Me decía
hace un par de días alguien que parece vivir por encima de las miserias cotidianas
en las que yo me ahogo habitualmente, que ella era por completo indiferente a
los vaivenes de la política local. Que ignoraba
a políticos y funcionarios por igual, que nos les permitía afectarla en lo más
mínimo. Yo intenté adoptar su digna
actitud y su tono despectivo cuando en la última semana me topé con las paredes
del absurdo en el más agobiante periplo. Pero no me funcionó su sistema. Terminé
frustrada, gritando como una trastornada y clamando a los cielos por un rayo
vengador que exterminara a nuestra cúpula gubernamental con sus adláteres del
Ministerio de Economía. Pedido que hasta el
día de hoy no me ha sido concedido.
He
intentado (hasta aquí infructuosamente)
hacer un mínimo (¡minimo!) pago al
exterior para poder participar en la publicación de un libro de arte:
Ya sea vía
bancaria, ya por envío postal, ya en cualquier moneda, al parecer es más simple
sacar un pasaje e ir en persona que conseguir una transferencia dineraria fuera
de las fronteras de este otrora mi país ahora la “patria” conseguida por los nac&pop que no tienen nada mejor
que hacer que entorpecer la actividad de una ignota y autogestionada artista
plástica en defensa de vaya uno a saber qué ideología trasnochada.
Yo debo estar inscripta como importadora, me explica el pobre empleado que me rechaza una y otra vez mis argumentos. El que yo no fuera a importar nada, que no fuera a comprar sino a cubrir un arancel para integrar una publicación cultural, era asunto que no entraba en el debate. El seguía negando con la cabeza mientras me miraba fijo, como si quisiera hipnotizarme. No importa de qué se trate en los hechos, el papel, el dichoso papel que yo necesitaba sí o sí, tenía que decir licencia de importación. Sin ese papel, ni podíamos empezar a hablar. Harto de mí y de mi tenacidad en explicarle que una actividad cultural no puede ser tratada como mercadería, me sugirió que buscara a alguien que importara habitualmente y me hiciera el favor de ¿prestarme? el papel.
Era una conversación
absurda, no sólo no hablábamos el mismo
idioma sino que habitábamos dos planetas distintos de dos universos incompatibles. Tuve que resignarme a que aunque lo único que
se pretenda sea algo tan inofensivo como participar en una publicación
cultural, la “alta política” de los
iluminados de turno habrán de someternos a los más impredecibles -y toscos- laberintos
kafkianos (lo que si no fuera porque nos
agravan la úlcera y nos aproximan a una muerte lenta por hemorragia interna hasta
podrían ser graciosos en su patetismo).
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