita acceder a ellas, a este blog, a mi Twitter y a mis correos dándole mis contraseñas y la libertad de actuar publicitariamente en mi nombre.  Le besé la mejilla en contundente despedida y le repetí:

-No.




     Como si hubiera una acción de contrapeso, cuanto más me fastidian con el “deber ser” reacciono automáticamente siendo “más yo”.  Sé que es infantil, que la mar de las veces es  estúpido, pero es lo que hay.  Y fue la # 10 la vía de canalización del refuerzo de mi obstinada identidad frente a la corrosiva acción de las múltiples certezas de la publicidad sembradas en mi inconsciente.

     ¿Por qué no hacer un retrato como los de antes, cuando me decían que no tenía ningún valor plástico hacer retratos?  ¿Por qué no hacer precisamente eso que me gusta, que me ha gustado siempre, pero que dejé de hacer porque se supone que el arte es lo que les gusta a los otros y no a uno?  Así que volví para atrás y me complací remolonamente y sin culpa.  La # 10 es para mí. 






   La máscara de Casanova, un clásico Bogart, plumas, lentejuelas y pompones.  Esa soy yo.  Sin community manager de por medio.